En estas líneas que comienzo a escribir, propongo una lectura del cuento de Julio Cortázar “La salud de los enfermos”, editado en el año 1966, en el libro Todos los fuegos el fuego.[1] Importante es destacar que estructuraré ejes centrales de la misma no sobre el orden en que el narrador de esta historia la cuenta (el texto comienza con la recaída de tía Clelia), sino sobre la sucesión cronológica de los acontecimientos que la constituyen (enfermedad de mamá, muerte de Alejandro, etc.).
La historia (en el sentido que he indicado en las líneas previas) se inicia con dos planos de situación simultáneos y relacionados entre sí: por una parte, la familia, tal como el narrador la nombra, naciente sujeto creador de una ficción (dentro de la ficción del cuento), ficción basada en la necesidad de ocultamiento de una realidad a otro de los personajes, mamá; por otra parte, la misma mamá, objetivo de la familia creadora, mamá, personaje-objeto receptivo de esa ficción, configurada por su familia y presentada ante ella como realidad. Ambos planos funcionan dependientemente y así lo harán hasta el final del cuento, mas alterándose hasta la inversión cuasi absoluta.
En el primer plano, la familia como sujeto creador de la ficción (que pretende erigirse sobre la realidad de la muerte de Alejandro para proteger a mamá), se estructura y actúa en base a un vínculo lingüístico que funciona como posibilidad de establecimiento de dicha ficción. A través del vehículo de las cartas inventadas, el sujeto colectivo familia articula un vínculo ficticio (carácter conciente para ese sujeto, para el narrador y para el lector, no para mamá, en principio) entre mamá y un Alejandro vivo, falsa conexión que estará vertebrada por el lenguaje.
A pesar de lo presentado anteriormente, la ficción que crea la familia entrará, avanzando el cuento, en una dinámica de desplazamiento de roles tan progresiva y sutil que apenas sospechará (y cuando sospeche, activará su repetido mecanismo de ocultamiento) y que terminará poniendo en escena la inversión de los planos iniciales: la familia poco a poco se tornará objeto de su propia ficción, abandonará sin saberlo el título de propiedad que tiene sobre ella y ésta, entonces, pasará a manos de un nuevo sujeto facilitador de su continuación (continuación de la ficción-continuación del orden familiar iniciado con la muerte de Alejandro), quien anteriormente resultaba ser su receptora, mamá. Quiero considerar un fragmento del segundo párrafo del texto, que cifra el cambio de posición referido (el cierre de la cita podría clausurar mi lectura, sin embargo, creo que no lo hace pues puede ser pensado como un adelanto que sintetiza ambiguamente los procedimientos y alcances de la historia):
“Ya hacía casi un año de eso, pero siempre seguía siendo el primer día para los hermanos y los tíos, para todos menos para mamá, ya que para mamá Alejandro estaba en el Brasil donde una firma de Recife le había encargado la instalación de una fábrica de cemento.” (p.36, subrayado mío)
Si bien he indicado la progresión con que se producen estos desplazamientos en el cuento (mamá desanda la ficción configurada por la familia y se configura como agente de la misma a un tiempo distinto del que toma a la última volverse objeto de esa ficción que inicialmente ideó), reconozco un punto de inflexión que impulsa el corrimiento de mamá, su reconocimiento del entramado ficcional y su toma activa de posición frente a ese otro orden constituido. En contraste con el vínculo lingüístico, vehiculizado por las cartas, sobre cuya base se ha creado la ficción, se despliega un segundo vínculo entre mamá y Alejandro, pero sin mediación de la familia y con un Alejandro muerto, pero hijo, un vínculo, pues, entre madre e hijo, un vínculo prelingüístico que obligatoriamente prescindirá del lenguaje, en tanto el hijo ya no puede hacer uso del mismo. Hay una fragmento altamente significativo que no puedo obviar luego de estas reflexiones: “Carlos y el padre de María Laura viajaron a Uruguay para traer el cuerpo de Alejandro, mientras la familia cuidaba como siempre de mamá que ese día estaba dolorida y difícil.” (p.36, subrayado mío). Es el cuerpo el que hace sentir a mamá aquello que pasa con su hijo más allá de su conocimiento racional; pienso en un saber perteneciente a la esfera de la pulsión, que la vincula con el ocaso de la vida que salió de sí.
