Roberto Ferro es Doctor en Letras por la Universidad de Buenos Aires, profesor e investigador en la Facultad de Filosofía y Letras. Pero sobre todo es escritor, de crítica literaria y de ficción. Su escritura crítica se ha desarrollado por un campo amplio, por el que ha ido hilando un camino heterogéneo de publicaciones entre las que se cuenta Lectura (h)errada con Jacques Derrida (1995), Sostiene Tabucchi (1999), Onetti/La fundación imaginada (2003), y la dirección de un volumen dedicado a Macedonio Fernández en La Historia Crítica de la Literatura Argentina (2007). Su ficción, en cambio, parece haberse inclinado por el misterio en la novela policial El otro Joyce (2011) y en La voz de Macedonio, folletín autobiográfico que publica actualmente en su blog.
-¿Por qué La voz de Macedonio? Pareciera que de Macedonio Fernández se busca recuperar, ya en Diálogo de un diálogo de Borges, lo sonoro más que lo dicho. ¿A qué se debe esa fascinación sonora por Macedonio?
En ese título se cruzan varias cuestiones diferentes, hay un solapamiento de géneros, de discursos, de experiencias. En primer lugar ese es un tópico abordado por la crítica macedoniana en relación con el modo en que Borges desplaza la importancia de la escritura de Macedonio a la ocurrencia oral, por lo tanto fugaz. Pero más allá de ese aspecto, el título del folletín autobiográfico que estoy publicando en mi blog remite a una experiencia personal que luego de muchas dilaciones me he decidido a contar.
¿A qué experiencia se refiere?
Hace algunos años, la noche anterior a que me operaran del corazón en el Instituto Cardiovascular Buenos Aires, compartí la habitación con alguien que dijo llamarse Carlos von Hoffman. En el clima de camaradería que surge entre quienes van a atravesar por una experiencia límite, me cuenta una historia vinculada a la voz de Macedonio, que lo tuvo como protagonista. La historia era a la vez tan inverosímil como atractiva, a tal punto que von Hoffman terminó de relatármela recién unos minutos antes de que me llevaran al quirófano, sin que yo hubiera tenido conciencia del tiempo que había trascurrido. Es decir, durante toda noche, yo estuve atrapado por la fascinación de ese relato. Luego de la operación, glosando a Juan Dahlmann, estuve unos días en los arrabales del infierno; más tarde pasé por varias etapas hasta que, finalmente, fui dado de alta. Mientras tanto, la historia que me había contado von Hoffman había quedado olvidada en algún rincón de mi memoria. Apenas me repuse, regresé a la tarea de dar los toques finales al volumen de la Historia Crítica dedicado a Macedonio, que había interrumpido mi enfermedad, recién entonces la recordé de manera íntegra, entonces intenté volver a tomar contacto con él. A modo de síntesis, von Hoffman había fallecido antes de que lo pudieran operar y a mí me quedaron los enigmas. La historia que cuento en el folletín, que se extendió durante los años que duró mi investigación para develar ese secreto, trata de recuperar esa búsqueda.
-Tanto Jorge Cáceres en El otro Joyce, como Roberto, en La voz de Macedonio, se lanzan a la resolución de un misterio literario que es, en cierto modo, una búsqueda arqueológica. ¿Cómo aparece esa búsqueda en el proceso de su escritura crítica y de ficción?
Más que de una búsqueda arqueológica, yo la pienso desde otra correlación, hay una serie de componentes que permiten establecer ciertas simetrías entre la crítica literaria y el relato policial, yo tengo una postura muy definida en torno a ese asunto. La contaminación entre esos dos espacios discursivos es falaz cuando se refiere a la interpretación, a la actividad de lectura, a la búsqueda del sentido, porque allí no hay secreto, ni enigma; los textos literarios no esconden nada son esceno-grafías, puestas en escena de múltiples significaciones. En cambio, cuando el crítico busca objetos como inéditos, manuscritos, cartas, testimonios, allí la trama policial es muy pertinente para comprender las pujas que hay en ese campo. Donde son frecuentes las falsificaciones, las estafas, los plagios, las complicidades, que tienen una notable correspondencia con el género policial. Jorge Cáceres y Roberto, no persiguen interpretaciones únicas, ni verdades metafóricas, persiguen rastros, secretos, que no participan del orden discursivo sino de la experiencia.
