Bienvenido, Bob 2/13/2005 Literatura Relatos Textos Juan Carlos Onetti nace en Montevideo, en una casa de la calle San Salvador, en el Barrio Sur. Su padre, Carlos Onetti, era funcionario de aduana; su madre, Honoria Borges, provenía de una familia brasileña. Tuvo dos hermanos, uno mayor que él, Raúl, otra menor, Raquel. De la suya solía decir que fue "una infancia feliz". Por: Onetti Juan Carlos Es seguro que cada día estará más viejo, más lejos del tiempo en que se llamaba Bob, del pelo rubio colgando en la sien, la sonrisa y los lustrosos ojos de cuando entraba silenciosamente en la sala, murmurando un saludo o moviendo un poco la mano cerca de la oreja, e iba a sentarse bajo la lámpara, cerca del piano, con un libro o simplemente quieto y aparte, abstraído, mirándonos durante una hora sin un gesto en la cara, moviendo de vez en cuando los dedos para manejar el cigarrillo y limpiar de cenizas la solapa de sus trajes claros. Igualmente lejos —ahora que se llama Roberto y se emborracha con cualquier cosa, protegiéndose la boca con la mano sucia cuando toso— del Bob que tomaba cerveza, dos vasos solamente en la más larga de las noches, con una pila de monedas de diez sobre su mesa de la cantina del club, para gastar en la máquina de discos. Casi siempre solo, escuchando jazz, la cara soñolienta, dichosa y pálida, moviendo apenas la cabeza para saludarme cuando yo pasaba, siguiéndome con los ojos tanto tiempo como yo me quedara, tanto tiempo como me fuera posible soportar su mirada azul detenida incansablemente en mí, manteniendo sin esfuerzo el intenso desprecio y la burla más suave. También con algún otro muchacho, los sábados, alguno tan rabiosamente joven como él, con quien conversaba de solos, trompas y coros y de la infinita ciudad que Bob construiría sobre la costa cuando fuera arquitecto. Se interrumpía al verme pasar para hacerme el breve saludo y no sacar los ojos de mi cara, resbalando palabras apagadas y sonrisas por una punta de la boca hacia el compañero que terminaba siempre por mirarme y duplicar en silencio el silencio y la burla. A veces me sentía fuerte y trataba de mirarlo: apoyaba la cara en una mano y fumaba encima de mi copa mirándolo sin pestañear, sin apartar la atención de mi rostro que debía sostenerse frío, un poco melancólico. En aquel tiempo Bob era muy parecido a Inés; podía ver algo de ella en su cara a través del salón del club, y acaso alguna noche lo haya mirado como la miraba a ella. Pero casi siempre prefería olvidar los ojos de Bob y me sentaba de espaldas a él y miraba las bocas de los que hablaban en mi mesa, a aveces callado y triste para que él supiera que había en mí algo más que aquello por lo que había juzgado, algo próximo a él; a veces me ayudaba con unas copas y pensaba "querido Bob, andá a contárselo a tu hermanita", mientas acariciaba las manos de las muchachas que estaban sentadas a mi mesa o estiraba una teoría sobre cualquier cosa, para que ellas rieran y Bob lo oyera. Pero ni la actitud ni la mirada de Bob mostraban ninguna alteración en aquel tiempo, hiciera yo lo que hiciera. Sólo recuerdo esto como prueba de que él anotaba mis comedias en la cantina. Tenía un impermeable cerrado hasta el cuello, las manos en los bolsillos. Me saludó moviendo la cabeza, miró alrededor enseguida y avanzó en la habitación como si me hubiera suprimido con la rápida cabezada: lo vi moverse dando vueltas a la mesa, sobre la alfombra, andando sobre ella con sus amarillentos zapatos de goma. Tocó una flor con un dedo, se sentó en el borde de la mesa y se puso a fumar mirando el florero, el sereno perfil puesto hacia mí, un poco inclinado, flojo y pensativo. Imprudentemente —yo estaba de pie recostado contra el piano— empuje con mi mano izquierda una tecla grave y quedé ya obligado a repetir el sonido cada tres segundos, mirándolo. Yo no tenía por él más que odio y un vergonzante respeto, y seguí hundiendo la tecla, clavándola con