METALITERATURA

Beca Creación 2021. Fondo Nacional de las Artes 2021.



Los nuevos rostros de la bestia

2/15/2021 Interesante
O reflexionando sobre Monstruos Marinos de Gastón Carrasco.
Por:   Julio Barco
 

De la enorme constelación de poetas y escritores que conocí en mi último viaje por la tierra de Nicanor Parra, tuve la suerte de conocer a poetas claves de Santiago y Valparaíso. Hablo de voces como las de Sebastián Diaz Cáceres (1988) o Héctor Hernández Montecinos (1979) que ya suenan en todo el continente, o de Gastón Carrasco (1988) que tuvo la generosidad de obsequiarme un ejemplar de Monstruos Marinos.

El libro en cuestión es una nueva lectura al viejo clásico de Melville. Curiosa ambición que ya desde el inicio nos advierte de la duplicidad lectora:

Llámenme Ismael. Pueden ustedes llamarme Ismael. Mi nombre es Ismael. Supongamos que me llamo Ismael.

Este fragmento, que es uno de los más conocidos a nivel de la Literatura Universal, sirve para ensamblar este proyecto literario que, como en la historia del viejo Ahab persiguiendo  a la ballena asesina, es un largo y cuidadoso trabajo de marineros persiguiendo su propia destrucción. Cuidadoso en el sentido de la lucidez con la que construye un mosaico de posibilidades para darle vueltas a reflexiones sobre la propia escritura,  y la aventura y destrucción literaria,

¡Háganlo avanzar!
¡Griten, digan algo, mis valientes!
¡Rujan, remen, bestias mías!
¡Llévenme sobre sus lomos negros, mis muchachos!
¡Háganlo por mí, y les daré
un espacio en el cielo de los mares!
¡Yo seré su dios y ustedes mis brazos!

Remar es una forma de oración
el mar el más esquivo de los fieles.
 

De seguro, algunos ingenuos pensarán que trata sobre un plagio cuando, en realidad, es una forma de establecer un vaso comunicante entre dos sensibilidades y una afirmación de que, como se sabe desde Homero a Virgilio, de Virgilio a Dante y de Dante a nuestros tiempos, la literatura se alimenta de sí misma. [1] Ello le da forma a la propia continuidad y valor al entendimiento para discernir sus hallazgos, ¿cómo podemos entonces dar un juicio de valor si ignoramos la literatura como un gran Todo? En ese sentido, Gastón Carrasco da una respuesta idónea a la interrogante dado que su poética se alimenta de una tradición y la cuestiona o complejiza, veamos estos versos:

estoy encerrado junto a hombres crueles
capaces de matar, vender o violar a sus propias madres
no diré que soy menos culpable

(…)

La cárcel es un barco camaronero encallado
y los carceleros son militares en retiro.

Aquí se revela entonces un juego de expansión donde lo poético se zurce sobre un cifrado objeto de polisemia verbal; si Shakespeare bebe de Marlowe para hilar diálogos e intentar otro tipo de creatividad, el trabajo de Gastón Carrasco también prueba en mostrar la propia crudeza del viaje, el diálogo entre los marineros, la metáfora del viaje como movimiento interno, la metáfora de la culpa y la violencia; el andar en el agua permite pensar la realidad de otra manera, el ir a cazar un cachalote o un monstruo marino permite calibrar la densidad lírica y probar nuevos escenarios de la ya preexistente. El mar permite otra lucidez,

En el océano no soy más que un espermatozoide
en los testículos de dios, escucho decir

Es decir, es otro desierto, otro tipo de espacio donde la mente humana prueba los ritos que se sostienen endeblemente con vigas culturales y antropológicas, con religiosidad y ciencia y conciencia, es decir, todo este andamiaje se pierde al explorar el mar como espacio, como hoja vacía, como encuentro con la verdad interna o el propio latir lírico que esboza con limpieza y encabalgamiento la lograda variedad y reto de este libro.

A diferencia de otros libros que reúnen un dibujo de la época o del contexto, este se encierra dentro de la mente y elementos de su tema; y gracias a ellos logra un diálogo con la realidad contemporánea.

Por otro lado, la aventura del Pequod y Melville, como clásico para estos tiempos, siguen absolutamente vivos[2].  La literatura se alimenta de literatura dije y lo vuelvo a repetir, pero no de la malévola forma espontánea de hacerlo, sino bajo el fino juicio del conocedor, del que puede migrar de una lengua a otra, recogiendo el oro que guarda cada libro.

Siendo la poesía chilena última un caudal de grandes voces, de Diego Maqueira a Zurita, de Juan Luis Martínez a Elvira Hernández, podemos considerar que la nueva camada trae nuevos y bruñidos paisajes. Interesante también considerar que la propia poética puede (y necesariamente debe) mirar no solo su ombligo sino el entendimiento de una tradición, es decir, la fervorosa canción de las voces que dibujaron paisajes que, salvando invisibles distancias, nos hablan en nuestro propio idioma.



[1] Y para más consultas leer todo el material reflexivo que construye H. Bloom sobre el tema.

[2] Sin ir muy lejos pueden ver el seminario que le dediqué a H. Melville: https://www.youtube.com/watch?v=u-RxUEGPOUs&t=2s




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