Varias veces he apuntado a perturbar el orden genérico en mis textos críticos y en El otro Joyce, he ido en sentido inverso de la ficción a la crítica. Esto, por supuesto, tiene un vasto linaje en la literatura y en particular en la literatura argentina, en la que ese deslizamiento tiene en Borges, ante todo, y en Piglia, después, que son dos escritores que han transitado y abierto el cauce de esa modalidad.
-Periódicamente actualiza su blog http://robertoferro.blogspot.com.ar/. En este momento está publicando allí los capítulos de “La voz de Macedonio”, ¿en qué cambió, esta posibilidad de publicar en internet, el panorama literario argentino?
Hay una frase de un ingeniero informático, Alan Kay, que viene muy a cuento de tu pregunta: “La tecnología es todo aquello que fue inventado después de que tu nacieras”, que bien podría funcionar como epígrafe de mi respuesta. Escribí mis primeros libros a partir de otra tecnología, la máquina de escribir, traté a los empujones de situarme en la marea de cambios que supuso la aparición de las computadoras personales primero y después la de Internet. Más allá de esta no tan sutil confesión digo que siempre he sido un cultor de los folletines, la fragmentación, el juego de suspenso y diferimiento, la posibilidad de ir deshaciendo una historia mientras se va urdiendo, se potencia con la dinámica que impone el blog. En una época fui guionista de historietas, las entregas había que cumplirlas, del mismo modo, proponer una publicación semanal me impone un ritmo, que a mí me beneficia y me lleva a terminar un texto que tenía en suspensión.
Lo que sí no podría es pensar la cuestión en términos globales, es decir, haciendo una reflexión que abarque el espacio literario argentino, conozco escritores que siguen trabajando sus textos a mano, otros que escribe a máquina, y otros, que pueden moverse en el espacio de Internet aprovechando las ventajas que le otorga ese modo de hacer circular los textos.
Creo de todos modos, que la gran innovación que trae la tecnología es la posibilidad de que los lectores intervengan material y concretamente en los textos que leen, de una manera más efectiva y dinámica. El libro que ha sido, es y será una notable invención tecnológica: compacto, portátil, fácil de manipular, barato, autónomo, sigue de todas maneras provocando en el lector sentidos imaginarios en el curso de su lectura. En cambio, ahora, se puede incorporar las intervenciones, Digo mucho más allá de las notas que los lectores hacemos en los márgenes.
-Además de la publicación on-line de “La voz de Macedonio”, ¿está trabajando en algún otro proyecto?
Si, trabajo en un texto de largo aliento sobre la obra de Julio Cortázar, una deuda que tengo conmigo desde hace muchos años. También dirijo un programa de investigación sobre la transgenericidad, asunto teórico de gran vitalidad desde el principio de los tiempos en el campo literario. Y estoy organizando las Jornadas Macedonio Fernández, que el Instituto de Literatura Hispanoamericana organiza junto con el MALBA y la Biblioteca Nacional, que se llevarán a cabo el 30 y 31 de octubre. La idea es convocar a un grupo de escritores y críticos literarios de cuyo conocimiento de los escritos de Macedonio Fernández esperamos, y ése es el sentido del encuentro, lecturas abiertas a la especulación y al debate a partir de un cuerpo de escritura siempre vivo, provocativo y estimulante. Situada en la encrucijada del modernismo y la vanguardia, la escritura de Macedonio se abre a múltiples posibilidades en las que se trama buena parte de las inflexiones de la teoría literaria contemporánea: frente a una perspectiva innovadora acerca de lo que puede ser la literatura y un pensamiento de ruptura que le atribuimos, nada es más oportuno que un encuentro de estas características y con tales protagonistas.