una cobarde ferocidad en el silencio de la casa, hasta que repentinamente quedé situado afuera, observando la escena como si estuviera en lo alto de la escalera o en la puerta, viéndolo y sintiéndolo a él, Bob, silencioso y ausente junto al hilo de humo de su cigarrillo que subía temblando; sintiéndome a mí, alto y rígido, un poco patético, un poco ridículo en la penumbra, golpeando cada tres exactos segundos la tecla grave con mi índice. Pensé entonces que no estaba haciendo sonar el piano por una incomprensible bravata, sino que lo estaba llamando; que la profunda nota que tenazmente hacía renacer mi dedo en el borde de cada última vibración era, al fin encontrada, la única palabra pordiosera con que podía pedir tolerancia y comprensión a su juventud implacable. Él continuó inmóvil hasta que Inés golpeó la puerta del dormitorio antes de bajar a juntarse conmigo. Entonces Bob se enderezó y vino caminando con pereza hasta el otro extremo del piano, apoyó un codo, me moró un momento y después dijo con una hermosa sonrisa: "Esta noche es una noche de lecho o de whisky? ¿Ímpetu de salvación o salto en el vacío?". No podía contestarle nada, no podía deshacerle la cara de un golpe; dejé de tocar y fui retirando lentamente la mano del piano. Inés estaba en la mitad de la escalera cundo él me dijo: "Bueno, puede ser que usted improvise". El duelo duró tres o cuatro meses, y yo no podía dejar de ir por las noches al club —recuerdo, de paso, que había campeonato de tenis por aquel tiempo— porque cuando me estaba por algún tiempo sin aparecer por allí, Bob saludaba mi regreso aumentando el desdén y la ironía en sus ojos y se acomodaba en el asiento con una mueca feliz. Cuando llegó el momento de que yo no pudiera desear otra solución que casarme con Inés cuanto antes, Bob y su táctica cambiaron. No sé cómo supo mi necesidad de casarme con su hermana y de cómo yo había abrazado esa necesidad con todas las fuerzas que me quedaban. Mi amor por aquella necesidad había suprimido el pasado y toda atadura con el presente. No reparaba entonces en Bob; pero poco tiempo después hube de recordar cómo había cambiado en aquella época y alguna vez quedé inmóvil, de pie en la esquina, insultándolo entre dientes, comprendiendo que entonces su cara había dejado de ser burlona y me enfrentaba con seriedad y un intenso cálculo, como se mira un peligro o una tarea compleja, como se trata de valorar el obstáculo y medirlo con las fuerzas de uno. Pero yo no le daba ya importancia y hasta llegué a pensar que en su cara inmóvil y fija estaba naciendo la comprensión por lo fundamental mío, por un viejo pasado de limpieza que la adorada necesidad de casarme con Inés extraía de debajo de los años y sucesos para acercarme a él. Después vi que estaba esperando la noche; pero lo vi recién cuando aquella noche llegó Bob y vino a sentarse a la mesa donde yo estaba solo y despidió al mozo con una seña. Esperé un rato mirándolo, era tan parecido a ella cuando movía las cejas; y la punta de la nariz, como a Inés, se le aplastaba un poco cuando conversaba. "Usted no va a casarse con Inés", dijo después. Lo miré, sonreí, dejé de mirarlo. "No, no se va a casar con ella porque una cosa así se puede evitar si hay alguien de veras resuelto a que se haga". Volví a sonreírme. "Hace unos años —le dije— eso me hubiera dado muchas ganas de casarme con Inés. Ahora no agrega ni saca. Pero puedo oírlo, si quiere explicarme...". Enderezó la cabeza y continuó mirándome en silencio; acaso tuviera prontas las frases y esperaba a que yo completara la mía para decirlas. "Si quiere explicarme por qué no quiere que yo me case con ella", pregunté lentamente y me recosté en la pared. Vi enseguida que yo no había sospechado nunca cuánto y con cuanta resolución me odiaba; tenía la cara pálida, con una sonrisa sujeta y apretada con los labios y dientes. "Habría que dividirlo por capítulos —dijo—, no terminaría en la noche". "Pero se