Como si los relatos iniciáticos, los preceptos fabulosos cargados de certezas abstractas y sus parafernalias instructivas fueran solo un dibujo garabateado confusamente, los relatos cortos pero profundos, proliferantes de imágenes que se suceden torrenciales ante la escueta sucesión de palabras como troqueles diferentes de un mismo paisaje, intervienen el imaginario para desgastar sus aristas románticas e inasibles en espasmódicas visiones cargadas de singularidad y abismos. La asimilación y el paso de lo tangible a lo sustancial, lo que nunca va a ser solo un adagio porque pertenece -o debe, debería- al orden de lo incuestionable se transforma en finas hebras de palabras desbordadas de sugestivo ardid circulatorio.
Los fragmentos que forman -o transforman- los Pentimentos, actúan como protagonistas del baile dionisíaco de la lectura de un inicio disfrazado de eterno, como partes de un todo constituido que ha sido derramado en la historia y tamizado por entre los anaqueles de los ojos que la leen, que la padecen, que la cuentan, constituyendo piezas de una imagen mayor que todo lo abarca -como un principio y un final, como un todo o una nada que sugiere eternidades en cada palabra proyectada a abismar personas-.Los relatos que intentan reenmarcar el imaginario de las creencias en nuevas sensaciones que conmuevan la estabilidad hostil de los preceptos, pueden querer también -y lo desean abigarradamente- condensar la espuma lívida y cálida que baña la razón de saberse atravesada por siglos de cuentos eternos y ajenos, garras, banquete de cadenas, uno en todo.
Los relatos no invierten el significado tantas veces repetido por la historia de la humanidad con bronca o cinismo refractario, sino que rozan, sutiles, la carne entreverada con la vida en un intento por darle sustento empírico a lo sagrado que se esfuma pero está siempre ahí, pendiente como el aire, invadiéndolo todo entre las luchas y los roces, el amor tergiversado y el sufrimiento de descubrirque la piel acariciada por el poema es la misma tantas veces malversada, molida, aniquilada.
Las sensaciones logradas revisten, embisten, la certeza de los hechos repetidos e incomprobables que aguardan -en la superficie de la piel anhelante de los fragmentos que dicen y escatiman, que mantienen al resguardo de la inferencia la totalidad inmensa e inabarcable de años de lecturas propias y ajenas- el develamiento de su objetivo travestido en perdón y misericordia. Al borde de la privación, derramados los múltiples espectros que condensan en términos atareados la complejidad de la naturaleza y la vida, como una relectura agazapada y en secreto, avanzan las páginas entre el sabor amargo del extenso amanecer de sentidos y la escasa conjunción de verbos que den plasticidad a la dura verdad percibida. Estáticas, explosivas, sensuales, las cargadas escrituras se derraman impertérritas entre las páginas para dar cuenta que por más que los inmensos esfuerzos por ceñir los talles a las cinturas infelices de los cuerpos deambulando eternamente en la Historia, sigan lamentable e intacta, la sensibilidad acaba por derretir el morboso anhelo de emplasto aleccionador.
Con el sabor a grito en los labios erizados, Pentimentos logra reescribir las aristas de los preceptos como encrespados manojos de imágenes combinadas, singulares e intensas, para dar paso a la percepción particular, a la subjetividad concreta y única de la mirada como móvil para revisar lo real en torno a lo tantas veces repetido; abriendo -con sus relatos- un espacio de sensualidad y conmoción que intenta intervenir los preceptos de lo único como forma de mirar la Historia y la vida.
Ana Abregú.
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Literatura latinoamericana
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