METALITERATURA

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Donde deberían estar

11/9/2016 Improbables

Sobre Siete casas vacías de Samanta Schweblin, premio internacional narrativa breve RIBERA del Duero

fuente de foto: Ñ.

Por:   Rotundo Laura
 

Los cuentos de esta serie retoman las líneas perpendiculares e infinitas -que ya desde antaño acribillan con paciencia la historia del pensamiento- para generar en el espacio y en un tiempo del ahora un presente tangencial y perturbador que, a partir de diferentes tipos de voces, va a deambular por los espacios posibles de las siete casas moviendo de lugar los límites -suaves y dóciles paredes- y llenando los vacíos de convencionalidad con anécdotas que empujan, desdibujando, el límite del límite del espacio de lo esperado, de lo posible, dando cuenta de que la espera, de que la certidumbre de la escritura no siempre en la narración realista da una respuesta del orden esperado.

El espacio casa -representativo de pertenencia, de intimidad, de conservación de objetos personales- va a ser atravesado de afuera hacia adentro, hasta ser una caja en la que entran todas las cosas que representan el no olvido de los cuerpos ultrajados por una narración que descubre sus marcas en su impronta de habitar, de ocupar un espacio que no es suyo sino que genera la discordia entre la narración y su existencia, hasta ser un espacio desconocido que eyecta al cuerpo mismo que narra en situación de intimidad total, vulnerable, ajeno.

El espacio habitable, el lugar seguro ya no es ni la narración, que repite en sus páginas la imagen de una historia imposible por molesta, por discorde, sino que se transforma en el tránsito de una escritura que, atravesando géneros, variedades etarias y puntos de vista, coloca al lector en partícipe de una intimidad extenuante que transforma en pesadas pisadas el trascurso de la escritura al tiempo que genera la intriga.

Trasmutando la voz en función del espacio, el narrador desdibuja prefigurando la idea de un lugar en el que exterior e interior -de la voz y del espacio- acceden a conjugarse para sortear las coordenadas del mapa que da lugar a la trama donde el cuerpo rompe la simetría de la casa convirtiendo los límites en delimitaciones y los cuerpos en limitaciones que permiten lo ilimitado de la narración.

La pregunta que sobrevuela y recae contaminando, a medida que trascurren los cuentos, es hasta dónde llega la plasticidad, la elasticidad de los límites que -sin quebrarse, casi amables- comparten en secreto habitaciones con los posibles narrativos que deberían estar donde surge la anécdota enclavada de espasmo, de espanto, de atardeceres.

Lo que debe estar ahí en ese momento es intercambiado por la sensación áspera que trastoca el principio constitutivo en ubicuidad, que exaspera la anécdota encubriendo una trama que articula posibles narrativos trenzando las inextricables hebras de lo extraño, lo que escapa a lo común pero está dentro de lo posible abriendo -sin ser el final una clausura- una grieta dentro de la idea de posibilidad.

El suceso que excede al suceso mismo, la pérdida de control de un espacio que excede su función contenedora, aislante, íntima va a transformar el espacio en vacío que va a llenarse de un significado difuso que va a utilizar la perturbación como herramienta sugestiva para trastocar los ápices de la idea de narración de la real, como marco de un cuadro donde lo que pasa excede el borde generando en sí mismo una sub estructura de la trama.

La idea de vacío va a diseminar más de un sentido, si las casas están vacías no hay nada que contar; sin embargo, el vacío va a estar lleno de vacíos poblados de incertidumbres, raigambres, estructuras que -sin derribarse- van a ser atravesadas por la propia narración de su existencia dando cuenta tanto de su estar ahí, como de su capacidad para ser narradas.

Si cada cuento es una casa, y cada casa es un límite que separa un afuera y un adentro, una pared que delimita un espacio creando el espacio casa que va a ser profanado por la idea de vacío resignificando no solo la idea de adentro sino también la de objeto; las casas no están vacías de gente ni de anécdota para contar ¿cuál es el vacío al que nos invitan entonces?

Los cuerpos son otra forma del límite que experimenta la palabra que es cuerpo y espacio en el papel, que es articulación de realidades posibles en su imposibilidad por escapar del conjunto que las ciñe, las adapta, las vigila; si el cuerpo se llena de vacío la letra adquiere nuevos significados en su reconjugación con la imagen que es a su vez rearmada en el contexto mismo de la narración.

Resignificando, reacomodando - ¿reabriendo? – las imágenes de los cuentos hilvanan estructuras deshabitadas que rehabitan la escritura recreando espacios y tiempos.

El juego de las relaciones de sociabilización primaria, inmiscuyéndose en territorio que desterritorializan la idea de lo que puede o debe ser contado para ingresar en los cómo, los cuentos decantan las estructuras familiares desalineando las zonas de confort e incomodando al lector el cual asiste a las escenas a partir de narradores perversos que, en su juego del contar trastocan, sesgan la mirada, vedando fragmentos que significan por el vacío que generan.

De modo exploratorio, Samanta Schweblin va a acertar las voces narrativas que ocultan y escatiman al lector la información que entreteje el subtexto que acompaña y excede, lo no dicho dejado -cedido?- a la imaginación del lector se confunde por la rareza del suceso propiciando un extrañamiento amargo que interpela también la forma de lectura.