puede decir en dos o tres palabras. Usted no se va a casar con ella porque usted es viejo y ella es joven. No sé si usted tiene treinta o cuarenta años, no importa. Pero usted es un hombre hecho, es decir deshecho, como todos los hombres a su edad cuando no son extraordinarios". Chupó el cigarrillo apagado, miró hacia la calle y volvió a mirarme; mi cabeza estaba apoyada contra la pared y seguía esperando. "Claro que usted tiene motivos para creer en lo extraordinario suyo. Creer que ha salvado muchas cosas del naufragio. Pero no es cierto". Me puse a fumar de perfil a él; me molestaba, pero no le creía; me provocaba un tibio odio, pero yo estaba seguro de que nada me haría dudar de mí mismo después de haber conocido la necesidad de casarme con Inés. No; estábamos en la misma mesa y yo era tan limpio y tan joven como él. "usted puede equivocarse —le dije—. Si usted quiere nombrar algo de lo que hay deshecho en mí...". "No, no —dijo rápidamente—, no soy tan niño. No entro en ese juego. Usted es egoísta; es sensual de una sucia manera. Está atado a cosas miserables y son las cosas las que lo arrastran. No va a ninguna parte, no lo desea realmente. Es eso, nada más; usted es viejo y ella es joven. Ni siquiera debo pensar en ella frente a usted. Y usted pretende...". Tampoco entonces podía yo romperle la cara, así que resolví prescindir de él, fui al aparto de música, marqué cualquier cosa y puse una moneda. Volví despacio al asiento y escuché. La música era poco fuerte; alguien cantaba dulcemente en el interior de grandes pausas. A mi lado Bob estaba diciendo que ni siquiera él, alguien como él, era digno de mirar a Inés a los ojos. Pobre chico, pensé con admiración. Estuvo diciendo que en aquello que él llama vejez, lo más repugnante, lo que determinaba la descomposición era pensar por conceptos, englobar a las mujeres en la palabra mujer, empujarlas sin cuidado para que pudieran amoldarse al concepto hecho por una pobre experiencia. Pero —decía también— tampoco la palabra experiencia era exacta. No había ya experiencias, nada más que costumbre y repeticiones, nombres marchitos para ir poniendo a las cosas y un poco crearlas. Más o menos eso estuvo diciendo. Y yo pensaba suavemente si él caería muerto o encontraría la manera de matarme, allí mismo y enseguida, si yo le contara las imágenes que removía en mí al decir que ni siquiera él merecía tocar a Inés con la punta de un dedo, el pobre chico, o besar el extremo de sus vestidos, la huella de sus pasos o cosas así. Después de una pausa —la música había terminado y el aparato apagó las luces aumentando el silencio—, Bob dijo "nada más", y se fue con el andar de siempre, seguro, ni rápido ni lento. Si aquella noche el rostro de Inés se me mostró en las facciones de Bob, si en algún momento el fraternal parecido pudo aprovechar la trampa de un gesto para darme a Inés por Bob, fue aquella, entonces, la última vez que vi a la muchacha. Es cierto que volví a estar con ella dos noches después en la entrevista habitual, y un mediodía en un encuentro impuesto por mi desesperación, inútil, sabiendo de antemano que todo recurso de palabra y presencia sería inútil, que todos mis machacantes ruegos morirían de manera asombrosa, como si no hubieran sido nunca, disueltos en el enorme aire azul de la plaza, bajo el follaje de verde apacible en mitad de la buena estación. Las pequeñas y rápidas partes del rostro de Inés que me había mostrado aquella noche Bob, aunque dirigidas contra mí, unidas a la agresión, participaban del entusiasmo y el candor de la muchacha. Pero cómo hablar a Inés, cómo tocarla, convencerla a través de la repentina mujer apática de las dos últimas entrevistas. Cómo reconocerla o siquiera evocarla mirando a la mujer de largo cuerpo rígido en el sillón de su casa y en el banco de la plaza, de una igual rigidez resuelta y mantenida en las dos distintas horas y los dos parajes; la mujer de cuello tenso, los