METALITERATURA

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Entrevista a Cecilia Salmerón Tellechea en el marco de las Jornadas Macedonio Fernández

6/12/2013 Entrevista
CECILIA S. TELLECHEA es Licenciada en Literatura Latinoamericana por la Universidad Iberoamericana, Maestra y Doctora en Literatura Hispánica, por el Colegio de México.
Por:   Milanese Julia
 

CECILIA S. TELLECHEA es Licenciada en Literatura Latinoamericana por la Universidad Iberoamericana, Maestra y Doctora en Literatura Hispánica, por el Colegio de México. Dedicó su tesis doctoral al diálogo de Macedonio Fernández con la tradición en Adriana Buenos Aires y Museo de la Novela de la Eterna. Recientemente recibió el Premio Hispanoamericano de Ensayo Lya Kostakowsky 2012 por un trabajo titulado "Macedonio Fernández y su conversación con los difuntos".

Ha diseñado e impartido cursos de lengua española en la Escuela Libre de Derecho y otras instituciones de educación superior, en México; y ha publicado artículos sobre Xavier Villaurrutia, Luis Zapata, Alejo Carpentier y José Emilio Pacheco, entre otros. Actualmente vive en Chicago, USA, en donde prepara la publicación de su libro sobre Macedonio. En las Jornadas Macedonio Fernández presentó su trabajo: “Macedonio: primer-último lector malo- bueno”

 

JM: ¿Cómo surgió tu interés en hacer una tesis de doctorado sobre la obra de Macedonio Fernández?

               

CST: Mi primer encuentro con Macedonio fue curioso; se lo debo a un mexicanista muy querido y a un escritor mexicano: cuando estudiaba la licenciatura en la Universidad Iberoamericana, en un curso con Samuel Gordon leí una novela muy peculiar –Vitrina del anticuario– de Felipe Vázquez. Me llamó la atención su obsesión paratextual y, al rastrear antecedentes de esta práctica, llegué obviamente al Museo… de Macedonio. Me encanta la teoría literaria y creo que me cautivó el hecho de que, cuando uno lee a Macedonio, no sabe bien si está leyendo teoría o ficción, pues su obra habita los intersticios entre estos discursos.

Después seguí topándome con ecos macedonianos o planteamientos coincidentes con los suyos en obras que me gustaron, como Si una noche de invierno un viajero de Italo Calvino o el Diccionario jázaro de Milorad Pavic´. Más tarde leí y estudié a Ricardo Piglia y Macedonio obviamente reapareció: en Crítica y ficción, El último lector y, sobre todo, La ciudad ausente.

En alguna de sus visitas al Colegio de México, Piglia dictó una conferencia titulada “El escritor como lector”. Yo me había dado cuenta de que la mayor parte de la crítica tendía a estudiar la obra macedoniana en su carácter de precursora; en relación con la teoría y la literatura que, respecto de ella, resultan futuras. Y quería estudiarla siguiendo el procedimiento inverso: en relación con los discursos que la precedieron y con los cuales Macedonio dialoga. Pero creo que fue a raíz de esa conferencia que decidí definitivamente que “Macedonio como lector” sería el tema de mi tesis doctoral.

 

JM: En tu tesis hablas de las tradiciones, o, como lo dijiste en tu ponencia, la biblioteca de Macedonio Fernández, ¿cuál es esa tradición, cuáles son esas lecturas?               

               

CST: Más que la identificación exhaustiva de autores y obras aludidos en sus novelas, lo que me interesó fue analizar una muestra representativa y significativa, la cual permitiera describir el modus operandi del trabajo intertextual macedoniano: la manera en que sus fuentes se sedimentan, se transforman y funcionan en su escritura. Sin embargo, en la primera etapa de mi trabajo, sí elaboré un catálogo de referencias explícitas y veladas, lo más abarcador posible. En él figuran, entre otros (para darse una idea del fascinante y ecléctico caldo de cultivo que forman las lecturas macedonianas): Cervantes, Poe, Dante, Emerson, Xul Solar, Goethe, Milton, Walter Scott, Tolstoy, Mario Chabés, Flaubert, Zola, Shakespeare, Quevedo, Góngora, Calderón, Gracián, Tasso, Las mil y una noches, Kafka, Ramón Gómez de la Serna, Jules Supervielle, William James, Schopenhauer, Hegel, Kant, Hogdson, Rabelais, Marechal, Whitmann, Sterne, Maeterlink, Tristán e Isolda, Manzoni, Lombroso, Ibsen, Bergson, Pirandello, Dostoievsky, Spencer, Unamuno, Wagner...

