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Aproximaciones espectrales

2/25/2012 Onetti

Aproximaciones espectrales (Apuntes sobre Un sueño Realizado de Onetti) Por María Miranda Tenía el pelo casi gris peinado en trenzas enroscadas y su vestido, correspondía a una vieja moda; pero no era el que se hubiera puesto una señora en los tiempos en que fue inventado, sino, también esto, el que hubiera usado una adolescente. Tenía una pollera hasta los zapatos, de aquellos que llaman botas o botinas, larga, oscura, que se iba abriendo cuando ella caminada y se encogía y volvía a temblar al paso inmediato. Un Sueño Realizado de Juan Carlos Onetti

Por:   Miranda María
 

 

Aproximaciones espectrales: Un cuarto con infinitas paredes

(Apuntes sobre Un sueño Realizado de  Onetti)

Por María Miranda

     

 

      Tenía el pelo casi gris peinado en trenzas enroscadas y su vestido, correspondía a una vieja moda; pero no era el que se hubiera puesto una señora en los tiempos en que fue inventado, sino, también esto, el que hubiera usado una adolescente. Tenía una pollera hasta los zapatos, de aquellos que llaman botas o botinas, larga, oscura, que se iba abriendo cuando ella caminada y se encogía y volvía a temblar al paso inmediato.

Un Sueño Realizado de Juan Carlos Onetti

 

Leer Un Sueño Realizado de Onetti es participar de una fiesta de espectros que se nos dibujan en ausencias del porvenir. Derrida en Espectros de Marx amplia la visión del fantasma como algo que está a punto de (re)aparecer; y lo hace nada menos que con la aparición del padre muerto de Hamlet y el efecto visera  que consiste en poder ver sin ser visto. La aproximación a estas dilucidaciones derridianas nos permiten situarnos en el escenario de un Hamlet montado por Onetti gracias al espectro en el relato que es sin lugar a dudas, la mujer. Esa mujer vestida con ropas de otro tiempo simulando ser una jovencita cuando sus movimientos son acompasados por la muerte. Ella y “sus pequeños dientes irregulares” son una aparición insólita que se articula desde una mirada inversa al Hamlet de Shakespeare. Ya que siendo espectro en el porvenir, no se produce la anticipación; el futuro se esconde en la presencia del personaje que se ausenta destrozando los pares de oposición metafísica que tanto obsesionaron a Derrida. La mujer se convierte, entonces, en un fantasma tan poco convencional que es capaz de modificar su vestimenta como aventurando la circularización del tiempo con ese vestido adolescente que se arrastra en el pasado y ese peculiar vestidito negro con su reloj de cadena y su diminuta sombrilla que sólo podrían ser lecturas de una mano futura, un detalle de duelo. Esa mujer que parece inasible y nos da la impresión de que mientras ella nos mira; nosotros, en cambio, somos incapaces de observarla del todo. La mujer que lleva el sueño dentro hilará a los personajes en una trama oscura con matices jocosos. Pero, ¿qué es el sueño sino la muerte?; acaso ya no lo dice el mismo Hamlet “morir, dormir; dormir, tal vez soñar”.    

El Hamlet del que se sirve Derrida para hacer un análisis del Whither marxism?, es el escenario idóneo que le permite a Onetti montar su relato. Lo curioso es que el Hamlet en Onetti aparece en tan diversas dimensiones que éste logra borrar la impresión de estar habitando un Hamlet.

 

En la historia la primera aparición de Hamlet ocurre cuando el personaje-narrador Langman sentado en una biblioteca de un asilo para miembros de teatro fracasados recuerda la broma que le hacía Blanes (“Un tipo como usted que se arruinó por el Hamlet”). Ese momento en el pasado nos devuelve a un porvenir donde éste coge ese “libro tan pequeño encuadernado en azul oscuro donde había unas hundidas letras doradas que decían Hamlet” y lo acaricia resolviendo no abrirlo jamás como un acto de venganza. Las trasposiciones de los instantes terminan en un ouroboros de tiempo que alcanza a ilustrar la operación deconstructiva derridiana. Esta dislocación del tiempo no es una casualidad en el cuento, donde todo por absurdo que parezca constituye parte de la trama que se va creando alrededor de los personajes.

 

La imagen del hombre derrotado en la biblioteca es una evocación hermosamente triste del destino humano, donde el instante y la eternidad siguen en una pugna constante que desplaza sus lugares y los reubica hasta emparentarlos haciendo de la eternidad sólo un recuerdo en el instante o del instante una singularidad de lo eterno.