ojos hacia delante, la boca muerta, las manos plantadas en el regazo. Yo la miraba y era "no", sabía que era "no" todo el aire que la estaba rodeando. Nunca supe cuál fue la anécdota elegida por Bob para aquello; en todo caso, estoy seguro de que no mintió, de que entonces nada —ni Inés— podía hacerlo mentir. No vi más a Inés ni tampoco a su forma vacía y endurecida; supe que se casó y que no vive ya en Buenos Aires. Por entonces, en medio del odio y del sufrimiento me gustaba imaginar a Bob imaginando mis hechos y eligiendo la cosa justa o el conjunto de cosas que fue capaz de matarme en Inés y matarla a ella para mí. Ahora hace cerca de un uño que veo a Bob casi diariamente, en el mismo café, rodeado de la misma gente. Cuando nos presentaron —hoy se llama Roberto— comprendí que el pasado no tiene tiempo y el ayer se junta allí con la fecha de diez años atrás. Algún gastado rastro de Inés había aún en su cara, y un movimiento de la boca de Bob alcanzó para que yo volviera a ver el alargado cuerpo de la muchacha, sus calmosos y desenvueltos pasos, y para que los mismos inalterados ojos azules volvieran a mirarme bajo un flojo peinado de cruzaba y sujetaba una cinta roja. Ausente y perdida para siempre, podía conservarse viviente e intacta, definitivamente inconfundible, idéntica a lo esencial suyo. Pero era trabajoso escarbar en la cara, las palabras y los gestos de Roberto para encontrar a Bob y poder odiarlo. La tarde del primer encuentro esperé durante horas a que se quedara solo o saliera para hablarle y golpearlo. Quieto y silencioso, espiando a veces su cara o evocando a Inés en las ventanas brillantes del café, compuse mañosamente las frases del insulto y encontré el paciente tono con que iba a decírselas, elegí el situio de su cuerpo donde dar el primer golpe. Pero se fue al anochecer acmpañado por tres amigos, y resolví esperar, como había esperado él años atrás, la noche propicia en que estuviera solo. Cuando volví a verlo, cuando iniciamos esta segunda amistad que espero no terminará ya nunca, dejé de pensar en toda forma de ataque. Quedó resuelto que no le hablaría jamás de Inés ni del pasado y que, en silencio, yo mantendría todo aquello viviente dentro de mí. Nada más que esto hago, casi todas las tardes, frente a Roberto y las caras familiares del café. Mi odio se conservará cálido y nuevo mientras pueda seguir viviendo y escuchando a Roberto; nadie sabe de mi venganza, pero la vivo, gozosa y enfurecida, un día y otro. Hablo con él, sonrío, fumo, tomo café. Todo el tiempo pensando en Bob, en su pureza, su fe, en la audacia de sus pasados sueños. Pensando en el Bob que amaba la música, en el Bob que planeaba ennoblecer la vida de los hombres construyendo una ciudad de enceguecedora belleza para cinco millones de habitantes, a lo largo de la costa del río; el Bob que no podía mentir nunca; el Bob que proclamaba la lucha de los jóvenes contra los viejos, el Bob dueño del futuro y del mundo. Pensando minucioso y plácido en todo eso frente al hombre de dedos sucios de tabaco llamado Roberto, que lleva una vida grotesca, trabajando en cualquier hedionda oficina, casado con una mujer a quien nombra "miseñora"; el hombre que se pasa estos largos domingos hundido en el asiento del café, examinando diarios y jugando a las carreras por teléfono. Nadie amó a mujer alguna con la fuerza con que yo amo su ruindad, su definitiva manera de estar hundido en la sucia vida de los hombres. Nadie se arrobó de amor como yo lo hago ante sus fugaces sobresaltos, los proyectos sin convicción que un destruido y lejano Bob le dicta algunas veces y que sólo sirven para que mida con exactitud hasta donde está emporcado para siempre. No sé si nunca en el pasado he dado la bienvenida a Inés con tanta alegría y amor como diariamente le doy la bienvenida a Bob al tenebroso y maloliente mundo de los adultos. Es todavía un recién llegado y de vez en cuando sufre sus crisis de