METALITERATURA

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Una vuelta a lo imposible en cuatro cuentos de Silvina Ocampo

7/10/2017 Interesante

Demos por hecho que hay crueldad en los cuentos de Silvina Ocampo, pero ¿cómo aparece?

Voy a poner cuatro de sus cuentos en la mira, “La casa de los relojes”, “La boda”, “Cielos de claraboyas” y “Las fotografías”, pero pienso en tantos otros.

Por:   Milanese Julia
 

En ellos hay un elemento común que es cierta inverosimilitud. ¿Por qué “cierta inverosimilitud”? Porque en el contexto de verosimilitud realista en que opera la narración, aparece un rasgo, y no más que uno, que rompe el realismo. Ese rasgo de inverosimilitud es, tal vez, lo que los hace aparecer como cuentos extraños o fantásticos.

Revisemos ese rasgo en cada caso. En “Cielo de claraboyas” aparece ostensiblemente: la voz narradora, que podría ser la de una niña pequeña, cuenta un asesinato (una cuidadora que mata a una nena) según lo vio ocurrir a través de un cielo raso de vidrio. El juego de la historia contada por los pies y el roce de las faldas, ese corrimiento del foco, la cotidianeidad de las escenas y del recuerdo en el que se enmarca el relato, no esconden la característica que hace estallar la verosimilitud: no existe tal cielo de claraboyas desde donde espiar la vida de los vecinos.

En “La casa de los relojes”, “La boda” y “Las fotografías”, el rasgo inverosímil estaría menos marcado. En el primer relato, el jorobado dueño de la relojería del pueblo es planchado literalmente por sus vecinos (este hecho no se muestra en escena, pero se hace evidente en el contexto), que buscan, en la embriaguez de fiesta, alisarle la giba. La muerte del jorobado también se presenta de modo ob-sceno a la comprensión del lector que está habilitado a vislumbrar más allá de lo que la joven voz narradora dice.

En “La boda”, la muerte de una novia se produce como consecuencia posible de la picadura de una araña de jardín escondida en su rodete; y, en “Las fotografías”, una chica muere en su cumpleaños tal vez por el calor, tal vez por el descuido de los presentes quienes sólo se ocupan de conseguir buenas fotografías.

En estos cuatro relatos, la muerte ocurre y las causas son más o menos ridículas o improbables. Inverosímiles. Es en esos rasgos, sin duda, donde los cuentos de Silvina Ocampo se vuelven más bellos, pero también más crueles.

Empecemos por la belleza que reside en ese descubrimiento de su narrativa: estos no son relatos del absurdo, lo absurdo no aparece para descolocar al lector o para motivar la reflexión, aparece como si fuera producto de un descuido de la narración.

Tampoco son relatos fantásticos donde lo extraño surge e incómoda porque sugiere algo que no se pensó antes acerca de la realidad extraliteraria, algo que despierta dudas. Ningún lector esperará encontrar estos rasgos en una vuelta de la realidad. Ningún planchamiento de joroba, ni cielo de claraboyas.

Pero no son cuentos ridículos, son cuentos de una gravedad que, yo diría, tienen como objetivo provocar la angustia en el lector. Son por eso mismo, relatos perversos, además de ser relatos, algunos de ellos, sobre la perversión.

Aquí aparece la crueldad, pero no como el relato minucioso de una tortura, sino como derivado o subproducto de la lectura, una vez que “limpiamos” al relato del rasgo inverosímil, una vez que ubicamos lo que sabemos que es imposible (ridículamente imposible, despreocupante en su imposibilidad), sólo nos queda lo angustiante (que ya no sé si llamar cruel) desnudado de contexto, paradigmático casi, verosímil en su totalidad.

Me resulta importante que ese otro elemento que llamé “rasgo inverosímil” se reconozca como hecho imposible. Bataille, al hablar de Sade, se refiere a lo “imposible” no como lo que no se puede hacer en términos naturales o físicos, sino en términos de posibilidad “moral”. Esa imposibilidad es una posibilidad a la que se ¿teme? llegar, un límite que no se traspasa (excepto que uno fuera Don Juan o Sade).

En estos relatos de Silvina Ocampo, ese límite no se ha traspasado tanto como se ha corrido o desubicado. No reside ya en “lo que oculta nuestro corazón y que hace que los límites, todos los límites, sean sobrepasados” (Bataille, p. 268), sino que pasó a ser un límite en los rasgos de verosimilitud de la narración que sus relatos, o sus narradores, cruzan, superan.

Y esto en un corrimiento mínimo, únicamente el prefijo “in” se ha trasladado de la raíz “posible” a la raíz “verosímil” y el resultado no es otro que la total “posibilidad” para la crueldad y el asesinato.

Bataille dice de Sade: “Esa áspera sed de asesinato voluptuoso” (p. 267). Esa imagen no es ajena a estos relatos donde “La mayoría [de las personas], evidentemente, no llega al fondo, pero no es posible hacer que nadie lo haga. Se inicia así el inacabable diálogo entre el que se atreve y los que no se atreven; estos último se enfrentan a su vez en dos coros, que en ocasiones se confunden: el primero fascinado por el horror, el segundo execrando el crimen con furia” (Bataille, p. 269).

Es precisamente en la forma coral (la familia, los vecinos, los amigos) donde los relatos de Silvina Ocampo expresan, en constante oscilación, la incitación y el repudio a la crueldad, la incitación y el repudio al crimen, en fin, una sed voluptuosa, una fascinación.

 

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Bataille, G. “Sade, 1740-1814” en La felicidad, el erotismo y la literatura. Adriana Hidalgo editora. Buenos Aires: 2015