Ahora bien, la investigación me aclaró que, en su diálogo con la tradición, Macedonio pone énfasis en elementos que pertenecen al barroco y a la estética decimonónica. Y es que volteó hacia el primero (es decir, el barroco), en busca de una maquinaria paradójica que le permitiera superar los desgastes que percibía en la segunda (la estética decimonónica). Macedonio teje sus genealogías distinguiendo entre: fuentes mediadas por una relación de distanciamiento (la filosofía de Kant o la estética realista), cuyas alusiones funcionan generalmente como contra-ejemplo en la exposición metaliteraria de su teoría sobre la novela; y fuentes con las que media una relación de filiación (Schopenhauer, James, Quevedo y Cervantes, por ejemplo), cuyos intertextos generalmente muestran algún aspecto de la Belarte Conciencial o del “género bueno”. Sin embargo, entre estos polos media siempre una compleja red de “contaminaciones” productivas, por lo que nunca se trata de simples dicotomías, sino de arriesgadas síntesis de contrarios.

Tuve también oportunidad de trabajar en el Archivo de Macedonio, custodiado por la Fundación San Telmo, rastreando las huellas de sus lecturas desde un punto de vista histórico-biográfico y no sólo interpretativo. Uno de los capítulos de mi tesis traza una breve historia de la biblioteca personal de Macedonio. Y puedo decirte que los libros que ahí sobreviven, los que aparecen en las notas de sus diarios y cuadernos y aquellos que se metamorfosearon en su ficción pertenecen sobre todo a la tradición europea y estadounidense y a la pluma de filósofos y narradores. Esto nos habla del canon y del género con cuya tradición dialoga y en cuyas genealogías se integra: la cultura europea, el fenómeno de la modernidad y el género de la novela.

 

JM: Utilizaste el concepto de “cleptomnesis” para hablar del diálogo que se establece entre las tres novelas de Macedonio (Museo…, Adriana… y Una novela que comienza) y sus lecturas. ¿Cómo opera esa “cleptomnesis” en Macedonio?

               

CST: Sí, este es un concepto sobre el que Noé Jitrik habló en las “Primeras Jornadas de Homenaje a Macedonio Fernández” (recogidas en Mónica Bueno, comp., Conversaciones imposibles con Macedonio Fernández, Corregidor, Buenos Aires, 2001). Con cleptomnesis (robo a la memoria) Jitrik se refería a que el universo de lecturas de un autor se sedimenta y transforma en su memoria, y desde ahí nutre su obra. Esto ocurre especialmente en casos como el de Macedonio, quien no hace un uso erudito ni académico de la cita, sino que integra el acervo de sus lecturas a su experiencia y lo somete a los procedimientos lúdicos, paradójicos y transgenéricos de su pensar-escribiendo. Es decir, trabaja con ellas robando a su memoria y, por tanto, en realidad se cita siempre a sí mismo. Para Jitrik, la cleptomnesis destraba la paradoja entre repetición y originalidad (un tópico que por cierto cruza toda la obra macedoniana) pues “disfraza la opacidad de lo ya escrito en uno mismo y le da un carácter o una forma nueva”.

 

JM: Dijiste también que en Macedonio se daba un conflicto entre biblioteca y jardín, erudición y experiencia ¿en qué consiste ese conflicto?