Antes de continuar avanzando sobre mi lectura de “La salud de los enfermos”, quiero poner en evidencia la relación que mantiene el sistema desplegado, donde no hay sólo un plano de percepción y conocimiento, con la multiplicidad simultánea de lógicas con que Cortázar juega en sus cuentos fantásticos, preocupación que incluso excede a sus narraciones. Sobre esto volveré más adelante.
Retornando a la idea de punto de inflexión, luego del cual el personaje de mamá reconoce la ficción, pasando ésta a su dominio, debo dar cuenta de un detalle textual que considero que sella el vínculo prelingüístico entre mamá y Alejandro, posibilitando su acceso a la verdad: el beso suave con que cierra la primera carta para Alejandro que ella lee y su firma en lápiz (que firme en lápiz considero que resulta significativo, pues se trata de la única participación en lenguaje escrito que mamá hace en ese vínculo ficcional que han creado para ella y como tal, aparece débilmente marcada, fácilmente eliminable, no perteneciendo completamente a ese plano). El beso, si bien no ha quedado como marca en el papel, sí actúa como gesto valioso en cuanto a su intimidad en la esfera del vínculo prelingüístico y pulsional entre madre e hijo.
Como he referido ya, mamá se constituye firmemente como sujeto facilitador de la ficción, permitiendo una continuación desdoblada de ésta (y facilitada para la familia, que ya no debe hacerse cargo esforzadamente de sostenerla), puesto que se trata de una ficcionalización para la familia de la ficción que la misma familia había creado para mamá. El texto da señales de ello:
“Decile a Pepa que le escriba, ella ya sabe.” (p. 42, subrayado mío)
“Cada tres semanas recibía sin comentarios las noticias de Alejandro; le decía a Pepa que contestara y hablaba de otra cosa, siempre inteligente y atenta y alejada.” (p.43, subrayado mío)
“En la casa todo se había ordenado sin esfuerzo, ahora que parecían haber terminado los sobresaltos y la salud de mamá se mantenía estacionaria.” (p. 43, subrayado mío)
Preciso indicar una cuestión más acerca de este punto: mamá manifiesta ante uno de los integrantes de la familia que falta un nombre en las cartas, un nombre con el cual Alejandro la llamaba y el cual es secreto exclusivo de ellos dos. No es necesario saber si esto es parte de una realidad de la historia o bien, una estrategia de mamá para reafirmar su manejo del orden familiar atravesado por la ficción que ahora ella sostiene; pero sí es importante destacar que a través del ocultamiento de ese signo lingüístico, elemento perteneciente –pero ausente- a la esfera del lenguaje de las cartas, mamá pone en superficie el ejercicio inverso que la familia ha intentado perpetuar ante ella y el cual ella ha podido superar desde otra esfera del saber.
Omitiendo la referencia a “la familia” que el narrador del cuento hace en su primera oración, quiero hacer notar cómo esta voz cambia tal denominación que abarca a Pepa, Rosa, Carlos, tía Clelia y tío Roque, por “todos”, ya avanzada la historia. Siempre que los nombra, habla de ellos como “la familia”, sin embargo, pasan a ser llamados “todos” a partir de la intervención de tío Roque, en donde dice: “(…) Pero yo te digo que tu madre es de las que no aflojan. Está en la familia, che.” (p.40, subrayado mío) Creo que aquí es posible leer cómo esa explícita inclusión de mamá “en la familia”, es decir, el espacio donde se urde la ficción, donde se encuentra el secreto de la muerte de Alejandro, motiva en el narrador la acción de separar ambos planos posiblemente traspasados: corre a mamá del plano de la ficción bajo la sospecha de haber podido ser descubierto por ella (el narrador, como puede verse, adopta parcialmente la perspectiva del círculo de “la familia” y, claramente, no el de mamá, por cuanto su rol de facilitadora de la ficción recién aparece un poco menos borroso al final del cuento).
