El texto me resultó misterioso, romántico de una manera sutil, una antagonía entre voces del narrador que propone una asincronía, una ruptura de fónica y lenguaje.
El texto establece su rebeldía desde el primer título y en breves palabras, colocará las palabras luz, muerte, pudrir, como si estableciera una indiferenciación entre existencia y muerte para el romance.
Se apela al color amarillo, a su vez a la tierra, al origen, hay algo impúdico en asociar efectos de negación física, tierra, calavera, fetidez, con afirmación metafísicas, existencia, sueño.
Hay una pulsión del saber sobre los elementos que empujan hacia una ilusión del romance.
La repetición en representación de la situación se presenta como urgente, un “fue” con dominio en el presente, un esquema aprehensible de anunciación, el relato del derrumbe, es el relato de la melancolía, los restos de la verbalización entre pasado y presente.
Hay una tensión en la circulación del relato entre conjugaciones del pasado simple y la perplejidad del presente, donde los recuerdos se recuperan en forma fragmentaria y cada pérdida un acontecimiento que remite a olores, tal como suele funcionar la memoria, “peste”; nótese la incorporación del color “verde”, “pierden su verdor”, en el fragmento anterior, “verde esmeralda”, estableciendo una múltiple identidad para lo que se pierde, lo valioso o el color de lo pútrido, como un sarcasmo.
Habrá muchas señales explícitas en este texto, como si estableciera sus propias señales lumínicas.
Exhibe la arrogancia de frases cortas como representación de una voz que da cuenta del “sí mismo”, personaje, narrador, un producto interminable en el sentido de falta de espacio en blanco, uso exhaustivo de la hoja, como sin respiración y el objeto artificial poético, elisión, sugerencias, un proceso de labor física sobre el tratamiento del recurso espacial del papel en blanco.
Cada capítulo un camino en la disparidad de sentido y la estructura sin respiración, como una mascarada de indiferenciación. La fuerza narrativa estará en leer como si fuera una textura mullida de palabras que es como si nos desplazáramos entre verbos, entre acciones vertiginosamente.
En el texto se establecen teorías de lenguaje, la instancia de la palabras producen perturbación y un sometimiento a la forma concisa y fluida.
Es una lectura que incita una provocación a buscar en lo real lo que las palabras convocan, como el imperativo de un deseo, asistimos a un derrumbe, a la épica de un derrumbe o a la construcción del romance contemplándose desde sí, estableciendo una normalidad en la deriva y la ruptura de un mensaje compuesto de sugerencias, imágenes que apelan al poder del verbo en ausencia de la frase convencional.
La escritura de Nicolás López Pérez me convoca como en una alineación con la escritura de Marguerite Duras, que hizo su escritura con el material de su vida, así como romper moldes en cuando a escritura amorosa y erótica, la construcción de frases breves, mímesis y espaciales.
Como si este autor hubiera tomado esos elementos de espacialidad en la escritura de Duras y llevado la contraria, con el mismo efecto; escribir sin ruido, pero gritar, confesar, dejar señales; en ocasiones amorosas, en ocasiones perversas.
Hay algo de ese gesto de Duras, en el narrador de López-Pérez, desnudarse en la inmediatez de las palabras, una identidad que inocula la idea de biografía, la clase de texto cuya comunicación es a la vez irracional, sin risa, pero con celebración de la palabra.
Una repetición y su máscara en el sentido bergsoniano, materia y memoria suplantan la realidad.
Se puede leer en: Escombrario.
Nicolás López-Pérez (Rancagua, 1990) es poeta y abogado de la Universidad de Chile. Codirige la microeditorial & revista Litost, administra la mediateca de poesía “La comparecencia infinita” y sus últimas publicaciones son Coca-Cola Blues (Ciudad de México: Vuelva Pronto Ediciones, 2019) y Escombrario (Santiago: Contraeditorial Astronómica, 2019).
Ana Abregú.
www.metaliteratura.com.ar
Literatura latinoamericana
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