-¿Qué es hacer crítica literaria en la Argentina hoy, pensándolo especialmente desde el lugar del académico de la UBA?, ¿cómo juega el canon?
Solo puedo contestar por mi experiencia, siempre me consideré un heterodoxo, a pesar de trabajar durante más de 27 años en la Facultad de Filosofía y Letras y de valorar la crítica académica como una vía notable de conocimiento de los textos, he seguido participando en otros espacios de hacer literario, lo que me permite pensarme como un híbrido, instalado un poco más allá de cualquier localización específica. Insisto la crítica académica, que está libre de las ataduras de la novedad y el mercado, puede dedicarse al estudio de textos y autores, que a menudo no aparecen en los estantes de las librerías ni en las portadas de los suplementos culturales; pero como contrapartida, las pujas de poder, las complicidades mafiosas, que encumbran a los mediocres por tranzas políticas, me fatigan, de ahí que esa heterogeneidad que mencioné al principio me haya permitido mantener centrado en mis intereses y no en los entendimientos de pasillo.
En relación con el canon puedo decir que la legitimación en el espacio literario argentino está íntimamente vinculada a la heterogeneidad de los focos de construcción de legibilidad, desde los que se van haciendo tangibles las disposiciones y las creencias que legalizan lo literario, ya sean textos, protocolos, poéticas, escritores o instituciones. Esas instancias legitimadoras son muy diversas, a veces el recorte que cada una de ellas impone coincide parcialmente con las de las otras, a veces entra en contradicción y debate. En los distintos focos los criterios varían; por lo tanto, diseñar un mapa aproximado de su configuración supone reflexionar sobre la particular circulación de los textos en ellos y, correlativamente, revisar las variantes que esa indagación tiene en relación con el sistema de periodizaciones y los dispositivos en las instituciones literarias las ubican y legalizan. Es difícil caracterizar la enorme complejidad y variedad de las modalidades de lectura que participan en las prácticas sociales. Aquello que cada época considera literario conforma un régimen de legibilidades específico. Lo que en otros términos significa: prácticas, disposiciones y creencias, entramadas con conjunto de procesos históricos, culturales y epistémicos, arraigados en la relativa estabilidad que le otorgan las instituciones que establecen y legislan las continuidades y las discontinuidades.
Yo creo que el canon literario se va configurando en travesías de larga duración, y la idea de efímero no necesariamente se corresponde con un lapso de tiempo determinado. El valor literario de un texto no depende de la mayor o menor repercusión que tenga al momento de aparecer, sino de un proceso de deslizamientos y vaivenes entre olvidos y rescates, a veces lábiles a veces bruscos, que residen en miradas lectoras libres de condicionamientos utilitarios y en lazos genealógicos tendidos a través de reescrituras. El valor literario no se construye con operaciones y maniobras planificadas a priori, es el resultado de un complejo entramado de vertientes que se nutren y rechazan. Si no fuera así Poldy Bird, Marcos Aguinis o Jorge Bucay, ocuparían el centro de la valoración, serían escritores faros, pero el éxito no alcanza para medir la estatura literaria de un texto o de un autor. La obra de Héctor Libertella, Antonio Di Benedetto o Rodolfo Wilcock son testimonio suficiente de esta aseveración.
-Hasta ahora di por sentado que crítica y ficción son discursos separados, casi opuesto. ¿Es así?, ¿uno deja de leer para hacer literatura?, ¿o acaso la ficción lo salva de la crítica?
Crítica y ficción son modalidades que se intersectan, los textos no pertenecen a un género, sino que participan de varios, de modo incalculable, a veces simultáneamente.
En relación con la lectura, creo que la literatura es un espacio en el que todos leen y algunos escriben. A mí me cuesta separar la lectura de la escritura, las pienso una como metáfora de la otra. La ficción no me salva de la crítica, sino más bien ficción y crítica me han preservado, eso es al menos lo que yo creo, de algunas banalidades que son propias del la calle Puán. Y de el modo en que circula la literatura en los suplementos culturales.
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