¿Qué quiere decir ser un hombre? Condición masculina y territorialidad en dos novelas breves de Onet |
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Según Piglia, “Frente a Borges y su mundo de los duelos a cuchillo –donde mejor no interpretar nada– y Arlt que trabaja ese momento incierto de la condición, Onetti pone ya esa condición de qué quiere decir ser un hombre, como un eje de la historia” [1]. En este trabajo analizaré cómo se construye esa condición masculina en “Para una tumba sin nombre”. Para este próposito tomaré a “El pozo” como antecedente a éste, ya que contiene ciertas continuidas con respecto al tema a analizar que se van a desarrollar posteriormente con más fuerza en “Para una tumba sin nombre”. El primer objetivo de este trabajo es mostrar cómo ambos textos construyen al hombre a partir de una mirada codificada del mundo de la mujer. Propondré además que la constitución de la condición masculina en “Para una tumba sin nombre” y “El pozo” está intrínsecamente relacionada con la problemática de los procesos de intercambio, apropiación y circulación de bienes a partir del concepto de territorialidad. Como último punto intentaré demostrar cómo ambos textos se complementan para utilizar la delimitación de los campos de lo femenino y lo masculino como medio para reflexionar sobre el lugar del lenguaje en la experiencia humana.
El mundo femenino
Tanto en “El Pozo” como en “Para una tumba sin nombre”, el mundo femenino está construido a partir de la mirada del hombre. Conocemos el mundo femenino sólo a través de la mirada masculina, mientras que los personajes femeninos casi no tienen voz y sus acciones están altamente condicionadas por las de los personajes masculinos. En ambas novelas las variantes de la condición masculina se manifiestan externamente a través del vello facial: la barba es un rasgo de madurez que aparece en el rostro del hombre pero también es un rasgo desmesurado que aparece en la vejez; por ese motivo, se destaca que Godoy es bigotudo[2], a Fragoso le cuelgan los bigotes[3] y Barrientos, el cochero tiene la barbilla mal afeitada[4]. Esta función masculina de la barba va a estar representada en el chivo: algunas veces aparecerá con una “barbilla juvenil”[5] y otras veces con una “barba combada”[6]. Sin embargo, la barba no sólo señala un momento cronológico de la vida del hombre, sino también que en ocasiones cumple la función de subrayar un estado en relación a la mujer. No es casual que Jorge y Ambrosio siempre estuvieran tirados en la cama sin afeitarse esperando el regreso de Rita (“Él tirado en la cama, barbudo y sucio (…)”[7]. La barba tiene la función de marcar un estado de apropiación por parte del hombre sobre la mujer. Por eso, la prostituta que Linacero evoca en el principio de “El pozo” tiene el hombro enrojecido, a punto de rajarse: “Date cuenta si serán hijos de perra. Vienen veinte por día y ninguno se afeita”[8]. Ahora bien, el mundo femenino en ambas novelas está delimitado por dos figuras contrapuestas: la virgen y la prostituta. Estas dos figuras, sin duda remiten al relato bíblico. El espacio de Santa María es el espacio delimitado por los relatos de la Virgen María y María Magdalena, pero también por la ruptura que significó la llegada del prostíbulo al pueblo. Allí volverán a aparecer ecos del relato bíblico: el prostíbulo llega a Santa María para romper una etapa de inocencia del pueblo que Jorge asocia con su propia virginidad[9], y el fin del prostíbulo se narra en el principio de “El Pozo”, con una “pedrea” y un “incendio”[10]. Recordemos que María Magdalena había sido apedreada y que Sodoma y Gomorra, las ciudades del pecado son destruidas por un rayo de fuego enviado por Dios. “El pozo” y “Para una tumba sin nombre” son complementarias, ya que una postula las apariciones de una virgen (Ana María) y la otra, la repetición en la trama narrativa de la figura de una prostituta (Rita). Ana María y Rita son los personajes femeninos principales en las respectivas novelas pero existen otros en el interior de cada uno de los textos que articulan el campo semántico de “lo femenino”. En “el Pozo” aparecen: Hanka, una joven de veinte años a quien