Siguiendo las hipótesis de lectura desplegadas, brevemente deseo referirme a la relación dialéctica entre mamá y su hermano, el tío Roque, en cuanto a las esferas del saber y de dominio explicadas anteriormente. Ellos aparecen en el texto como los exponentes de los planos presentados: mientras mamá accede a la verdad de la muerte de su hijo esencialmente por vías irracionales, tío Roque es el ideólogo de cada paso de la creación ficcional, sus sobrinos lo consultan para avanzar en el sostenimiento de la ficción, él se encarga de organizar, de aceptar o descartar posibles continuaciones del plan, etc. Representa la lógica establecida racionalmente, con parámetros estructurales de la realidad circunscripta a sólo un tipo de posibilidad de conocer, de decir. En cambio, mamá aparece como contrapunto de ello, como una de esas múltiples y simultáneas lógicas que expuse más arriba, pensando en la narrativa fantástica de Cortázar.
Finalmente y en consonancia con lo que he desarrollado en cuanto al desplazamiento de roles respecto del ocultamiento de la realidad a través de la ficción del lenguaje en las cartas, pretendo dedicar algunas líneas a la cuestión de esta familia que progresivamente, como he dicho ya, va transformándose en objeto de la ficción que ella misma había creado para mamá. Si bien a lo largo del cuento uno u otro de sus integrantes presentan sospechas en relación al posible conocimiento de mamá acerca de la realidad de la muerte de Alejandro (que se vuelven realidades, con la muerte de tía Clelia), buscan desecharlas amparándose en explicaciones racionales que no encajan con los motivos de duda o, alternativamente, prefieren apartar esas ideas, taparlas, intentando que no afecten ese orden familiar que, a partir de la ficción, han instalado en el hogar.
Unas últimas palabras debo dedicarlas a la misma cuestión que cierra “La salud de los enfermos” y que introduzco con las siguientes citas:
“(…) a fuerza de fingir las risas todos habían acabado por reírse de veras con mamá, y a veces se hacían bromas y se tiraban manotazos aunque no estuvieran con ella, y después se miraban como si se despertaran bruscamente, y Pepa se ponía muy colorada y Carlos encendía un cigarrillo con la cabeza gacha.” (p. 38)
“La rutina los abarcaba a todos, y para Rosa telefonear a un agujero negro en el extremo del hilo era simple y cotidiano como para tío Roque seguir leyendo falsos telegramas sobre un fondo de anuncios de remates o noticias de fútbol (…)” (p. 47)
“Ni siquiera durante los últimos meses de mamá cambiaron las costumbres, aunque poca importancia tuviera ya.” (p. 47)
La familia no sólo se vuelve objeto de la ficción, porque mamá pase a ser el sujeto que la sostiene, sino que termina comportándose como si ésta fuera la completa realidad, como si hubiesen perdido la noción del límite que domina mamá, como si quedasen cada vez más atrapados en la historia que se creyeron a fuerza de repetición.
No hay aquí motivos fantásticos ni pasajes patentes que transporten a los personajes de Cortázar de una posible vida a otra, de una lógica de realidad y de conocimiento a otra, pero sí he vuelto a encontrar una narrativa que despliega todos sus recursos para hacerse a sí misma en la ruptura incansable de las gruesas y opacas ópticas con que conocemos, pensamos, leemos, decimos, con que creemos ser en el mundo.
Mariana Pamela Neme Scheij
D.N.I.: 31.443.208
E-mail: elvientoenmicara@hotmail.com
[1] Trabajaré con la siguiente edición: Cortázar, Julio, Todos los fuegos el fuego, Serie Clásicos de la Biblioteca Argentina, Editorial Sol 90, s.d., 2001
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