METALITERATURA

Beca Creación 2021. Fondo Nacional de las Artes 2021.



¿De quién es la ciudad?

12/12/2022 Interesante

Julio Barco, Resumen (Ciudad Lila). Lima: Editorial Higuerilla, 2022.

[Este 2022, no fue la excepción, el poeta peruano Julio Barco demuestra su vigencia con una serie de publicaciones. Un libro de conversaciones con el escritor Ladislao Plasencki, el ensayo poético @ Virtualismo (el nacimiento de una nueva estética) y los poemarios Electromagnetismo (Poemas a Nicola Tesla) y Resumen (Ciudad Lila), el último cuya potencia es preciso poner en valor. Estamos frente a uno de los nuevos talentos de las letras andinas y latinoamericanas. Y a una obra que no es sino un motivo de festejo a la salud de la poesía de habla hispana]

 

Por:   Nicolás López Pérez
 

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A la escritura, se le responde con lectura. Y a veces, queda espacio para susurrar la experiencia, sobre todo cuando es emocionante y convulsiva. Al final de ese precioso libro que es Nadja, André Breton escribía: La beauté será convulsive ou ne será pas (La belleza será convulsiva o no será). Ante el golpe de la belleza queda el deseo de intervenir en esa hermosa conversación, entre escritura y lectura. Un deseo mediado por la fuerza e intensidad de quien ha escrito antes, de las manos que han quedado inscritas en lo que alguna vez fue un árbol. Recuerdo una conversación con un poeta rumano, fallecido no hace mucho, él decía que hay “escrituras que lo empujan no a otra cosa que a escribir”. Para mí, eso y más veo en el joven limeño Julio Barco (n. 1991). Hace un par de tardes o mañanas, ya ni sé dónde sale o se pone el sol, por canales de comunicación privados, me entero de la noticia que ha publicado un nuevo libro. Enhorabuena. Si bien este escritor peruano es y ha sido prolífico en los últimos años, cada novedad suya es un acontecimiento imperdible.

 

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Resumen (Ciudad Lila) (Lima: Editorial Higuerilla, 2022), fiel al estilo austero y centrado más en el contenido y su distribución, se pela como una fruta, desde una fotografía de una ciudad cualquiera pero específica (la ciudad que entra por los poros del poeta, lo atraviesa y no vuelve a ser la misma) hasta el corazón palpitante del viviente lírico y tres generosas lecturas. Barco, una vez más, desafía e imagina a la tarea literaria como una práctica social y colectiva; es un poeta del siglo XXI, con lo mejor de sus predecesores, por ejemplo, los inmortales Enrique Verástegui y César Vallejo, los tremendos Juan Ramírez Ruíz y Óscar Málaga. Y la pertenencia a una tradición, a una línea de creación poética es mucho más que la identidad y el sello de un poeta, sino la progresión vital que es en sí la poesía peruana, la fuerza del río Rimac y, sin duda, un modo de abrirse paso entre los vaivenes de una particular geografía.  

 

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Hace un par de meses, a raíz de la publicación de Made in Perú, un muchacho me pregunto ¿por qué sigues apoyando la labor poética de Barco? Esto suscitó una discusión. No es el primero que me pone en esta situación. Sin embargo, la respuesta no ha cesado de ser la misma, y el tiempo sigue confirmándomela. El peruano es un obrero incombustible de la palabra, no solo a nivel creativo, sino que a la importancia que la poesía y la literatura tienen en su vida que, a su vez, es una pequeña historia nacional. Ha encontrado su voz y desde ahí las diferentes expansiones del lenguaje que articula dentro y fuera de una página son sus propios ríos vitales. Soy consciente que, en cada trozo de la obra, la suya, vemos a Julio César Barco Ávalos quien escribe, quien habla dentro. No hay hablantes líricos, no hay impostaciones, no hay ficciones, sino un ímpetu que aumenta el mundo en que vivimos y que nos excede minuto a minuto. Para él no hay otra vida que no sea la que ha creado; hay una sola voz que avanza y avanza furibunda, desenfrenada e intensa. La poesía hace vivible la vida de este joven que se despierta vomitando letras y se acuesta, a veces en la madrugada, eyaculando letras. Su tenacidad es mi admiración.

 

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En septiembre de 2021 pude ver algunos retazos de la ciudad lila, de la ciudad gótica (como la describe el gran artista y poeta peruano Miguel Lescano). La experiencia del viajero, de quien se detiene fugazmente, del turista, es siempre incompleta. Obedece al autoconocimiento o bien, a la extensión de los límites del olvido. Lima y la locura vial, los mototaxis a una velocidad tan imprudente como adrenalínica, los habitantes desplazándose entre una fingida modernidad arquitectónica y una herencia histórica, los bares de mala muerte hediondos a vida. Nos dimos cita con el poeta en el mítico bar Queirolo, almorzamos y charlamos de poesía. Él veía, por vez primera, la edición física que hice de Mosaico, en alianza con Metaliteratura, guiada por la también tenaz escritora argentina Ana Abregú. Recuerdo el proceso de ese libro. Era el primer invierno pandémico y Barco me enviaba el manuscrito, a ojos cerrados, para una eventual lectura. Se expuso. Tuvimos un par de chácharas virtuales y mucha correspondencia vía mail. No recuerdo en qué momento de la primera primavera pandémica presentamos, junto a Ana, Des(c)ierto. Barco es un soñador y eso agrada a cualquier proyecto en la economía de lo que no se pierde. Un año después, a pulso, en el contexto de la reanudación de los vuelos, el rodaje del documental La canción de la intensidad y el viaje de Barco a Berlín para participar del festival Latinale, concretamos la publicación de un proyecto cuya génesis se remonta a viejas conversaciones, me refiero a Made in Perú. Un libro raro, cuyo título escogido de un poema de Mosaico, viene a ser una fiesta de diez años de overol literario. Una alegría que este 2022 se multiplicó en las diferentes giras que movieron al poeta a lo largo de su país.