 

Si nos pidiesen rememorar un recuerdo del cuento, sería imposible que ese recuerdo no esté teñido de la imagen de la mujer, porque como todo espectro habita una especie de inconsciente en los personajes. Este espectro que nos invita a convertir la ficción en nuestra realidad, va deteriorando al personaje-narrador que ahuyenta a la muerte a través de pequeñas rutinas que lo ayudan a escapar o sentir que extravía el destino. Un hombre que se pone una peluca rubia todos los días en un lugar donde la vejez es rubia, se muestra en un estado de negación constante, de apertura a lo ficcional; un hombre que ni siquiera se quita esa peluca rubia para dormir es una ficción que se torna, cotidiana, rutinaria, real. Esa evasión de la muerte está custodiada por el espectro de la mujer a quien vio morir.

 

El mismo hombre acepta en su reminiscencia del recuerdo que la mujer tenía un halo de locura imperceptible como una “cinta blancuzca y fofa de locura que, había ido desenvolviendo, arrancando con suaves tirones, como si fuese una venda pegada a una herida, de sus años pasados, solitarios” para fajarlo como una momia, a él y a sus días pasados. La locura que evoca el personaje coincide con la imagen de locura de Derrida, “el tiempo mismo como ausencia de conexión necesaria entre las partes, como contingencia y discontinuidad del paso de los instantes”,  como temporalidad inconexa, sin memoria, como si la venda en vez de taparnos los ojos, tapara su continuidad.  Esas irrupciones en la linealidad del recuerdo serán transmitidas por la forma en que el relato fotografía sus momentos logrando el efecto de locura en el mismo narrador y de forma agazapada en el mismo lector. La venda con la que Langman es envuelto  es la misma que cubre al lector, la discontinuidad del tiempo nos atrapa, las escenas fisuradas nos hacen formar parte del espectáculo. Genette en Escritura y Crítica literaria escribió que cualquier texto podía o no ser literatura según se le recibiera como espectáculo o mensaje. El texto de Onetti es un espectáculo sin réplica que nos convierte en actores de una escena desconocida hasta por el mismo narrador, confundiendo al lector para que acceda a formar parte de sus palabras, bloqueando los pasajes de una legibilidad inmediata, para hacernos vivir la experiencia de lo que se está representando, un Hamlet al estilo de Onetti.

 

¿Pero cómo lograrlo sin arribar a lugares comunes?, el autor nos da la respuesta en la confesión de Langman cuando nos revela que él nunca ha leído el Hamlet, simplemente sabe que es una obra de teatro y conoce a grandes rasgos la trama, pero ignora totalmente porqué Blanes lo molesta con ella. Es así que Hamlet aparece más como un nombre propio que irá adquiriendo significado en el acontecer de los sucesos. El restarle poder a la significación del Hamlet como obra y otorgársela al nombre propio, es una estrategia que se encuentra desde el inicio del relato permitiendo que el Hamlet se presente intraducible y se vaya develando progresivamente apareciendo como “un sentido común, una generalidad conceptual” en palabras del propio Derrida. Este “sentido común” se va recreando a lo largo de la historia, la actriz con caderas ridículas, vestida de negro con ropas ajustadas, la calavera, el cementerio, el duelo, la venganza, la muchachita que se ahoga y también William Shakespeare irán apareciendo de formas disfrazadas y el destino del personaje será el destino del “padre adoptivo del triste Hamlet” -como la broma de Blanes- morir en sus manos. Así la vida del personaje empezará a verse invadida por la ficción del Hamlet, logrando la confusión de la ficción y la realidad que se invierten una y otra vez hasta diluirse en la historia, como si siempre hubieran sido la misma cosa.

 

Todos los sucesos estarán habitados por el espectro de la mujer que en sus  (re)apariciones será la que desee y haga posible la (re)presentación del sueño. Pensar en la representación, cualquier representación, nos remite de inmediato al concepto de original. No se puede representar algo, que no ha sido antes presentado. El prefijo “re” es insostenible sin el original, ya que denota o repetición o retroceso (es curioso que refiera a una estructura formada por si mismo). Pero siendo el original de la representación que la mujer pretende montar: el sueño, algo inconmesurable, la idea de original se desdibuja acercándonos al representamen derridiano que aparece en De la Gramatología donde “lo propio del representamen es ser él y otro, producirse como una estructura de referencia, distraerse de sí”. Así la representación más allá de su origen mantiene su condición de referencialidad aunque el original no exista propiamente, sea solo un sueño. La representación nos ubica en la escena central del relato ocultando las huellas que posibilitarán la verosimilitud de la historia, pero a la vez acercándonos a la performatividad trabajada por Judith Butler en Cuerpos que Importan la cual “debe entenderse, no como un “acto” singular y deliberado, sino antes bien, como la práctica reiterativa y referencial mediante la cual el discurso produce los efectos que nombra”. Las apariciones de la mujer obedecerán a sus actos performativos que están pensados para trasladarnos a una continuidad tiempo - espacio distinta de la que ella habita, así desde el comienzo de la historia sentimos su calidad espectral,  sus rastros están en otros tiempos y en otros espacios. De esta manera, en todo momento el lector será desplazado por la mujer hacia el desenlace, que a pesar de ser desconocido por el lector, es intuido gracias al aroma que permanece impregnado en las páginas cuando la mujer se desvanece y vuelve a aparecer como una visión. Solo al final del relato, al participar de su muerte, podemos entender la práctica, reiterativa y referencial del personaje, morir.  