nostalgia. Lo he visto lloroso y borracho, insultándose y jurando el inminente regreso a los días de Bob. Puedo asegurar que entonces mi corazón desborda de amor y se hace sensible y cariñoso como el de una madre. En el fondo sé que no se irá nunca porque no tiene sitio donde ir; pero me hago delicado y paciente y trato de conformarlo. Como ese puñado de tierra natal, o esas fotografías de calles y monumentos, o las canciones que gustan traer consigo los inmigrantes, voy construyendo para él planes, creencias y mañanas distintos que tienen luz y el sabor del país de juventud de donde él llegó hace un tiempo. Y él acepta; protesta siempre para que yo redoble mis promesas, pero termina por decir que sí, acaba por muequear una sonrisa creyendo que algún día habrá de regresar al mundo de las horas de Bob y queda en paz en medio de sus treinta años, moviéndose sin disgusto ni tropiezo entre los cadáveres pavorosos de las antiguas ambiciones, las formas repulsivas de los sueños que se fueron gastando bajo la presión distraída y constante de tantos miles de pies inevitables. Cronología 1909 – 1 de julio. Juan Carlos Onetti nace en Montevideo, en una casa de la calle San Salvador, en el Barrio Sur. Su padre, Carlos Onetti, era funcionario de aduana; su madre, Honoria Borges, provenía de una familia brasileña. Tuvo dos hermanos, uno mayor que él, Raúl, otra menor, Raquel. De la suya solía decir que fue "una infancia feliz". 1922-1929 Voluntariamente deja los estudios secundarios: no alcanza a concluir el primer año. Según Jorge Ruffinelli, poco después "comienza a trabajar, y durante varios años desempeña diferentes cargos: portero (...); funcionario de la Empresa Guerin (...); mozo (...); vendedor de entradas en el Estadio Centenario; vigilante de la tolva en el Servicio Oficial de Semillas". Según datos proporcionados por compañeros de entonces, el joven Onetti fue un buen atleta: hizo remo, basketball, atletismo. Trabajó en un censo, cuyos datos recogió recorriendo el pueblo a caballo. Durante algunos meses de 1928 y 1929 participó en la revista La tijera, publicada junto a un grupo de muchachos de Villa Colón. En 1929 intentó viajar a la Unión Soviética, con el propósito de conocer un país "donde se estaba construyendo el socialismo", pero su desconocimiento del ruso lo desalentó. 1930 Se casa con su prima, María Amalia Onetti, y en marzo viaja con ella a Buenos Aires donde pasa a residir. Se gana la vida vendiendo máquinas de sumar. Publica algunas notas sobre cine en Crítica. 1931 El 16 de junio nace su primer hijo: Jorge Onetti Onetti Borges, quien desde 1958 empezó a publicar narraciones. 1932 Posible primera versión de la nouvelle El pozo, que se extravió en alguna mudanza. 1933 El 1° de enero aparece en La Prensa su cuento "Avenida de Mayo-Diagonal-Avenida de Mayo", recopilado en volumen en 1974. Por esa época –afirma Onetti- escribió una primera versión de su novela corta El pozo. Los originales se extraviarán en una mudanza. Se separa de su mujer. 1934 De regreso en Montevideo vuelve a contraer matrimonio, esta vez con María Julia Onetti, hermana de su primera mujer. Viaja a la otra orilla con mucha frecuencia. Algunos datos relativos a este período de su vida son restreables en su novela La vida breve. 1935/1938 La Nación de Buenos Aires publica los cuentos "El obstáculo" (6/X/1935) y "El posible Baldi" (20/IX/1936). Hacia 1935 escribe su relato "Los Niños en el Bosque" y la novela Tiempo de abrazar, las dos publicadas en 1974. Cuando estalla la Guerra civil española, en 1936, trata (infructuosamente) de enrolarse en las Brigadas Internacionales que apoyan a la República. 