Linacero había “desvirginizado”[11] treinta días antes; Ester, una prostituta a quien se niega a pagarle y Cecilia, la mujer de la cual se está divorciando. En “Para una tumba sin nombre”, además de Rita, aparecen también Julia, viuda de Marcos, hermano de Jorge que enloqueció con la viudez, e Higinia, prima de Rita, que según el relato de Tito Perotti era una “puta fina”[12]. El estado de inocencia de la virgen es en ambas novelas asociado a la niñez. En “el Pozo”, la obsesión de Linacero se despierta a partir de la “nuca infantil”[13] de Ana María. Más adelante, cuando describe a las mujeres que estaban junto a los marineros en el bodegón “Internacional”, se dice que las prostitutas tienen “pescuezo. Porque cuello tienen los niños y las doncellas”[14]. Asimismo, Cecilia antes de casarse presentaba rasgos claramente infantiles: “era una muchacha, tenía trajes con flores de primavera, unos guantes diminutos y usaba pañuelos de telas transparentes que llevaban dibujos de niños bordados en las esquinas”[15]. Pero más adelante dirá que el espíritu de las muchachas muere a los veinticinco años, y que “si uno se casa con una muchacha y un día despierta al lado de una mujer, es posible que comprenda, sin asco, el alma de los violadores de niñas y el cariño baboso de los viejos que esperan con chocolatines en las esquinas de los liceos”[16]. Es preciso señalar también que hacia el final de “Para una tumba sin nombre”, Tito Perotti está sentado en una mesa jugando con los niños mendigos, ofreciéndoles caramelos y tomándolos de la mano, en una escena que, sin duda, reconstruye el lazo que venimos enfatizando entre inocencia, niñez y mirada masculina. La inocencia para Linacero posee fuerza de realidad (“qué fuerza de realidad tienen los pensamientos de la gente que piensa poco y, sobretodo, que no divaga”[17] dirá en relación a Hanka) así como la gente del pueblo “la que es del pueblo de manera legítima, los pobres, hijos de pobres, nietos de pobres, tienen siempre algo esencial incontaminado, algo hecho de pureza infantil (..)”[18] en contraposición con la clase media en la que “todos los vicios de que puedan despojarse las demás clases son recogidos por ella”[19]. Ana María es estúpida por caer en la trampa de Linacero, pero a su vez tiene “algo de la bondad y la inocencia de un animal”[20]. Esta inocencia de la mujer y del pueblo son una cuestión de fe y de espíritu[21]. En este mundo inocente, la comprensión y la sencillez son dos caras de la misma moneda. En cambio, la prostituta siempre muestra un relato complejo, una trampa, como en el caso de Rita donde la relación entre lo que se muestra y la realidad está signada por el engaño; el chivo está ahí para hacer verosímil la trampa. En la virgen hay una marca de origen a la cual remitir, en la prostituta sólo una serie continua, un proceso de re-escritura. Por eso, Ana María aparece una y otra vez, idéntica y atemporal en la memoria de Linacero, es la repetición de lo mismo, en cambio; Rita es siempre distinta, joven y vieja, es ella y su sustituta. Ambas figuras, la de la prostituta y la virgen son mutuamente excluyentes, una prostituta nunca podría narrar un relato verosímil, inocente e infantil eso sólo ocurre en la imaginación de Linacero, cuando sueña que Ester le “cuenta entonces lo que sueña o imagina y son siempre cosas de una extraordinaria pureza, sencillas como una historieta de niños”[22]. Por otra parte, es interesante el hecho de que ambas novelas ponen por fuera de la figura femenina a la madre: “(...) terminan siendo todas iguales, con un sentido práctico hediondo, con sus necesidades materiales y un deseo ciego y oscuro de parir un hijo”[23] El universo de lo femenino según la marca codificante de la mirada masculina está restringido al espacio delimitado por la prostituta y la virgen, la maternidad constituye un lugar aparte. Por eso la historia de Rita en relación a las funciones maternales de cuidado y protección están concentradas en el chivo y en sus amantes. Rita los cuida como una madre, los protege y los mantiene como si fueran sus hijos. En ese espacio sellado por la ausencia de un hijo se hace presente la figura del vividor.
