Marcos Aguinis entre el psicoanálisis y la cibernética

12/18/2008 Leyendas

Desde muy joven Janos Fraenkel dio testimonio de su atrevimiento intelectual y su inquietud por alcanzar nuevos horizontes que dieran cabida a sus ansias irrefrenables de cumplir con el designio de la época que le había tocado vivir: la renovación constante de todas las certezas heredadas del pasado. Janos Fraenkel estaba habitado por un indómito espíritu vanguardista.

 
Por:   Ferro Roberto

Marcos Aguinis entre el psicoanálisis y la cibernética Desde muy joven Janos Fraenkel dio testimonio de su atrevimiento intelectual y su inquietud por alcanzar nuevos horizontes que dieran cabida a sus ansias irrefrenables de cumplir con el designio de la época que le había tocado vivir: la renovación constante de todas las certezas heredadas del pasado. Janos Fraenkel estaba habitado por un indómito espíritu vanguardista. Después de recibirse en la Escuela Politécnica de Miskolc, su ciudad natal en Hungría, se trasladó a Budapest donde se graduó, a principios de 1919, con el título de ingeniero naval. La evidencia incontrastable de que en un país mediterráneo la renovación radical de la industria naviera no estaba entre las prioridades más inmediatas, sumado a la efervescencia política que atravesaba Hungría, fueron impedimentos decisivos que obturaron sus ambiciosos proyectos y lo obligaron a emigrar a Alemania. Después de deambular varios meses por distintas ciudades, sin mayor fortuna, se radicó en Weimar, donde Walter Gropius acababa de fundar la Bauhaus. Janos sin excitar se convirtió al nuevo credo. La recuperación de los métodos artesanales en la actividad constructiva, la nueva valoración de las capacidades de los trabajadores elevados al mismo rango que los artistas generó en él una exaltación casi frenética que lo llevó a desplegar una gestión arrolladora que abarcaba varios proyectos simultáneamente y que, finalmente, generó innumerables conflictos de desigual gravedad entre los diversos departamentos de la organización. Finalmente, Gropius decidió trasladar a Fraenkel a Viena con el objetivo de alejarlo de Weimar encomendándole la fundación de una filial local de la Bauhaus. Después de varios intentos fallidos, el azar hizo que Janos se encontrara con su primo hermano Sandor Ferenczi, quien por esa época era un destacado miembro del Círculo Secreto que se reunía semana tras semana en el 19 Bergasse donde residía desde hacía muchos años Sigmund Freud , fundador del psicoanálisis. Sandor que había cambiado su apellido para darle una tonalidad más húngara, conservaba un cálido recuerdo de su primo a pesar de que era bastante mayor que Janos. Acaso movido por la nostalgia familiar se decidió a ayudarlo, así fue que lo invitó a participar en calidad de oyente a algunas reuniones del Comité Secreto. No hay demasiadas precisiones sobre el número y la frecuencia de esos encuentros, pero hay certeza que dos o tres meses después Janos rompió el silencio al que se había comprometido para presentar una nueva tipología de las neurosis obsesivas tomando como eje de referencia modélica las profesiones, luego de una larga disertación entregó un escrito a Freud. Las consecuencias inmediatas de su atrevimiento fueron, en primer lugar, que su primo dejara de dirigirle la palabra y, luego, que jamás tuvo respuesta de Freud o alguno de sus allegados de la evaluación de su propuesta teórica. La primera noticia que tuve de Fraenkel fue producto de la conjunción de una casualidad y de la indiscreción de un exaltado. Estaba en Trujillo, en los andes venezolanos, participando de una reunión en la que habían convocado a los invitados a un Congreso de Literatura Latinoamericana; era una noche apacible y calurosa, de golpe en la placidez de los medios tonos se asomó abruptamente una voz destemplada echando pestes contra la soberbia tan argentina de Marcos Aguinis, pero quien se cree que es repetía con insistencia, y de tanto en tanto afirmaba que ese tipo era una caracterización inigualable de un caso paradigmático de la tipología de Fraenkel: la neurosis obsesiva del portero de hotel internacional. Cuando me acerqué, quien vociferaba se llamó a silencio y de inmediato advertí que, seguramente, se habría sentido de algún modo avergonzado ante la posibilidad de que otro argentino, acaso con justa razón, le pidiera explicaciones de sus dichos. Ya de vuelta en Buenos Aires, movido por la curiosidad de aquella extraña caracterización me apliqué a la búsqueda de datos sobre Janos Fraenkel, fragmentariamente los he expuesto al principio de este relato, armado en torno a versiones inciertas y a menudo inverosímiles. La única referencia bibliográfica que pude hallar es una fotocopia de segunda mano de un artículo publicado en la revista Psicoanálisis popular del 25 de noviembre de 1944, firmado con las iniciales BM pero sin numeración de página ni de edición, con el sólo dato de haber sido parte de la bibliografía de un curso dictado por Bernardo Madoff en una dependencia de la Escuela Científica Basilio, ubicada en la calle Balcarce de Villa Caraza, según constaba en el margen de la fotocopia. Es posible que el tal Bernardo