Federico Andahazi es un pelotudo |
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Debo comenzar con una breve acotación acerca del título; el malestar, la irritación, el rechazo que producen en los ámbitos en los que desarrollo mis actividades profesionales las intervenciones de Federico Andahazi en las redes sociales y en los medios de comunicación son el motivo de estas líneas; se impone, entonces, señalar que la modalidad de caracterización que he elegido no configura un anatema, ni un insulto, tampoco la he usado en la acepción que refiere a una persona, que actúa sin entendimiento, razón ni gracia, sino que me remito a una de las genealogías a partir de las cuales es posible rastrear los orígenes del significado del término pelotudo. Durante el siglo XIX las formaciones militares que entraban en combate solían organizarse de acuerdo con el armamento y las funciones que cumplían en la batalla, así los que ocupaban la primera fila llevaban piedras grandes, que llamaban pelotas, con un surco por el que ataban un tiento para arrojarlas sobre el enemigo. Ante todo era una táctica que distraía la atención de sus contendientes, ya sea porque eran golpeados por las pelotas de piedra ya sea porque obligaban a comprometer esfuerzos para combatirlos lo que permitía que la infantería o la caballería del otro bando arremetiera contra ellos con mayor libertad. Los soldados que llevaban a cabo esa faena eran llamados pelotudos. A partir de la figura metafórica con que se suele se aludir a la confrontación de los discursos sociales, políticos, ideológicos, como “guerra cultural”, me pareció adecuado vincular ese significado con el rol que cumple Andahazi en esa contienda. No es casual que las afirmaciones de Andahazi acerca de las dudas que le caben sobre la cifra de 30.000 desaparecidos se reiteren machaconamente cuando el gobierno lanza un programa proclamando que Los derechos humanos son transversales a la política de Estado y no pueden ni deben ser utilizados ideológicamente ni en forma partidaria ni ser capturados por nadie, porque son de la gente y para la gente, de acuerdo con la definición oficial, declarando que el plan consiste en cinco ejes, entre ellos “memoria, verdad, justicia y políticas reparatorias” y “seguridad pública y no violencia”, diluyendo de esa manera la diferencia entre los delitos de lesa humanidad y los delitos comunes. Por una parte, esos dichos son funcionales al programa del gobierno y, por otra, centran el debate en un aspecto que olvida que la mayor responsabilidad acerca de la dificultad para establecer fehacientemente esa cifra es del Estado, que durante años ha escamoteado a través de algunas de sus instituciones los archivos que podrían constituir un dato certero que permita convalidar los números del horror. En esa guerra cultural hay otros batallones, así es posible advertir que los portavoces, Lanata, Majul, Jonathan Viale, entre otros, articulan discursos con un mayor grado de argumentación que más allá de la consistencia que puedan tener también operan como distracción ya que enfocan un conflicto otorgándole una notable relevancia que solo se puede verificar por la insistencia y el tono con que lo proclama, por ejemplo, el tema de la rebelión mapuche, el RAM, escamotea tanto la problemática de los latifundios como la complicidad de las fuerzas de seguridad con sus dueños, por una parte y, por otra, permite a esos verdaderos artífices de la tercería, no referirse adecuadamente a la reformas laboral y previsional, que suponen un verdadero despojo a los sectores más desposeídos de nuestro país. A medida que se va ascendiendo en la cadena de mandos, las funciones varían, de todos modos, es posible observar que hay una coordinación, que no siempre es exacta y ajustada, digo por ejemplo cuando toma la palabra el presidente que por sus notorias dificultades con el lenguaje suele exhibir que su competencia no está a la altura de los requerimientos exigidos, pero en cada caso es auxiliado por otros funcionarios o ideólogos. He tratado de situar a Federico Andahazi en un escenario de confrontación discursiva y en ese marco creo que su función queda bien definida como la de un pelotudo, es decir, como el de un soldado que desde la primera fila de la confrontación cumple un rol dentro de una estrategia más amplia. Pero nada más alejado de mi consideración que atribuirle a Andahazi, ignorancia, ingenuidad o entrega desinteresada a una causa; para desarrollar sucintamente ese asunto debo hacer algunas referencias al lugar que ocupa en el campo literario argentino. Para ello me voy a servir de la entrada que le ha dedicado el Diccionario razonado de la Literatura y la Crítica argentinas del Siglo XX de la que gloso algunos fragmentos. En cuanto a su obra, la categorización alemana de Trivialliterartur, que no es un agravio, sino un modo de tipificación rigurosa, permite una aproximación adecuada al especificar que su interés no reside en sí misma sino en lo que significa como fenómeno (de