Entre el grito y el suspiro |
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La vida, anclaje de la existencia, permiso incontrolable de las habitaciones de la memoria, es el reservorio inacabado del recuerdo de la sombra detrás de la que se esconde ese cuerpo otro, el de la palabra. Capacidad o intención, orden o impulso, el deseo arma su juego y escatima sobre el papel la continuidad de su quehacer en la poética aclamada. El aire entra y sale impalpable e imprescindible -sigilosa existencia-; entra y sale regalando en su paseo interminable y promiscuo segundos de voluntad que se renuevan en cada salto; entra y sale y es absorbido, sorbido, modificado y vuelto a expulsar. Entra y sale maltratado, extraído de sí su germen vitalis es ya otro. Los cuerpo interminables, inabarcables y esclavos, imploran y se dejan invadir dóciles e insaciables solo para volver a ser presos de su deseo de ser invadidos y transformados nuevamente, a cada segundo. ¿Me llevas o me traes? La marea anárquica, impredecible y fatal como el aire quita el peso que cargan los cuerpos en su deseo desenfrenado y lujurioso por ser abastecidos del placer que requieren, que piden, que reclaman. El triángulo que se repite -doblemente en el sexo que lo habita- perturba la unidad haciendo de la escena en fragmentos de cuerpo plagados de marcas, el aliento que sobrelleva la cadencia, el ritmo inestable de los versos. Impersonal, etéreo, el cuerpo que escribe es los cuerpos que son escritos por la palabra, nublando la escena de la que solo se dejan ver los bordes, finos pliegues de un todo embebido y amasado. El cuerpo de la mujer repetido es uno mismo y es en los otros el sabor de la fruta no extinguible y mil veces nombrada y contenida, desnudada de prescripciones y ataduras ya no puede volver a ser definitivo ni de-terminado por la palabra. Calados de referencias y agasajos, pertenencias e intercambios, se configuran los yoes que hablan y hacen hablar, son hablados por las letras que, mezcladas en un compás profundo y sentido, danzan inciertas sin identificarse así como los cuerpos mudan de sombras para dar cuenta de que el placer y el deseo, el amor y el olvido, no son solo formatos que se repiten en estructuras conservadas sino que fruyen como el mar, como la marea esbozada que lleva y trae los cuerpos y los sentidos a través del despojamiento de los preceptos y los mandatos. Dulce y triste de ausencias se permite la profundidad sin dejar ver las superficies que la contienen. Los ruidos no son oídos allí donde recae la reformulación de la pasión irrefrenable en la que el sexo es conjugado en diferentes tiempos hasta quedar exhausto e indecible, sumido en un espacio inhabitado por la palabra, sugerido. La incertidumbre del deseo aterciopelado se palpa en cada verso. Con cada poema, María Claudia Otsubo, en Respiración involuntaria, desata en una imagen sin pudor, las posibles marcas que se atrevan a ser vistas ancladas en el aire; un cuadro esfumado en el que el deseo desgaja el cuerpo para ser deseado por el deseo mismo, para poder ser poema del olvido de ese cuerpo que, sobre el papel, insinúa y rememora sus fragmentos ardientes, dejando con su huella el paso eterno de la fugacidad.
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