 

CST: En la historia del archivo de Macedonio hay una relación inversamente proporcional entre sus dos componentes: manuscritos propios y libros ajenos; mientras los primeros crecían en número, los segundos iban disminuyendo o dispersándose. Esto no quiere decir, por supuesto, que Macedonio dejara de leer sino que el atesoramiento de libros no le interesó. A diferencia de Borges, no manifestó pasión de coleccionista. La desproporción que se aprecia entre las bibliotecas que Macedonio y Borges dejaron tras su muerte –la pequeñez de la del maestro, escuálida frente al portento de la del discípulo– tiene que ver, entre otras cosas, con el modo en que resolvieron (tanto en sus vidas como en sus textos y en la imagen de sí mismos que proyectaron) lo que podríamos llamar el conflicto entre la biblioteca y el jardín; la pugna entre los libros y la vida, entre lectura y experiencia. “Todo esto forma parte de una tradición literaria: cómo salir de la biblioteca, cómo pasar a la vida, cómo entrar en acción, cómo ir a la experiencia, cómo salir del mundo libresco...” –dice Ricardo Piglia en El último lector. Otras veces, el problema es entrar o permanecer en la biblioteca. Ambos autores fundieron en su obra esta encrucijada personal con otros tópicos (las armas y las letras, civilización y barbarie) y la moldearon con visiones ya clasicistas, ya románticas, de sus figuras de autor. Borges, sin embargo, tendió a permanecer en la biblioteca, mientras que Macedonio apostó siempre por la experiencia.

“¡Quién hubiera creído que usted, que se lo pasa pensando o escribiendo, fuera tan favorable a una joven enamorada!” –exclama Adriana, la protagonista de la “última novela mala”, dirigiéndose a Eduardo de Alto. Y el alter ego de Macedonio responde: “Yo estudio pero creo que el estudio en sí mismo no tiene valor moral alguno. La ciencia y el arte sólo honran a la humanidad si han de servir para acrecentar su facultad de amar. Y es muy dudoso que conduzcan a ello”. Esa duda palpita en la escritura de Macedonio, con igual fuerza que la curiosidad y el placer que lo empujan a seguir estudiando, pensando, escribiendo... leyendo. En un fragmento de Museo el triunfo de la biblioteca sobre el jardín se tiñe de culpa (“Quizá este sufrimiento y tanto fracasar anejo al anhelo artístico, es el castigo de quien prefiere soñar a vivir, arte a vida, cuando la vida nos tiene una Eterna en quien toda belleza halló figura, latido, respiro...”).

 

JM: Sin embargo, la pugna entre lectura y experiencia, biblioteca y jardín, no llega a resolverse

 

CST: En el Diario de vida e ideas, de enojo: Macedonio opone en esas notas las categorías de intelectual –quien elije la biblioteca– e inteligente –quien opta por otro espacio asociado con la experiencia y la naturaleza; un sitio más extremo que el jardín... la selva. Al darse cuenta de que su cuaderno contiene más del saber ajeno que de la propia experiencia, Macedonio se interrumpe burlonamente: “Qué Unamuno estoy”, y en nota explica: “¿Por qué retornó Unamuno de Mallorca a Salamanca sino porque es un intelectual, no un inteligente? ¡Suicidarse en una Biblioteca en lugar de renacer en las selvas y sol de Mallorca! Lo compadezco como él a sí mismo”. La cautela frente a las redes de la biblioteca se nota también en la dedicatoria de No toda es vigilia... a los jóvenes lectores. Al encumbrar ahí su concepto de “Pasión”, Macedonio lanza un exhorto: “De ella tomo mis dogmas, amigo joven: busca la soledad de dos, la Altruística, y no te extravíen de tu fe en la Pasión las solemnidades de la ciencia, el arte, la moral, la política, los negocios, el progreso, la especie [...]”.

La opción de Macedonio por la experiencia tiene que ver con su rechazo de la erudición y de las instituciones asociadas a ella –la biblioteca inclusive; las escenas más memorables de lectura en su obra ocurren siempre en otros sitios: la finca, el campo, el café, el tranvía, la pensión o la habitación propia.

“He intentado varias veces emprender el estudio de la filosofía, pero siempre me ha distraído la felicidad”. Esta frase, que tiene una larga historia de usos en la que figuran Boswell, Hudson y Borges, se atribuye con frecuencia a Macedonio. Hace eco en esta otra: “Like all young men I set out to be a genius, but mercifully laughter intervened”, que sin embargo no pudo conocer pues fue escrita por Durrell en 1960. Al margen de las autorías, lo cierto es que ambas resumen muy bien su elección, siempre en favor de esa búsqueda hedónica que concibió como experiencia.