El mundo masculino
En este apartado mostraré cómo la condición masculina está atravesada en ambas novelas por la idea de animalidad. Si, como dije anteriormente, la condición femenina está vista a través de la mirada masculina, una mirada que “marca” lo femenino y lo codifica en el espacio creado por las figuras de la virgen y la prostituta, es necesario agregar que esa marca es posible sólo a partir de la participación del hombre en un mundo que posee el rastro de lo animal. En “Para una tumba sin nombre” existe una conexión entre el chivo y los personajes maculinos. Como ya señalé, el chivo posee el rasgo distintivo principal de lo masculino: la barba. Además se lo nombra en varias ocasiones como una “bestia”[24], como un animal joven que los hombres quieren comer (“un chivo tierno”[25] ) pero también aparece como acompañante y protegido de una mujer. Estas distintas formas de nombrar al chivo prefigurarán algunas de las funciones de lo masculino en relación a lo animal. Para comprender esta conexión entre lo animal y lo masculino en el interior de ambos textos es necesario recurrir al concepto de territorialidad. Este concepto fue propuesto por el antropólogo Robert Ardrey en su libro The Territorial Imperative donde expresa que “el territorio es un área de espacio, sea de agua, tierra o aire, que un animal o grupo de animales defiende como propiedad exclusiva. También la palabra se utiliza para describir la compulsión interna en los seres animados a poseer y defender ese espacio”[26] Efectivamente los hombres compiten en “Para una tumba sin nombre” por el control del territorio. En ese sentido, la mujer es una presa a conquistar, pero nunca una conquista en sí misma sino el valor que tiene esa conquista en el territorio masculino. La mujer tiene un valor de cambio, es por eso que la posesión de Rita tiene menos que ver con la compañía real de una mujer que con la apropiación de su historia. Por eso, Jorge tenía la convicción infantil de que “si se acostaba con otro no podía negarse a dormir conmigo”[27], convicción que también le llevará a tomar el lugar de Ambrosio. Rita adquiere valor para Jorge precisamente porque estaba con otro. En “el Pozo” en cambio, hay un valor en la marca de origen, Ana María es ultrajada por Linacero no por deseo, sino por el valor que tiene para la mirada dentro del territorio masculino el hecho de llegar primero, porque al desvirginizarla “una mujer quedará eternamente cerrada para uno”[28]. Eso mismo, enfureció a Jorge Malabia con el comisionista Godoy, pues no pudo soportar que sea el primero en contar la historia de Rita; el primero que llegó. No es casual que “Para una tumba sin nombre” comience con un grupo de hombres “los notables” jugando al póker y en la escena final, donde aparece Tito, se narre un juego entre los niños mendigos donde uno de ellos es líder y comanda el juego con una niña que lo sigue; pues ambas son escenas de competencia entre hombres que emulan la lucha por la conquista del territorio masculino. Dije en el párrafo anterior que en ambos textos una mujer es una presa a conquistar, pero nunca una conquista en sí misma sino el valor que tiene esa conquista en el territorio masculino. Pues bien, por último agregaré que este sistema de valores asignará funciones a cada uno de los hombres. Por eso, Ambrosio es “el creador”[29], Godoy;“el precursor”[30] y Jorge; “el perfeccionador”[31].
