Lo que antecede a la palabra |
|||||||
|
|||||||
|
|||||||
|
|||||||
En cada verso, el plumaje de los retazos de sí misma diseminados por las orillas. Solo desde esos ojos colmados de atardeceres que escatiman el punto infinito en la caricia con que observan el mundo, la metáfora abisma el cuerpo en su devenir escritura, impactando en los sentidos desde sus posibles páramos del dolor, el placer, la soledad y la pasión. Reclamando pertenencia, buscando su lugar entre la narrativa y la poesía, abriéndose camino entre las constelaciones de personajes admirados, las dedicatorias y homenajes, va delineando el mapa de homenajes e inscribiéndose, vinculándose -fresca y decidida- con los matices de una poética conformada a partir de una escritura arrebatada de intensidad y atrevimiento. Como una vida envestida por el anhelo de libertad, por la búsqueda indefinida de espacios donde esparcir los restos de memoria y donde recrear nuevos sentidos, los poemas desenvuelven los imaginarios sugeridos ahondando en espesuras siempre desde un lente prismático y ancestral que conjuga la trayectoria vivida con la esencia del presente en versos que reclaman la integridad de un cuerpo avasallado por la disgregación de las sensaciones, pero unido en sus ansias de ser profundo y perfumado, colmado de una pasión desmedida por vivir cada centímetro de su extensión. A partir de la imagen de recortes que entrelazan la sexualidad, la sensualidad y la femineidad, avanza en el dibujo de su esencia desde rincones de escritura que son grietas en el margen de las palabras. Decir y sentir, hacer con palabras que se acomodan solas y al mismo tiempo son dictadas por un cuerpo que necesita decir, es solo una parte del juego que propone el verde esmeralda que espía la secuencia diagramada en el poemario. Sin estancias extensas ni trayectorias demarcadas o prescriptivas, el desplazamiento es por el papel que encarna lo expuesto disgregando la palabra verdadera en hebras de infinitos mundos exhibidos. Tocada, acariciada en un suspiro atorado por la inercia del silencio, la palabra danza su música de espejos mientras juega a ser revivida en cada verso, espiada por la luz que ilumina su tránsito incierto y sutilmente diagramado para disgregarse en el aire como una brisa tersa y suave. En esta nueva apuesta del sentido, en este mar incierto que invade la pluma árida, tórrida -apenas leve- que derrama su intensa marcha vital, María Claudia desgaja, conforta y deja entrever, los restos que interpelan y conmueven su paso sugestivo y anhelante por las hendijas del papel.
|