A PROPOSITO DE UN CONCURSO
15 de setiembre de 2008
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Puesto que se trataba de un Concurso de Literatura Latinoamericana II, cátedra de la que fui Profesor Titular desde 1987 hasta 1992, y también por ser todavía Director del Instituto de Literatura Hispanoamericana, asistí, el 28 de Agosto de 2008, a las entrevistas y clases dictadas por los aspirantes a Profesor Titular, Doctores Roberto Ferro y Susana Cella ante un Jurado designado oportunamente por el Consejo Directivo de la Facultad y aprobado por el Consejo Superior. Mi interés en observar el desarrollo del concurso estaba, pues, íntima y socialmente justificado.
Su resultado, expuesto en el dictamen, me obliga a hacer algunas precisiones. En primer lugar la dilación en llevar a cabo el concurso: nunca, que yo sepa, ha habido en los últimos años una explicación clara y convincente acerca de las dificultades en realizar determinados concursos. Las consecuencias son visibles: se detiene en ese caso el necesario proceso de renovación de las cátedras, el panorama docente se oscurece y cantidad de lógicas expectativas de ocupar lugares de trabajo adecuados a las cualidades intelectuales y académicas se ven pospuestas de manera injusta. Por no dar más que un ejemplo: ocupan puestos de ayudantes de cátedra y jefes de trabajos prácticos doctores consagrados como tales desde hace años. Por decir lo menos esa insatisfactoria situación oscurece el ambiente, lo llena de suspicacias y la Institución nada hace por disiparlas. No ayuda, a este respecto, la poco justificada tentativa de crear condiciones favorables para abrir las posibilidades de dirigir los Institutos a personas con prescindencia de antecedentes y competencias.
En cuanto a este concurso, luego de años de idas y vueltas, el Consejo Superior aprobó, a propuesta del Consejo Directivo de la Facultad, un Jurado. No se impugnó su integración formalmente estimo que por razones de “cansancio moral”, para que el concurso se efectivizara de una vez, pero el hecho de que formara parte de él la Vice-decana de la Facultad, Dra. Ana María Zubieta, cosa que el CD mismo debería haber vetado, por añadidura titular de Teoría Literaria y sin antecedentes en Literatura Latinoamericana, algo indicaba como decisión, más teniendo en cuenta la proximidad política-académica con la gestión de una de las aspirantes. En efecto, la Dra. Cella, sin ser Profesor Titular, es miembro de la Comisión de Doctorado, encargada de una Cátedra Paralela de Literatura Eslava (muy vinculada, como se percibe, con la Latinoamericana), además de miembro del Consejo Editor, funciones todas que en otros tiempos estaban sometidas a exigencias rigurosas. El caballo del comisario, como decía célebremente Roberto J. Payró.
Tengo algo que decir acerca de los candidatos y, en primer lugar, sobre mi relación con ellos: fui director de las Tesis de doctorado de ambos; a los dos los invité a dirigir un volumen de la Historia crítica de la literatura argentina, a ambos les abrí las puertas de mi casa y del Instituto: hasta cierto momento, los dos trabajaban a la par mientras yo dirigía la Cátedra y el Instituto pero, posteriormente, los respectivos comportamientos fueron muy diferentes. En cierto momento, y hace algunos años, la Doctora Cella dejó de estar presente en la vida del Instituto; sus aportes en ese sentido fueron inexistentes a tal punto que ni siquiera integró equipos de investigación radicados en ese sitio (según tengo sabido instaló su proyecto –de cuyo tema y alcances no tengo conocimiento- en el Instituto de Filología Hispánica) ni compartió tareas en una clara actitud de resistencia al concepto de trabajo en equipo, propio del Instituto, tal como yo mismo lo había articulado y de lo cual múltiples acciones y publicaciones dan cuenta, así como la presencia de integrantes del Instituto en Congresos e invitaciones por parte de Universidades extranjeras. Mi sorpresa fue mayúscula cuando me enteré de que estaba dictando “Literatura Eslava (¡!) en una cátedra paralela, asombro total pues que yo sepa no posee ninguna lengua de área tan vasta ni nunca, que yo sepa, manifestó interés por la problemática literaria de esa zona del mundo.
Seguramente, los miembros del Jurado no estaban en condiciones de valorar estas circunstancias, pero la Doctora Zubieta sí y si no las estimó relevantes debe haber sido por su escasa curiosidad, siendo Vice-decana de la Facultad, por enterarse de la vida de un Instituto y de sus vicisitudes. ¿Debo explicar las razones de mi sorpresa cuando en la entrevista la doctora Cella se expresó como si ella hubiera dirigido la Cátedra y como si temas y propuestas, tales como “Unidad y diversidad”, hubieran salido de su imaginario académico cuando fueron temas de proyectos de investigación dirigidos por mí o por la doctora Manzoni?