La territorialidad humana
En este punto mostraré cómo ambas novelas se construyen a partir de una territorialidad masculina que funciona como base para el surgimiento de una territorialidad humana y cómo el pasaje de una a la otra está garantizado por el campo semántico de lo animal. Los modos de apropiación, competencia, construcción codificada del otro, etc, que describí anteriormente se van transformando y extendiendo en el texto, a tal punto que se convierten, no sólo en procesos propios del hombre en su condición masculina sino también en procesos propios del hombre en su condición humana. Cuando Linacero le dice a Hanka que ya no deben estar juntos y que su relación era ridícula esto se ve claramente : “Entonces me contestó que tenía razón, pensándolo bien, y que iba a buscarse un hombre que sea como un animal. No quise decirle nada, pero la verdad es que no hay gente así, sana como un animal. Hay solamente Hombres y mujeres que son como animales”[32] En este punto, se hace evidente la diferencia entre lo animal como algo sano, donde lo animal entraría en serie con la figura de la virgen, un relato sencillo y verosímil en contraposición a lo humano, impuro como el relato de la prostituta. Al mismo tiempo que señala al ser humano como un animal territorial, muestra una diferencia entre una condición y la otra. El animal humano defiende y conquista su territorio no sólo a través de acciones sino también a través de acciones construidas con lenguaje. Es deseable que el lenguaje represente a las cosas de manera directa y sencilla como en el relato de la virgen, así funciona para el mundo animal sin embargo, el ser humano es un ser social, allí el lenguaje y el mundo se relacionan a través de mediaciones múltiples, de forma engañosa, como una prostituta. Pensar lo contrario sería no sólo un acto de inocencia sino un acto de estupidez como le sucede a Ana María al caer en la trampa de Linacero. En “El pozo”, existe una relación intrínseca entre el discurso inocente de la fe, de la virgen y el deseo de ocupación total del territorio como rasgo de animalidad. Por eso, Hitler es nombrado como una “bestia rubia”[33] y Stalin posee una inclinación por “las niñitas tiernas”[34], mientras se dice de Lázaro que “El pobre hombre inventa el apocalipsis, me habla del día de la revolución (...)”[35] Allí también hay un vínculo directo entre el discurso religioso, la inocencia del animal y la inocencia de la virgen ya que, Lázaro que como bien sabemos, en el relato bíblico es el hermano de María Magdalena, arquetipo histórico del personaje de la prostituta como señalamos en el primer punto de este trabajo. Al mismo tiempo sabemos que Lázaro lee “libros de economía política”[36] y “tiene algo mono”[37] El discurso político es equiparado en la figura de Lázaro al discurso religioso, inocente y animal. Pero el ser humano a diferencia del mono tiene lenguaje, y con el lenguaje nunca se puede representar a la cosa en su totalidad, es una situación tramposa: el lenguaje siempre deja un espacio vacío, el sueño de totalización del lenguaje como el sueño de totalización del territorio político constituyen la verdadera trampa. De esta manera es posible leer la escena donde Ana María es violada por Linacero a partir de la invención de una mentira, como un intento de invertir el orden violentando el territorio discursivo del realismo (lo original-virginal-religioso) con el lenguaje como trampa. Anteriormente también señalé la complementariedad entre las dos obras analizadas , ya que “El pozo” está principalmente atravesado por las apariciones de una virgen (Ana María) y “Para una tumba sin nombre” por la repetición en la trama narrativa de la figura de una prostituta (Rita). De esta manera, mediante la figura de la virgen se muestra en “El pozo” la trampa del realismo y en “Para una tumba sin nombre” se muestra como esa trampa es constitutiva del lenguaje humano a partir de la figura de la prostituta. Es decir que, mientras que “El pozo” es principalmente crítico de las construcciones del lenguaje humano, “Para una tumba sin nombre” implica una reflexión mucho más profunda sobre el lugar del lenguaje en la experiencia humana. Justamente encontramos remedadas en “Para una tumba sin nombre” reflexiones sobre el lenguaje propios de la tradición filosófica. Por ejemplo, cuando se dice de Rita que: “Se acostumbró después a comparar a los demás hombres con la medida de éste (..)[38] o bien cuando Jorge afirma que: “Así que yo pasé a ser el hombre de turno y algo más”,[39] el texto está remitiendo claramente a la famosa sentencia del sofista Protagoras : “el hombre es la medida de todas las cosas” . No es extraño que así sea ya que, justamente los sofistas han sido críticos de la oposición entre lo verdadero y lo falso en favor de una pragmática del lenguaje. Habría algo de virginal inocente en el discurso ontológico y algo del orden de la prostitución en la logología de los sofistas. La relación entre “Para una tumba sin nombre” y la sentencia de Prótagoras se hace mucho más evidente si tenemos en cuenta que los sofistas eran cuestioandos por vender su techné[40]. Hay allí una relación cercana entre lenguaje y dinero que está también en los textos de Onetti. Por eso, no es casual que en “Para una tumba sin nombre” Godoy, el que llega primero al relato sea comisionista y que Tito, aparezca sobre el final en un mercado.
