Macedonio sin final |
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A la manera de doble novela, tan propia de Macedonio, con una especulación en el título, (una casi novela sin final), un protocolo para entrar y salir de la obra de Macedonio en un recorrido por las operaciones de escritura que fue cartografiada por los que reconstruyeron la obra del autor. En este texto, una puesta en escena de autobiografía, el narrador, crítico literario, en contacto y suspensión de un momento de la vida del autor, con quien comparte nombre, teorías, obras publicadas y sobre todo inquietudes literarias, complejiza el inasible género con que se intenta encuadrar esta novela. El relato recorrerá nombres y teorías literarias, además de los espacios de relación entre autores, personajes y obras, el narrador, como en una crónica, transita el proceso de la investigación, la historia es sobre una búsqueda, una voz, una quimera. El narrador en un hospital escucha de su compañero de cuarto una historia sobre Macedonio que lo cautiva, sobre todo porque invoca secretos recovecos de obsesiones personales, es casi la punta del hilo para desentramar un secreto sobre el mítico autor, ante todo una voz que trabajó en los bordes de la literatura, precursor en recursos metaliterarios. Los espacios de la novela, la investigación y el relato como elementos que distinguen el nivel de escritura entre espacios temporales, entran y sale de la ficción, por momentos documental, por momentos biográfica, con la marca del desasosiego de la escritura misma, de sus dispositivos de lectura. La obra de Macedonio es una puesta en escritura por sus recopiladores, familiares, críticos, docentes, de su obra que puede ser leída como el resultado de la interpretación de quienes lo conocieron y de los documentos que dejó sueltos, la lectura ordenada con que contamos hoy es un derrotero que responde a un conjunto de operaciones de significados de un autor no presente, con un paralelo en su novela más famosa, Museo de la novela de la Eterna, una no novela, un modelo sobre la utilización de elementos de la novela como género artístico; la novela de Roberto Ferro viaja en el mismo vehículo, fragmentaria y conexa, provoca una ansiedad respecto al material que se conoce de Macedonio. En los borradores de Macedonio, Roberto, narrador y alter ego del autor, o el autor mismo, entran en la ficción de una historia en la que Froilán Estévez ha construido para reponer un Macedonio que ha documentado por años. El primer movimiento será encontrar testimonios sobre la existencia del personaje, así como de la proximidad con Macedonio antes de sostener que lo que Roberto ha escuchado puede tener visos de realidad. La investigación intenta colocar el relato, sospecha ficcional, en la realidad, para ello buscará pruebas, comparaciones, recurrirá a fotos, a la memoria, a la colaboración de otros tantos investigadores que en contacto de una u otra forma con Macedonio y su obra, podrían formar parte de la trama de este texto. Mientras Froilán Estévez el personaje que Roberto investiga realiza el movimiento inverso, trata de revertir el proceso volviendo las palabras escritas en voz, la voz de Macedonio. Para ello, Froilán Estévez, encuentra a la persona que puede realizar esa acción, en su investigación el crítico literario lo constata, está en la cama vecina de la suya, es una persona real; entre las múltiples pistas, habrá nombres que configuran un escenario de ensayo, por momentos teoría sobre recursos literarios; el profesor, autor, aparece con un yo que discute consigo mismo aspectos propios de todo escritor, el asedio de la duda, la vaguedad de los presupuestos, en definitiva una puesta en escena de los modos de creación de la propia producción de sentido. El texto se deja leer, más allá de la provocación que supone la obra de Macedonio, y estimula, tal vez, más que la lectura del autor, el descubrimiento de un enigma, sin ser una novela policial o de suspenso, que deja en claro que este texto no se dejará clasificar fácilmente. Transcurre en una noche de pre operación, al corazón o literaria, en intersticios de textos, o en una Buenos Aires en la que resuenan nombres de bares, la invasión de la ciudad por los personajes proyecta una intervención de época, una ciudad secreta que tiene su correlato con el legado de un autor venerado como Macedonio. El lector encontrará puntos de contacto con Borges, de quien se dice que amó a Macedonio hasta el plagio, con Cortázar en la evanescencia de personajes que tanto pueden ser fantasmas como imaginarios o reales; con Onetti, entre el imaginario ficcional de su personaje en Brausen y el de ficción, nombres que a su vez son icónicos en la obra del autor, Roberto Ferro, quien despliega a través de este texto el recorrido de lectura de esos autores y revela en sí mismos los procedimientos de construcción. Enfrentar el desafío de escribir sobre un monstruo como Macedonio sin perder en la comparación es uno de los logros de esta novela. Entretenida, fluida, sin duda infaltable en la biblioteca personal.
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