1939 Carlos Quijano, fundador del semanario Marcha, llamado a convertirse en la más prestigiosa publicación uruguaya del siglo, designa a Onetti secretario de redacción. Vive en una pieza al fondo del local que ocupa el periódico. Onetti desempeñará el cargo hasta 1941. Durante ese breve pero intenso período, publicará semanalmente una columna literaria, La piedra en el charco. Con los seudónimos Periquito el Aguador, Groucho Marx y Pierre Regy firma artículos de "alacraneo literario" y cuentos policiales. En diciembre aparece su primera novela El pozo (Ediciones Signo, 99 págs. en papel de estraza) con una tirada de 500 ejemplares. Sólo un grupo reducido de amigos y de jovencísimos admiradores advierten que en ese libro se aloja una transformación narrativa profunda. Recién en 1965, Arca lo reedita con un estudio fundacional de Angel Rama. 1940 Frecuenta el Café Metro de la Plaza Cagancha. Con el seudónimo H.C. Ramos presenta a un concurso de cuentos de Marcha su relato "Convalescencia", que obtiene el primer premio. En 1973 el cuento será rescatado e incluído en un volúmen de Cuentos completos del escritor. 1941 Empieza a trabajar en la Agencia Reuter. Conservando este empleo, a mediados de año se traslada a Buenos Aires, donde permanece hasta 1955. Trabaja como secretario de redacción de las revistas Vea y Lea e Impetu. En junio aparece la novela Tierra de nadie, en Losada (Buenos Aires), premiada ese mismo año con el segundo puesto en el concurso "Ricardo Güiraldes". El 6 de junio La Nación publica su primer cuento importante, "Un sueño realizado". 1943 Para esta noche (novela), Buenos Aires, Poseidón. Había querido titularla "El perro tendrá su día", pero el editor se negó. En 1976 publicará un cuento con ese título prohibido. 1944 Aparecen dos cuentos: "Bienvenido Bob" (La Nación, noviembre 12) y "La larga historia" en Alfar (Montevideo). Este relato se transformará en la nouvelle "La cara de la desgracia". 1945 El 12 de abril contrae enlace con una compañera de trabajo en la agencia Reuter, Elizabeth María Pekelharing. En el semanario Marcha (Nº314) aparece su cuento "Nueve de julio". 1946 En La Nación publica dos cuentos: "Regreso al sur" (abril 28) y "Ejsberg, en la costa" (noviembre, 17). 1949 El 3 de abril aparece en La Nación "La casa en la arena", donde se inaugura la "saga" de Santa María, la ciudad mítica onettiana que se delimitará con mayor precisión en La vida breve. El 26 de julio nace su hija Isabel María (Litti). 1950 La editorial Sudamericana publica La vida breve, la novela fundacional de Santa María, donde de allí en más transcurrirá la acción de la gran mayoría de sus nuevas novelas y cuentos. Onetti la consideró su "mejor novela". 1951 Aparece Un sueño realizado y otros cuentos, con un prólogo de Mario Benedetti (Montevideo: Número). 1953 La revista Sur de Buenos Aires da a conocer el relato "El album" (N°219-220). El mismo año, y en la editorial de la revista, aparece la novela corta Los adioses, dedicada a Idea Vilariño. 1954 Traduce la novela This Very Earth (La verdadera tierra) de Erskine Caldwell (Buenos Aires Schapire). 1955 A fines de año retorna a Montevideo. Traba amistad con el presidente de la República Luis Batlle Berres (a quien dedicará El Astillero) e ingresa a trabajar en su diario, Acción, donde escribe algunos artículos. Hacia fines de año contrae enlace por cuarta vez con la joven argentina (de ascendencia alemana) Dorothea Muhr (Dolly), su compañera hasta el final. Viven en la calle Gonzalo Ramírez, N°1497, Ap. 4. 1956 Viaja a Bolivia invitado por el gobierno de aquel país. Accidentalmente se ve envuelto en una balacera, de la que sale ileso pese a que un proyectil perfora su sombrero. Traduce The Comancheros, novela de Paul Wellman y publica el cuento "Historia del Caballero de la Rosa y la Virgen encinta que vino de Liliput" en Entregas de la Licorne, Nº8, la revista de la escritora Susana Soca (1907-1959), a cuya memoria dedicará la novela Juntacadáveres. 1957 La revista Ficción de Buenos Aires publica el cuento "El infierno tan temido" (Nº5, enero-febrero). El 2 de abril de 1957, es designado Director de Bibliotecas en la División de Artes y Letras de la Intendencia Municipal de Montevideo, hasta su renuncia el 4 de marzo de 1975. 