«Hay que meter el dedo más en la llaga», cuenta Tute que le respondió Quino, hace ya algunos años, cuando se le acercó para mostrarle su trabajo. Esa respuesta no podía faltar en este libro, y, sobre todo, la afirmación también de que el admirado Quino tenía razón.
De alguna manera, y ese será el eje y el recorrido del diálogo que establece Diego Sehinkman con Tute, el dolor por la pérdida del padre, por su ausencia física, y el significado de ese vínculo vital están presentes en estas páginas. Por eso de algún modo es también una suerte de homenaje, y no a cualquier padre, sino a alguien muy exitoso –como lo fue Caloi, fallecido en 2012– reconocido dibujante y también una persona admirada y querida en el medio; además de ser el creador, como no mencionarlo, de Clemente.
«…siempre decía lo que había que decir, era sobrio, gracioso, inteligente…todo el mundo lo quería…le hacía clementes a todo el mundo…cada tanto alguien me dice ¿sabés lo que tengo en casa? ¡un clemente que me dibujó tu papá…», dibuja-narra Tute. Este diálogo, comprendido en varias viñetas, se desprende de otro dibujo más amplio que retrata un recuerdo, una evocación, que incluso tiene fecha y contexto: Feria del Libro de Buenos Aires, 1984.
Treinta y cinco años después, ese niño dibujado (como si los trazos compuestos hoy por Tute de sí mismo intentaran una suerte de fotografía, un recuerdo rescatado por la memoria para ser contado en el presente) es ya un hombre y padre de dos nenas.
Diego Sehinkman, que además de periodista es psicólogo, condujo de modo atinado un diálogo que tuvo, desde el inicio y durante toda la presentación, al padre como eje central, pero destacando el el trabajo de la creación, la obra que logra sublimar el dolor y que, como ocurre en este libro, se produce sin golpes bajos, «convirtiendo la lágrima en otra cosa».
Mientras los escuchaba, recordaba la dedicatoria -un poema de mi propio padre- en mi último libro de poemas publicado; la canción a su viejo, de Piero; el poema “A mi padre”, de Borges y tantos otros en esta mélange con la que, y sin poder evitarlo, me bombardeaba la memoria; incluso pensaba en la terrible carta a su padre de Kafka…; asociaciones disímiles o arbitrarias que aún no me abandonan mientras escribo este texto.
Diario de un hijo es un libro para tener, para leer lentamente, disfrutándolo de a poco. Suele decirse de Tute –lo he escuchado en sus seguidores, entre los que me incluyo– que sus dibujos replican lo que en general sentimos o pensamos, para algunos sus reflexiones son angustiosas o complejas; para otros, conmovedoras. Es que, y el mismo Tute así lo plantea, busco con mi trabajo «un espacio más amplio que la risa».
Por supuesto, hubo preguntas sobre el porqué del dibujo del huevo, presente no solo en la tapa del libro sino también en muchos de las páginas interiores. Tute no supo qué responder o por lo menos, no hizo el intento. Me pareció honesto que así fuera. No siempre se sabe qué es lo que sucede detrás del primer trazo cuando surge la palabra escrita.
Tute ha señalado, al referirse a su trabajo, que «el duelo tiene el tamaño del amor que uno tenía por la persona que se fue». Este libro, creo, es tan solo una parte de ese proceso, el que se pudo escribir-dibujar para compartir con otros –«mi duelo dibujado», como él bien ha señalado– para dar cuenta de aquello que escribió Borges (citado por Tute en el libro): «ya no es mágico el mundo, te han dejado».
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