 

La muerte es el instante donde todos los personajes quedan atrapados. Quizás porque la mujer muere representando su muerte, es decir la realidad se congela en la representación de la ficción, la referencialidad se hace más intensa y los personajes participan del develamiento de su mortandad. Simplemente nadie está consciente del espectáculo del que son parte, ni siquiera el lector, la única revelación previa es que el móvil de la mujer para ejecutar ese montaje, es imitar un sentimiento parecido a la felicidad. Lo que después entenderemos nos remite nuevamente al Hamlet, donde morir y ser feliz no están del todo disociados. Si recordamos las palabras de Hamlet a Horacio en la víspera de su muerte -“Si me tuviste alguna vez en el corazón,/ Por un momento auséntate de la felicidad/ Y alienta con dolor en este duro mundo / Para contar mi historia”- entenderemos  que además de la relación muerte, felicidad, las palabras del Hamlet son  plegarias de subsistencia, donde la necesidad del espectador de Todorov, aparecido en La Vida en Común, para que constante nuestra existencia es la misma razón que lleva a la mujer a montar el escenario de su muerte e invitar a un tercero.  Por eso, Langman vive muchos años más, para que en la víspera de su muerte evoque ese acontecimiento, solicitando también una mirada. Así, el lector tiene que sobrevivir a Langman y seguir contando la indeterminada historia de la muerte.

 

El sueño de la mujer, su muerte, recrea la idea de sueño en Minelli, el sueño devorante del que habla Deleuze que nos hace peligrar de ser tragados, el sueño como una voluntad de poder, del cual todos somos víctimas. Un sueño realizado es nombrado así más que por el propio autor por la mujer que ejerce esa especie de hipnosis en todos los personajes, donde el lector es también un personaje de la relato. Con el acto de nombrar la mujer nos impide salir de la historia, como en el Ángel Exterminador de Luis Buñuel, donde los personajes no pueden abandonar la habitación sin razón aparente. Así Onetti logra el efecto onírico del relato, desplazando el presente y la realidad diferida, haciendo del momento en que se vive un punto ciego que es inhabitable por los personajes. Sin embargo, la trascendencia del relato está en su posibilidad de transmitir la manera de concebir el sueño de un personaje ajeno a él. Todos hemos sido víctimas del sueño y sabemos que, en la mayoría de casos, el sueño se presenta con imágenes que se interrelacionan por una lógica interna, con la cual sin embargo no estamos familiarizados en la realidad. Es por eso, que en el despertar se produce un choque (crisis) entre los distintos órdenes, y el sueño modifica su sentido onírico para ser recreado ya sea por el olvido o la memoria, un nuevo ordenamiento o/y la predominancia de una imagen, un sentido (olfato, gusto, la vista, etc.) o una sensación. Sin embargo, aunque uno mantenga la intensidad de lo soñado, esa intensidad tiende a perderse al querer ser transmitida. Justamente Onetti trabaja más que con el sueño, con el traslado del sueño a la realidad de los personajes, el sueño como algo vedado para el lector, sin embargo, la representación del sueño produce el efecto nublado de un cielo real poblado por nubes de ficción. El no poder distinguir lo ilusorio de lo verdadero, gracias al narrador cuyos juicios podrían bien ser falaces, nos atrapa en el recuerdo del personaje que constituirá lo que Yourcenar llama visio intellectualis en varias de sus obras, es decir una visión que toma posesión del espíritu y que es posible resucitar en algunas ocasiones mediante el recuerdo. La visio intellectualis en Un Sueño Realizado es la visión de la muerte, que será una visión común a todo el género humano y sin embargo tan ajena y desconocida que despierta una curiosidad recurrente en el espectador al cual le es imposible no volver a la imagen de la revelación diluida en el recuerdo. Entonces la trama no acaba con el relato, como si la derrota de Langman nos dejara un sabor común, una realidad conceptual hecha carne que nos afirma incesantemente que participamos de una puesta en escena donde un espectro articula los tiempos y los espacios; logrando desbaratar la linealidad para hacernos conocer el retorno incesante del que somos parte y al cual asistimos cada vez con sorpresa, con miedo y quizás también con fe, en la espera de que alguien se acerque a contar la historia a este cuarto con infinitas paredes en el que estamos irremediablemente atrapados.