Es muy difícil escribir desde la tristeza, sobre todo cuando no está Ferro para decirme: -nena, enfocate.
Esparciendo por adelantado el encanto de la lectura, la pasión por la crítica y la contienda incansable con los paladines de la vulgaridad, supo siempre convencerme de que la vida y la literatura corren por carriles paralelos pero que andan eternamente juntos, que una vez que la maravilla de la pasión ingresa a nuestras vidas quedamos sometidos a ella porque es la que nos enciende, nos ilumina, nos conmueve, nos enamora.
Creo que somos inmensamente afortunados todos los que tuvimos el enorme honor de que Roberto nos dirija y nos acompañe para convidarnos su lectura crítica, invitándonos siempre al estudio, a la superación personal, a animarnos a más, a no dejar nunca de estudiar, de investigar, de movilizar la intriga, de indagar por entre los pliegues de las palabras y los textos.
Yo tuve la suerte de que me eligiera como su alumna y lo que soy se lo debo a él; pero sobre todas las cosas me enseñó a valorar mí esfuerzo y mi trabajo. Él percibió en mí una semilla invisible que sólo él veía, y me repetía: "nunca voy a proponerte hacer algo que crea que no vas a poder realizar" y así me convenció con su grandeza de que yo era capaz, le voy a estar eternamente agradecida porque si no fuera por él nunca me hubiera animado a seguir.
Siempre decía que él era un dealer de la literatura y así se comportaba: siempre intentando enamorar con su arte majestuoso que anteponía la literatura ante todo pero siempre con respeto, invitándonos a apartar la cabeza de la cotidianeidad para ir más allá, siempre atento y compañero, anticipando siempre el desastre de la desidia, el espanto y el miedo al triunfo, las inconfundibles escaramuzas huidizas, las excusas diletantes, las contiendas y escapatorias, siempre predispuesto, siempre incansable, meticuloso, bondadoso, persuasivo, siempre impecable, implacable, siempre Ferro.
Te voy a extrañar mucho mí queridísimo profesor.
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Literatura latinoamericana
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