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Los borradores de Macedonio (Una casi novela sin final)

4/28/2016 Interesante

Como Asterión, Carlos von Hoffman, solo y esperando la muerte, desea poner en palabras los eventos y estancias del laberinto que es su vida. Intenta saltar lo que él llama “andariveles” por donde transcurren las vidas humanas sin hacerse caso unas de otras hasta que un evento, quizá casual, las cruza y las enreda sin retorno.

Por:   Milanese Julia
 

Como Asterión, Carlos von Hoffman, solo y esperando la muerte, desea poner en palabras los eventos y estancias del laberinto que es su vida. Intenta saltar lo que él llama “andariveles” por donde transcurren las vidas humanas sin hacerse caso unas de otras hasta que un evento, quizá casual, las cruza y las enreda sin retorno. Lo hace con la fantástica e incierta esperanza de que alguien más escuche ese relato y desande con él el camino, que venga a liberarlo del olvido.

El hombre que está acostado a su lado en la habitación donde ambos esperan ser operados o “pasados a cuchillo” no solamente lo escucha, sino que vuelca su propia espera a ese relato impensado que lo involucrará azarosamente en cuanto escuche las palabras que también abren la novela:

-¿Quiere que le haga oír la voz de Macedonio?

Ese hombre, el narrador, un escritor abocado a la dirección de un tomo crítico sobre Macedonio y doble engañoso de Roberto Ferro, recogerá la pregunta como un desafío y doblando en una Esquina, también va a anudar su propia vida al laberinto de von Hoffman.

¿Por qué la voz de Macedonio? En el cuento “El testigo”, Borges se preguntaba qué moriría con él cuando él desapareciera. Acaso “la voz de Macedonio Fernández”, dice, y cierra así el discurso sagaz donde se constituía como único y último heredero y exegeta de Macedonio Fernández. Quitaba importancia a sus escritos para colocarla en algo perdido y fugaz como eran las conversaciones cotidianas con amigos. Tal vez intentaba así justificar lo que veía como faltas de su escritura o tal vez, efectivamente, buscaba apropiárselo. Lo cierto es que la crítica macedoniana vuelve constantemente sobre las charlas, las ocurrencias, los diálogos espontáneos, en fin, todo el material irreparable que constituye la voz de un escritor que ya ha muerto.

Es por eso que la invitación que el personaje de von Hoffman tiende a su compañero de habitación en ese relato que va a extenderse toda una noche de espera fatídica, cae en suelo próspero, pues este tomará la historia para involucrarse por completo en una búsqueda obsesiva y fantasmática. Cuarenta discos fueron grabados por orden de un oscuro, e incluso más fantasmático, admirador de Macedonio, Froilán Estévez, cuyo contenido es una voz vicaria que imita a la del escritor: la del mismo von Hoffman.

Olvidado de sus lecturas de Derrida que a cada momento organizan o dirigen la escritura de la novela, el narrador va en busca de una presencia total que pueda refutar los argumentos borgeanos. Las dos narraciones, la de von Hoffman y la que lleva al crítico hasta Misiones en busca de un baúl olvidado, transcurren paralelamente hasta el final. Van develando paulatinamente, capítulo a capítulo, el laberinto intrincado que une a todos los personajes: a los anónimos que observan desde las sombras con los notables escritores y políticos, todos en una figura completa.

Desde el primer círculo luminoso de escritores que participaban de las reuniones de Martín Fierro o en la casa de los hermanos Dabove, el narrador se desplazará a esa zona de sombra habitada por fantasmas dudosos. Pero finalmente son las historias de von Hoffman, de la errática Regina y de Froilán Estévez las que acaparan el interés de la novela. Es el narrador el único que no sabe ver que esos personajes se han convertido en algo mucho más carnal que la obsesión que lo mantiene al asecho de pistas; en algo mucho más carnal que él mismo, quien ensaya la memoria ajena como propia y se va perdiendo de sí en la búsqueda inútil por recuperar la permanencia de una presencia.

Aquellas series que no se tocan, esas vidas que van por andariveles distintos sin rozarse de las que habla el personaje de von Hoffman, resultan en la condena del narrador a una búsqueda que va creciendo en alucinación a medida que las huellas se vuelven más difusas. La esperanza de un descubrimiento que de vuelta todo lo pensado hasta el momento sobre Macedonio.

El libro está poblado por las vicisitudes de la crítica literaria argentina de los últimos tiempos, sus personajes reales aparecen transitando por los pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras, por momentos con bastante ironía. También aparecen las obsesiones teóricas y críticas del propio Ferro, porque son la razón misma de la novela que pone en foco la persecución insistente de un atisbo de la presencia. Existe esa otra teoría literaria que es la que está en la literatura.