1959 Una tumba sin nombre, novela, Montevideo: Ediciones Marcha. En la segunda edición (Arca, 1967), le agregará la preposición "Para". 1960 En la colección "Letras de hoy" de Alfa (que dirige Angel Rama), aparece la nouvelle La cara de la desgracia. 1961 Obtiene un segundo puesto en el concurso de cuentos organizado por la revista Life con "Jacob y el otro", entre 3.149 originales presentados. Aparece la novela El Astillero en Fabril de Buenos Aires, seleccionada en un concurso organizado por esta editorial. La revista Les Lettres Nouvelles publica, en su Nº16, la traducción por Claude Couffon, la primera de uno de sus relatos en lengua extranjera: "¡Salut Bob!" ("Bienvenido Bob"). 1962 Se lo galardona con el Premio Nacional de Literatura (bienio 1959/1960). La cooperativa editorial Asir publica su segundo libro de narraciones cortas (todas éditas): El infierno tan temido y otros cuentos. 1963 Se traduce al inglés "Jacob y el otro" ("Jacob and the Other"), en una antología editada por Doubleday. 1964 Aparece el cuento "Justo el treintaiuno" (Marcha, Nº1220, agosto, 28) y la novela Juntacadáveres, en Alfa. 1966 Concurre al Congreso del Pen Club en New York. 1967 Obtiene (otra vez) un segundo premio, el Rómulo Gallegos de Venezuela. El triunfador, Mario Vargas Llosa, reclama para Onetti "el reconocimiento que se merece". 1968 El cuento "La novia robada" aparece en la revista venezolana Papeles (Nº6). La biliografía crítica sobre Onetti empieza a crecer. 1969 Asiste en Chile al Encuentro Latinoamericano de Escritores (junto con Angel Rama). 1970 La editorial Aguilar publica en México sus Obras completas con una introducción de Emir Rodríguez Monegal. La revista Macedonio (Nº8) publica en Buenos Aires el cuento "Matías el telegrafista". Se multiplican las traducciones de sus relatos a diversas lenguas (italiano y francés principalmente). 1971 Prologa la edición italiana de Los siete locos (I sette pazzi) de Roberto Arlt. 1972 Onetti es elegido como el mejor narrador uruguayo de los últimos cincuenta años en una encuesta realizada por el semanario Marcha, en la que participaron 35 narradores y poetas de distintas generaciones. Se traduce al italiano El Astillero (Il cantiere), que tres años después obtendrá el primer premio a la mejor novela latinoamericana publicada en esa lengua en el período 1971/1973. Simultáneamente, en México comienza a filmarse una versión de esa misma novela, luego interrumpida. 1973 A principios de año compra una casa en la calle Bonpland al 598. Viaja a España en el mes de octubre a un congreso sobre el barroco. Integra el jurado del concurso de cuentos del semanario Marcha junto a Mercedes Rein y Jorge Ruffinelli. Aparece La muerte y la niña (nouvelle), Buenos Aires: Corregidor. La revista Crisis (Nº2) publica el relato "Las mellizas", supuesto capítulo de una novela que no prosperó. 1974 En enero falla el jurado de Marcha dando el primer premio al cuento "El guardaespaldas", de Nelson Marra. De inmediato Onetti y miembros del semanario son apresados por el régimen militar. Permanece en prisión entre el 9 de enero y el 14 de mayo. En octubre Onetti viaja a Roma para recibir un premio bienal a la mejor novela de autor latinoamericano traducida y publicada en Italia, en este caso El astillero. El Instituto de Cultura Hispánica de Madrid edita un número especial (Nº292/74) de la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" en su homenaje. 1975 Invitado por el Instituto de Cultura Hispánica de Madrid, viaja a esa ciudad y fija allí su residencia. En diciembre Arca da a conocer Requiem para Faulkner y otros artículos, que recoge artículos publicados en Marcha y en el diario Acción. El volúmen incluye un prólogo de Jorge Ruffinelli y un "Autorretrato", originalmente publicado en la revista Crisis (Nº2, Buenos Aires, 1973). 