Ese territorio

8/30/2016 Improbables

Sobre Barba, Nilda. Al final del pasillo Summa poética - Vinciguerra

 

 

“Casi inmediatamente, la realidad cedió en más de un punto.

Lo cierto es que anhelaba ceder”

J.L.B

 

La cita a la que asistimos tiene un recorrido corto pero vertiginoso, que propone un recorrido desviado en el que los límites se desdibujan y la idea de principio y fin son solo genéricas y que, al proclamarse tales, se diluyen en su misma esencia haciendo tambalear las certezas que no llegan a rozarlo, a asirlo, a enmarcarlo. El poemario es un poema todo, un todo incrustado en sí mismo pero que recibe afluentes fuertes que lo edifican, lo construyen y al mismo tiempo lo abandonan en su mismidad.

 

 
Por:   Rotundo Laura

El poemario tiene un fuerte anclaje narrativo: cuenta una historia conformada por una estructura clásica; pero esta historia no conforma una trama que el lenguaje poético profundiza en sensibilidades, sino que avecina una sensación de continuidad, un devenir amarrado a la lírica que es cuento y canción, noción y sudor; que con una cadencia atávica, no lenta ni silente sino pausada, aliviada y tersa, muestra en verso un otro posible narrativo de la prosa.

El ritmo que imprime la escritura facetada, escatimada y entredicha amalgama la imagen estructural con los bordes que roza pero no invade, presiente pero no esgrime. La cadencia del poema se hace oír en los silencios y vacíos, en la imagen de no estar allí en el reflejo que la palabra no logra en el espejo blando que no refleja.

La imagen del espejo que aguarda y acecha a la imagen misma en su idea no solo de imagen poética sino de imagen en sí, de sus posibilidades de ser reflejada en el espejo, en el poema, en la palabra es la que provoca y encadena. El espejo doblemente abominable, doblemente culpable del develamiento del otro aguarda develar lo que traga para existir en la palabra.

Sostenida entre los versos libres, a partir de una estructura desestructurada, desencadenada, la imagen poética diseminada en el espejo roto reflejado en la palabra es una doble apuesta: al final del pasillo hay otro espejo pero este no refleja sino que emana, traga, condensa, expira y vuelve a reformular. La escritura es reafirmada en sus espacios vacíos de partes significantes que la poesía habilita para dejar en claro la falta de nitidez de la idea del reflejo especular.

La imagen que el espejo no refleja no es la imagen poética ni la palabra poética, ese espejo que ya no acecha para insinuar, para descubrir sino que actúa para significar y expandir, es protagonista de la división de esa imagen doble, la que se mira y la que es mirada, para permitir una mirada otra que aguarda ser mirada a su vez por la palabra que la nombra y la aguarda agazapada por entre las hebras de la trama.

El yo lírico, el sujeto poético sujeto a su realidad especular -no por esto refleja- muestra sus yoes desgajados -anverso y reverso de uno mismo- que se pierden en el plasma viscoso de un espejo que no divide realidades, sino que aúna controversias, desidias, recuerdos, otredades. Dividido en sí mismo, el yo que es ella y no, que se divide para poblar, para asistir, para no morir, termina agonizando en su propia prisión.

El tiempo cobra relevancia al actuar de vicisitud, aletargando y trastocando la creación de una realidad otra a la que no todos tienen acceso. Referencias, inscripciones y complicidades se desplazan por las imágenes trastocando los sentidos, plegando la ilusión de continuidad y unicidad sobre sí misma. El monstruo del espejo selecciona al yo lírico para acercarlo a él mismo en ella y mí, en me, en la realidad inasible del espejo gelatinoso.

El terreno de lucha, el terreno de la palabra selecciona esa imagen que fusiona las personas en ese otro universo del anverso. El otro yo es el espejo mismo que humano, volitivo, participa expectante de lo que provoca, de lo que conduce, asiste, ordena.

Como una Alicia deshabitada, condicionada por la dirección que ordena el objeto, Nilda Barba en brazos de su yo lírico diseminado, recorre -y se recorre- iluminando la imagen de su yo misma en posesión de una mismidad desdoblada y despareja, endeble e impenetrable donde la palabra rota, escatimada, muda, no revierte una imagen de sí misma, sino que invierte su otro lado, oscuro y tenso, enigmático y cruel.