Madoff fuera el autor de la nota de divulgación en la que señalaba que la tipología de las neurosis obsesivas de Janos Fraenkel era el mayor aporte nosográfico que se había producido en el psicoanálisis después de la caracterización de Kraff-Ebing de las representaciones obsesivas en 1867. Fraenkel partía de la idea de ordenar los rituales obsesivos tomando como modelo actividades automatizadas propias de las diferentes profesiones, esto último como resto evidente de su paso reciente por al Bauhaus; de acuerdo con ello, si en la sintomatología se evidenciaba una convergencia entre un girar constante en torno a un centro fijo, por una parte, mientras se mantenía un monólogo hemorrágico sin prestar mayor atención a las réplicas de quien oye, por otra, Fraenkel afirmaba que esa era la neurosis obsesiva del peluquero. La manía por la exactitud y la puntualidad, así como también la insistencia maniaca en revisar el orden de los objetos que lo rodean, esa era la neurosis del relojero. Había innumerables entradas en su tipología pero la única variedad que tenía una explicación como respaldo era, casualmente, la neurosis obsesiva del portero de hotel internacional. Fraenkel refería el caso de un tal Emil Jannings, que había sido despedido de varios hoteles de Viena, ya que tras un inicio normal de sus tareas específicas, al poco tiempo exigía de modo perentorio el tratamiento de un mariscal de campo del ejército napoleónico inducido por el oropel de su uniforme. Tomé nota del incidente en Trujillo en la ficha correspondiente porque me permitía comprender de otra manera una reiteración frecuente en los procelosos andamios del quehacer literario en los que Marcos Aguinis es un ejemplo desplazado de una conocida afirmación de Maurice Blanchot: Cada vez que el artista es preferido a la obra, esta preferencia, esta exaltación del genio, significa una degradación del arte, el retroceso ante su potencia propia, la búsqueda de sueños compensatorios. Digo ejemplo ligeramente desplazado porque lo que suscita con bastante frecuencia Aguinis no es precisamente preferencia; hay, eso sí, una muy dispar atención dirigida a su figura pública, en algún diario tradicional en el que oficia como columnista, se lo considera como pensador o filósofo, mientras que en las revistas académicas del área de humanidades su perfil brilla por su ausencia. Por su parte, su obra ha recibido una casi nula atención en la crítica literaria (en veinticinco años de Punto de Vista, 1978-2003 no es mencionado ni una vez, tampoco su obra integra los programas habituales de Literatura Argentina en las universidades argentinas, señalo esto como datos que avalan mi argumentación), lo que significa, entonces, que no hay tan preferencia de la figura del autor que sobrepasa la obra, simplemente es una consecuencia de una disparidad insalvable, quizás como origen de los sueños compensatorios. Entonces cuando me tropecé con una versión disparatada e increíble, me pregunté porque había rebotado en lugares tan diferentes, qué era lo que animaba a personas tan disímiles entre sí a propagar una historia a todas luces inverosímil y grotesca. De entrada yo sospeché que algo no andaba en la historia que había oído repetida por lo menos en tres oportunidades primero en las Jornadas de Investigación del instituto de Literatura Hispanoamericana llevadas a cabo en la casa de Victoria Ocampo, apenas dos días después en la presentación de un libro en la Asociación Psicoanalítica Argentina y, finalmente, en el Bar Ramos, una tarde en la que esperaba un amigo y me distraje escuchando obscenamente las conversaciones de una mesa cercana. Las versiones coincidían, más allá de las variantes, en afirmar que un hacker había ingresado en los archivos de la notebook de Aguinis y favorecido por el área de Wi Fi del edificio en que vivía, había logrado interferir la señal de cable de manera tan funesta que por las mañanas cuando el escritor se asomaba al espejo del botiquín en su baño, en vez de ver reflejada su imagen lo que veía era la trasmisión del canal Encuentro, que a esa hora trasmite entrevistas a personajes célebres, la confusión en la que cae a menudo Aguinis es producida por esa infame manipulación. En lugar de su rostro se encuentra con el de Lévi Strauss o el de Jean Paul Sartre, y eso fortalece su identificación con un yo ideal pero ajeno, lo explica, con una gran dosis de maledicencia alegorica, alguna de sus declaraciones y actitudes públicas. Comparé en mi ficha la síntesis del exabrupto recogido en Venezuela con las fabulaciones evidentemente irónicas recogidas en los últimos tiempos, entre estas dos historias había una relación diagramática que asegura su identidad: es la misma historia porque es el mismo dibujo: tensión, rapto, transporte, explosión, fatiga y conclusión. Si bien es verdad que esa leyenda replicada en Buenos Aires y en Trujillo, trata de comprender a través de la invención una situación compleja, me queda sin embargo una duda, que ha atravesado todo esta historia: esas leyendas urbanas no dan cuenta del por qué de Marcos Aguinis. Ese secreto es insondable.

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