1976 Aparece su primer poema "Balada del ausente". En setiembre viaja a México para integrar un jurado internacional en un concurso de novelas. En Xalapa participa en un congreso de escritores dedicado a examinar su obra. 1977/1978 La revista Cuadernos Hispanoamericanos (Madrid, Nº339) publica el cuento "Presencia", en el que se alude a la situación política imperante en el Uruguay; los militares han impuesto una tiranía salvaje en Santa María. Participa en un seminario en la Universidad de Pau, sur de Francia, y es homenajeado por la Universidad Paris-Sorbonne. Empieza a colaborar asiduamente con artículos en El País de Madrid. 1979 Preside el Primer Congreso Internacional de Escritores de Lengua Española, que se llevó a cabo del 3 al 8 de junio en Las Palmas de Gran Canaria, cuya clausura se realizó en Madrid. En octubre, la editorial Bruguera/Alfaguara publica la novela Dejemos hablar al viento, donde Onetti incendia Santa María. 1980 Aparece el cuento "Los amigos" (un homenaje al pintor Alfredo de Simone). En enero, el Pen Club Latinoamericano en España propone al Comité Nobel de la Academia de Suecia la candidatura de Onetti para el Premio Nobel de Literatura de ese año. En París, la editorial Gallimard adquiere los derechos para la publicación de sus obras.El 16 de diciembre el rey Juan Carlos de España le entrega el Premio Cervantes de Literatura, dotado de unos 117.000 dólares. 1981 Aparece el cuento "Jabón". Concurre a Veracruz (México) a un homenaje a su obra que organiza la Universidad de dicha ciudad. 1982/1984 El semanario Jaque de Montevideo publica regularmente sus artículos, vinculando a Onetti nuevamente con el público uruguayo. La revista de Bellas Artes, de México (Nº9) publica dos cuentos cortos: El Mercado y Cerdito. 1983 Nueva Estafeta (Nº58, mayo) publica otro cuento breve, Luna llena. 1985 Elecciones nacionales en Uruguay, que marcan el regreso a la Democracia. El presidente electo, Julio María Sanguinetti, invita al escritor a asistir a las ceremonias de instalación del nuevo gobierno. Onetti agradece la invitación pero decide permanecer en Madrid. Recibe el Gran Premio Nacional de Literatura. El semanario Brecha publica en Montevideo el cuento breve El gato. 1986 La editorial Almabaru de Madrid publica un volumen con ocho textos breves: Presencia y otros cuentos, que apenas se distribuyó en España. 1987 Mondadori edita la novela corta Cuando entonces. 1989 El realizador argentino Pedro Stocky lleva al cine su novela La cara de la desgracia. 1990 El 15 de noviembre recibe el Premio de la Unión Latina de Literatura "por su espíritu universal". 1991 Se exhibe en Montevideo un video preparado por "Imágenes" con una entrevista a Onetti y testimonios de muchos que lo conocieron. Recibe el "Gran Premio Rodó a la labor intelectual", de la Intendencia Municipal de Montevideo, con un monto cercano a los cinco mil dólares que de inmediato dona para la compra de libros en bibliotecas municipales. 1992 La universidad de Stanford (California), por iniciativa de Jorge Ruffinelli, pasa a su equipo de computación el registro total de las obras de Onetti, para beneficio de investigadores futuros. 1993 La editorial Alfaguara publica la que será su última novela, Cuano ya no importe, que hará las veces de testamento literario. 1994 Con el auspicio del Ministerio de Educación y Cultura, la Intendencia Municipal de Montevideo y la revista Cuadernos de Marcha, se realizan en la Facultad de Humanidades y Ciencias las Primeras Jornadas Rioplatenses de Literatura, de homenaje al escritor, del 27 al 29 de abril. El 30 de mayo, cerca de las tres de la tarde, Onetti muere en una clínica de Madrid, ciudad en la que pasó los últimos 19 años de su vida, enclaustrado los diez finales, sin salir prácticamente de su cama. Según su última voluntad, sus restos fueron incinerados y sus cenizas no serán trasladadas al Uruguay. Fuentes: Cronología de Pablo Rocca, El País Cultural, Nº 177, 1993, Montevideo. Miradas sobre Onetti, Alfaguara, 1995, Buenos Aires.