El espejo deshabitado por Ana Abregú |
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Una transformación, para constituirse, tiene que morder sus bordes, articular mediante terceros términos el conocido-desconocido escenario. Antalia, recién llegada desde el interior a la Capital, expresa mediante numerosas reflexiones el impacto, las diferencias, su extrañamiento. Una lúcida y originalmente adjetivada capacidad perceptiva, se despliega. La protagonista, con adicción al arte –universo brújula, cosmos y talismán–, está atraída por un incesante buceo en el lenguaje: decires y silencios, modismos y estilos. Sus pensamientos pintan secuencias presentes en forma de cuadros legibles. Este recurso es insertado por Ana Abregú a lo largo de El espejo deshabitado. Estamos ante una novela paradigmática que intenta develar y logra exhibir el contrapunto subjetividad-objetividad en proliferante fragmentación. Su visión deconstructiva, más allá del devenir de la trama, genera suspenso. Las lógicas sobre interrogarse, suponer, dudar, temer, son un motor que alimenta esta excepcional obra cuyo engranaje ancla en el poder de los sentidos. Mientras leía, recordé la afirmación del alemán Robert Yutte, quien sostiene: el siglo XXI marca el comienzo de una era háptica -del griego “tocar”. Una de las cualidades de lo háptico es la simultaneidad del afectar y ser afectado. En esa línea, Antalia, que es también Patricia, atraviesa la funcionalidad de los sentidos. Así, en el doblaje las versiones se multiplican: las manos, los oídos, los olores, las miradas se despliegan y entremezclan en permanente conjunción. “Antalia siente que la mujer acaba de inventar algo más formal en la voz de los ojos, una dimensión propia, un rincón en donde la voz del ojo está dirigiéndose a un lugar en los suyos, en el que hay otras voces y miradas, algo como una especie de leguaje nuevo, un aleteo de voces entre miradas en donde el odio se expande como un gas”. Será la voz de un fotógrafo su primer contacto con un hombre en la nueva ciudad. Será su talento en capturas aquello que la precipite a conseguir un trabajo bien reconocido, entre corazones, cifras y errores, entre el fotógrafo y el médico de una importante Fundación. Con futuro incluido. Liliana Heer |