Conclusión
En este trabajo señalé que existían continuidades entre “El pozo” y “Para una tumba sin nombre” que, como fuí demostrando, tienen que ver con la construcción del mundo masculino a partir de una mirada altamente codificada de lo femenino. También mostré como ambos textos se complementan en esta tarea de construcción. Agregaré como cierre de mi análisis que ambas cuestiones (continuidad y complementariedad) están cifradas en los títulos: ya que es esperable que el anuncio de un vacío de representación (una tumba sin nombre) aparezca como una continuidad, una vinculación con un pozo, al mismo tiempo que es también esperable que ese vacío abra un interrogante, una pregunta a responder, un vacío a llenar. Esta exégesis nos permitió leer “Para una tumba sin nombre” a partir de la relación entre un vacío de representación (una tumba sin nombre) y la condición masculina (hombre). En este sentido podemos afirmar que leí “Para una tumba sin hombre” . Desde esta perspectiva, tal como decía Piglia; el texto abre la pregunta de qué quiere decir ser un hombre. Pero luego leí la relación basada entre un vacío de representación, (una tumba sin nombre) y la pregunta se extendió hacia qué quiere decir ser un Hombre, un humano. En este sentido leí “Para una tumba sin nombre” como “Para una tumba sin Hombre” (con mayúscula). Esta última lectura permitió ver cómo ambos textos se complementan para problematizar el vínculo entre lenguaje y humanidad.
[1] Entrevista realizada a Ricardo Piglia por Edgardo Dieleke, revista Letral, Número 2, año 2009 [2] Onetti, Juan Carlos,“Para una tumba sin nombre” , en Novelas Breves, Eterna Cadencia, Buenos Aires, 2012, pág. 132 [3] Idem. 2. pág. 171 [4] Idem. 2. pág. 122 [5] Idem. 2. pág. 145 [6] Idem. 2. pág. 158 [7] Idem. 2. pág. 180 [8] Onetti, Juan Carlos,”El pozo” , en Novelas Breves, Eterna Cadencia, Buenos Aires, 2012, pág. 17 [9] Cfr. Onetti, Juan Carlos,“Para una tumba sin nombre” , en Novelas Breves, Eterna Cadencia, Buenos Aires, 2012, pág. 137 [10] Idem. 2. pág 138 [11] Idem. 7. pág. 29 [12] Idem. 2. pág 179 [13] Idem. 7.pág. 21 [14] Idem. 7. pág 30 [15] Idem. 7. pág 33 [16] Idem. 7. pág 34 [17] Idem. 7. pág 28 [18] Idem. 7. pág 41 [19] Idem. 7. pág 41 [20] Idem. 7. pág 21 [21] Cfr. Onetti, Juan Carlos,”El pozo” , en Novelas Breves, Eterna Cadencia, Buenos Aires, 2012, pág. 41 [22] Idem. 7. pág 38 [23] Idem. 7. pág 33 [24] Idem. 2. pág 121 [25] Idem. 2. pág 134 [26] Ardrey, Robert, The Territotial Imperative, Nueva York, Atheneum, 1966, citado por Glassner, Martin Ira, Geografía Política, Editorial Docencia, Bs.As. 2000, pág. 51 [27] Idem. 2. pág 138 [28] Idem. 7. pág 28 [29] Idem. 2. pág. 148 [30] Idem. 2. pág. 149 [31] Idem. 2. pág. 150 [32] Idem. 7. pág. 29 [33] Idem. 7. pág. 42 [34] Idem. 7. pág. 40 [35] Idem. 7. pág. 40 [36] Idem. 7. pág. 39 [37] Idem. 7. pág. 39 [38] Idem. 2. pág. 152 [39] Idem. 2. pág. 164 [40] Para un análisis del pensamiento de los Sofistas Ver: Cassin, B, El efecto sofístico, México, FCE, 2008.
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