ventas, entre otros) en lo que a partir de ella se construye hacia afuera de la esfera que le es propia. Se trata de un producto pautado por los premios, las políticas editoriales de los suplementos literarios y la planificación sistemática de estrategias publicitarias sutilmente calculadas. De lo que se deduce que Federico Andahazi opera en esta guerra cultural con objetivos similares a los que han guiado su actividad literaria. Del mismo modo, que no se puede negar el fenómeno de ventas que produjo El anatomista tampoco se puede negar que la atmósfera cultural en la que apareció permite pensar esa novela como un índice más que relevante del tono hegemónico en esos años; como ha dicho David Viñas, una cultura de fachada, efímera, dibujada, que alardea de triunfalista y, a la vez, escamotea miserias y vacuidades. No es casual que Andahazi haya sido frecuentemente descrito como un producto típico del menemato. En los años que van desde la publicación de El anatomista y de los textos que le siguieron, he podido verificar una constante: he conocido conversado y discutido las posibles interpretaciones con los lectores de su obra tanto en mis clases como en los cursos que fui dictando en diversas instituciones públicas y privadas; pero nunca he tenido oportunidad de conocer a lectores que hayan releído esos textos. De lo que se puede desprender que su literatura se consume; es decir, como los pañuelos descartables o el papel higiénico, una vez utilizados se agotan. En relación con esto último traigo a colación una cita de Héctor Tizón “No soy lector voraz de best sellers, pero no los desdeño por principio. Y tampoco pienso que porque a un libro lo compren cien mil personas debe ser necesariamente malo. Pero es bueno desconfiar, el éxito publicitario trata a los libros como productos enlatados y los productos enlatados son eso.” En síntesis, en el caso de Andahazi el tratamiento de su literatura se da en sintonía con el perfil de la mercancía, al lector se lo considera un cliente al que hay que seducir, desde la vidriera de una librería o la góndola de un supermercado. De la articulación de esas dos esferas, la de sus intervenciones públicas y la literaria, se desprende la posibilidad de componer una aproximación que las reúna: el objetivo de proyectarse como una celebridad, es decir, como quien alcanza un alto grado de visibilidad en amplios sectores de la población. Acaso a modo de ejemplo la visibilidad que ha alcanzado Vicky Xipolitakis no está relacionada con sus actividades profesionales, sino con su capacidad para manejarse con los medios. Hay una notable asimetría entre la práctica profesional y su repercusión. Debo reconocer que al releer estas últimas líneas me ha asaltado una preocupación que espero salvar con lo que sigue, corro el riesgo que a Vicky Xipolitaquis le pueda asistir la molestia de haberla comparado con el espécimen en el cual centro mis reflexiones, debo dejar aclarado que no me mueve ninguna motivación crítica hacia ella, sino más bien ubicarla como un modelo adecuado para componer mi argumentación. Quizás y con justa razón se pueda conjeturar que otro de los objetivos privilegiados por Federico Andahazi sea ser premiado como lo fue Darío Loperfido, otro belicoso y destacado pelotudo que mereció una condecoración por sus acciones en combate. Me queda una última reflexión, a menudo se producen analogías viciadas de nulidad, es impropio comparar a Macri con Videla, uno ha sido elegido por el voto popular, el otro un sanguinario dictador; a pesar de todo, vale la pena preguntarse no por la comparación sino por los motivos que llevan a muchos a establecerla: en líneas generales, ambos comparten la misma política económica que supone una atrocidad descomunal que empobrece a millones de argentinos y los arroja a una miseria planificada, no me cabe duda que planteada en esos términos la relación tiene otra entidad. Si bien es impropia la comparación directa, cuando se avanza en otras correspondencias además de desvelar las consecuencias se pone de manifiesto la complicidad de los que se han enrolado en las filas del ejército macrista en esta guerra cultural. De todas maneras, creo que las bravatas de Federico Andahazi no deben ser tenidas en cuenta, porque debatir sus afirmaciones y sus dislates es entrar en el juego perverso del régimen neoliberal que nos gobierna. En esa guerra cultural el objetivo fundamental de los grupos dominantes es deslindar su responsabilidad por la descomunal transferencia de recursos de las clases populares a los sectores concentrados de la economía que se está perpetrando a luz del día con la complicidad de los grandes medios de prensa, ese debe ser el centro del debate. Unos son los dueños y otros los gerentes del circo, que deben ser distinguidos de los que actúan como equilibristas o payasos en las pistas. Por lo tanto, insisto, no habría que contestar las provocaciones de Andahazi, porque Federico Andahazi es un pelotudo.
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