En cuanto al Doctor Ferro, su presencia en ambas instancias fue constante y fructífera: intervino en todas las Jornadas de Investigación, formó parte de proyectos bajo mi dirección y fue y es codirector en otros; su trabajo en la Cátedra fue permanente –de lo cual puede dar cuenta la Doctora Manzoni, titular de la misma-, es miembro del consejo de Redacción de la revista Zama, del ILH y, entretanto, llevó a cabo varios Seminarios de Grado, con gran asistencias estudiantil, y de Posgrado en temas de Literatura Latinoamericana, además de diversas publicaciones en ese ámbito. Ha sido invitado con regularidad por entidades académicas extranjeras, en el ámbito latinoamericanista, y su horizonte intelectual, caracterizado por el rigor y la constancia, es ampliamente reconocido, baste mencionar los juicios que emitió Jacques Derrida acerca de su libro sobre la obra de este autor. A ello se une su trabajo docente en equipo. No tengo dudas acerca de la justicia que implicaría un reconocimiento concreto por parte de la Facultad, remisa –lo constato con dolor- a reconocer en la actualidad valores intelectuales y pronta a pactar con personas de escasa valía académica, más bien proclives a “ocupar” posiciones sea como fuere, con estridente ausencia de valoraciones objetivas desprejuiciadas.
Pero se trata de un concurso y el sentido que tiene es “dar lugar” a quien más vale, no necesariamente a quien ocupa un lugar previamente, que es la vieja ideología de la propiedad de la cátedra: no me guía en estas consideraciones, pues, la conservadora mentalidad de la Universidad del privilegio pero, en el caso, no me cupo ninguna duda acerca de la diferencia de cualidades entre los concursantes, tanto en lo que concierne a su “afectio societatis” (o sea a su relación con el campo del que se trata) como a sus intervenciones concretas en la ocasión.
He asistido, pues, a las entrevistas y a las clases: salí de allí con la convicción de que había una diferencia casi insalvable entre ambas intervenciones: el Doctor Ferro expuso, tanto en la entrevista como en la clase, con un dominio y una maestría que no debía merecer ningún reparo. A su claridad conceptual y a su prestancia filosófica se
unió una innovadora presentación del tema elegido, la obra de Horacio Quiroga, del cual, por otra parte –y sé lo que digo pues he escrito sobre el particular desde hace cerca de cincuenta años- en principio habría poco que añadir: sin embargo, hizo una formulación novedosa, tan inesperada para mí que pude conjeturar que debería serlo también para estudiantes universitarios que, para enterarse de lo ya dicho y escrito hasta la fatiga, no necesitan de un profesor titular. En fin, salí convencido de que la Facultad se honraría con un nuevo profesor de esa calidad.
Tuve la impresión de que la Doctora Cella se había adornado durante la entrevista con galardones que no eran suyos además de superficiales y sardónicas afirmaciones acerca de los estudiantes y sus lecturas: ni respecto de los temas de investigación ni de su protagonismo docente ni de ideas acerca de la enseñanza de la literatura latinoamericana dijo nada novedoso ni meramente interesante y, en cuanto a la clase, sentí –y no debo ser el único pues también estaban presentes otros miembros de la Cátedra y del Instituto- que se había limitado, con vehemencia y atropellado discurso, a resumir un “ya sabido” del tema que había elegido, “Huidobro y la vanguardia”: todo me sonaba conocido, a lugares comunes, nada podía aprender: ¿podrían aprender los estudiantes? ¿Necesitarían los estudiantes a profesores que repitieran lo “ad nauseam” sabido?
Tan inevitable me pareció que debía ser la apreciación del Jurado como sorprendente su dictamen, por no mencionar la pobreza de la sintaxis y la ausencia de criterios de valor propios del nivel universitario. No logro entenderlo pues saltaba a la vista lo que debía ser la decisión y, sin embargo, fue opuesta, desconcertante y, en mi opinión, injusta. Además de que, de paso, e insólitamente, cuando el Dr. Ferro centró su propuesta docente a partir de la experiencia en la Cátedra de Literatura Latinoamericana (de la que también la Dra. Cella había formado parte), el Jurado puso en cuestión su desenvolvimiento (desde 1987 hasta la fecha), como si conociera las deficiencias en que habría incurrido, en cuanto calificó la presentación del Dr. Ferro como carente de “propuestas de cambio”. ¿Qué “cambio” se podría esperar de una experiencia exitosa, estimada por centenares de estudiantes y merecedora del respeto de los docentes de la Facultad? ¿Tendría el Jurado elementos de juicio para esperar un deseable cambio? ¿Y por qué el Jurado no le reclamó algo semejante a la Doctora Cella puesto que tampoco ella mencionó en ningún momento la palabra “cambio” ni criticó el trabajo en el que había participado?
Se qué lo que acabo de formular no es una “impugnación” en el sentido institucional del término pero también me tiene perplejo el hecho de que, aunque sea una mera opinión, no vaya a ser tenida en cuenta. Que en la Universidad eso se admita con naturalidad me parece desolador: sé lo que digo y soy responsable de lo que sostengo que entiendo está avalado por una relación constante y profunda con la Universidad y que no pasa por la avidez de ocupar cargos.
Ojalá me equivoque y voces sensatas y responsables corrijan un estridente desacierto en el juicio y en la decisión de “designar”; no sería la primera vez que un Consejo Directivo corrige un mediocre dictamen; si en otras ocasiones lo hizo para impedir un acceso bien puede hacerlo para rectificar un error.
Noé Jitrik
Director del Instituto de Literatura Hispanoamericana
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