METALITERATURA

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La tierra del silencio

7/20/2016 Interesante

Sobre Ostubo, M. C. (2012) Kawanabe. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Series O.

Todo parecería indicar que la novela cuenta un viaje.

Por:   Rotundo Laura
 

Todo parecería indicar que la novela cuenta un viaje. Narrado sobre una estructura sencilla donde la relación causa-efecto está entramada a partir de la idea de causalidad, en la necesidad de existencia de ese otro que irrumpe para trastocar el sentido del camino, la historia traspasa las fronteras occidentales para internarse en el mundo oriental, exótico, desconocido, inaprensible; allí, en esa circunstancia involuntaria, en esa otra forma del lugar que se extiende escondiendo los sentidos que no podemos comprender desde acá, sucede el texto -ese otro-.

La viajante -intensa sombra que accede a la luz brevemente en su pasar por la palabra- se interna en Japón segura en lo desconocido, segura de su pasado, del espacio, de las posibilidades de la narración. Personaje sin nombre narrado por una tercera persona que espía en itálica sus incomprensibles pesadillas dislocadas, intensas, inmensas, respeta sin vacilación el rumbo geográfico preestablecido mientras accede, casi sin percibirlo, a la resignificación de la razón misma de su viaje.

La palabra, elemento primordial imprescindible de la comunicación y la explicación, va a ser la que trastoque el sentido dando otra profundidad a la trama. Si bien el motivo del viaje es la búsqueda de identidad, la clarificación del pasado de Susan -nombrada cuando logra tomar entidad y personería en la novela, cuando recupera su voz y su inquietud para ponerla en juego ante la imposición de la narración del otro- va a aparecer inmiscuida entre los pliegues y presta a desenvolverse sostenida por las circunstancias, es decir entretejida fuertemente al cuento y a cómo vaya transitando el programa del viaje, la pregunta por el sentido, por el formato, por la idea que representa ella misma.

La trama que se construye -se sostiene y realimenta- alrededor de la idea de reconstrucción, que se transfiere a lo largo del relato de la historia vivida del viaje -verídica en la ficción por doblemente sugestiva, doblemente contada y compartida, doblemente existente y necesario, casi programática- al sentido del trayecto, de un itinerario relacionado con el comprender el pasado a partir de la escritura del otro que escapa a la palabra, a la comprensión, a la herencia.

La historia contada por Hashimoto no va a ser solo un marco del relato, sino que va a redireccionar, en esa doble idea de contar, el sentido del itinerario. El viaje se multiplica en la idea de regreso de donde nunca se ha ido. La huida del padre es suturada -de alguna manera- en el reencuentro con un pasado desconocido e incomprensible. La ausencia del relato del pasado, la ausencia de personajes, de casas, de cosas, de conocimiento, dificulta la comprensión que está doblemente jugada en la idea de sentido.

Escritura y reescritura, oralidad y traducción, intimidad, transducción, van tomando forma ampliando el recorrido estático del paseo. Hay entonces otra novela allí, en el borde, en el límite mismo de esa historia que se codea con la palabra que la enuncia, donde descree de ella misma y comienza a narrar, a partir de silencios, una búsqueda que si bien no profundiza ni imprime certezas, inaugura preguntas abriendo paso a la confusión que llama a indagar, a preguntar, a repensar.

Desde el lugar de inocencia que instaura el desconocimiento, el arriesgarse sobre el vacío, el exponer las emociones más íntimas, el tránsito por el abismo de los recuerdos ajenos que construyen la historia, la sensación de irrealidad -varias veces nombrada- que vive cuando la otra historia irrumpe en la suya para cambiar, no su recorrido sino su camino, el camino de su historia, su pasado, exacerba el carácter ficcional de la ficción.

A partir de un cuerpo sin rastros, sin rasgos donde solo el nombre -apellido paterno, herencia de una raza olvidada, censurada ¿hasta dónde puede borrarse el pasado? - registra el pasado, la raíz donde no hay más que el recuerdo de silencios, la búsqueda del pasado logra construir-se a partir de la escritura: la propia y la ajena que se incorpora a su itinerario delineando los sentidos que el recorrido intenta asimilar, conjugar, conjurar.

En ese comprender inaccesible de una escritura ajena, en ese dibujo inentendible pero atesorado que es letra y es ilegible, revelador por ser en sí, donde el hecho de entender completa -a partir de la tercerización de la comprensión, del poder de comprender la otra palabra, la no dicha pero deseada, sentida y robada- la ambigüedad del signo, Obstubo reformula la relación del signo agregándole un componente contextual que no está anclado en el contexto mismo sino que es un componente que provoca un acceso denegado al sentido que circula al enunciar la palabra.

Si el pasado está sostenido, contenido, conjurado por un canal externo, atravesando otro cuerpo que procesa y deglute devolviendo palabra; si saber, entender, comprender, depende de otro que traduce eligiendo el contenido que se adecúe a la intención, la narración misma reverbera incandescente y parlante en múltiples sentidos en la lectura y en la escritura, en la escritura y la palabra, en la voz del que habla, lee, escribe y vuelve a leer.

Kawanabe es el destino del sentido, no solo del pasado sino del entender la palabra que no es inentendible por extranjera sino por externa, promiscua, ajena y propia.

En esta novela, María Claudia Ostubo revela una notable percepción de las imágenes poéticas que, a partir de silencios y dilaciones, se entrelazan con el flujo narrativo exponiendo un movimiento calmo que acompaña el ritmo de la narración.