 

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Vuelvo sobre la ciudad lila, entre causas y ceviches, entre las olas del Pacífico que agitan a la geografía, entre la hospitalidad limeña y los encuentros con la poesía peruana, entre lugares históricos y más gente admirada, Barco despliega la pluma con la que inhala y exhala. Fe literaria es lo que hay en los poemas que componen este libro y restituyen la ciudad a quienes la viven en el día a día, arriba de las micros (autobuses), abriendo el comercio, preparando los manjares gastronómicos, terminando una jornada con un emoliente o una cerveza bien helada, reflejándose en los neones del chifa. Y el destino de la ciudad es la capacidad de vivir juntos y de seguir diciéndonos la vida es hermosa, la vida es hermosa.

 

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Este libro es la ciudad misma. Como brillantemente describe y escribe la poeta y filóloga española María Calle Bajo: “La Ciudad Lila de Julio Barco es un vergel de artificiosos ‘asfódelos’, de huérfanos ‘dientes de león’, de la cromática oculta en ‘mariposas y orquídeas en hojas blancas’, de ‘gusanos’ taladrando el cuerpo o de ‘caballos astillados’ que cruzan el sigilo del tiempo” (7). Y el poeta es un agente de su época, no podría ser de otra manera: “Atrapado en la ciudad / de Los Reyes / en Lima / en Seremsa / escribiendo tomando café / tratando de no eludir / mi propio caos” (14). La remisión de Calle Bajo a la botánica me hace pensar en las palabras de un compatriota suyo, Ángel Lázaro, en el prólogo a una edición de Las flores del mal de Charles Baudelaire. Si mal no me recuerdo decía que el poeta es una flor rara. Tal vez me estoy repitiendo y en otra instancia sobre Barco ya lo he dicho, pero vale la pena volver a poner esta idea en la mesa. La mimesis que el poeta logra, en esta obra, es la de un pasajero en trance que no es indiferente a las diversas maneras precarias de habitar un espacio. Y aún más cuando esa mezcla de sensaciones y pensamientos se traslada a una historia común: “¿El Perú será país o un poema?” (24). Quizás el Virreinato no corrió la misma suerte que la otrora Capitanía General un poco al sur de sus confines, hablo de Chile que mucho antes de ser un país, era un poema, la gran épica de la interminable Guerra de Arauco La Araucana (1567) de Alonso de Ercilla y Zúñiga. El Virreinato se hizo papel, se hizo carta, se hizo crónica. El Perú es algo que se vive y se cuenta, que se cuenta y se vive. Es un gran texto que se abre como una flor en un punto tectónico, aún indómito, donde se cruza el desierto con la playa, la selva con la urbe.

 

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Resumen (Ciudad Lila) es también una inquisición en el largo problema que arrastra “la profesionalización de la escritura”, allá a fines del siglo XX con lo que el crítico Julio Ramos llamó “la autonomización del campo literario”, a partir del surgimiento de la figura del corresponsal, el periodista, el cronista, encarnado, fundamentalmente, por dos escritores inolvidables de la literatura latinoamericana: José Martí y Rubén Darío. Barco lo pone de relieve:

“¿Podré vivir de mis versos en esta ciudad lila? ¿Podré vivir de esta línea donde pongo la metáfora y el sentimiento de esta donde escribo mi siguiente verso…” (60). El poeta publica este “rabietario” a 100 años de Trilce, impreso en la precariedad de su autor y de los Talleres de la Penitenciaría de Lima (como bien expone Luis Alberto Castillo en su precioso La máquina de hacer poesía, editado el 2019 por Meier Ramírez en Lima). Y el escenario, no obstante, no se presenta diversamente de hace un siglo. También en 1922, el chileno Pablo de Rokha autoeditó su “capolavoro” Los gemidos, del que se cuentan solo vendió siete ejemplares, el resto los regalaba o permutaba por comida y alojamiento. He oído que varias copias terminaron siendo usadas para envolver carne. Luego, el libro se transformó en una leyenda, que en la década de los noventa tuvo un giro: apareció un ejemplar que fue digitalizado por la Biblioteca Nacional (se encuentra disponible para descarga en el sitio web “Memoria Chilena”) y, con ello, la segunda edición por LOM que, a este punto, ha tenido bastantes reimpresiones. Barco, igualmente, reflexiona sobre esos pequeños placebos que recibe el poeta, por ejemplo, viajes a Europa, que no son, con todo, la plenitud de un espíritu de las letras.

 

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“¿Mis poemas en tapa dura valdrán más que los que escribí en tu cuerpo cuando nos amamos? ¿Acaso este es el verano donde nos amamos? ¿Cuánto valen mis versos? ¿Valen más en tapa dura que en tapa blanda? Este es otro verano del número ilimitado de verano donde nos amaremos” (61). Nuevamente con la idea del valor. Si hay algo que la poesía nos demuestra es que participa de otra escala de valores y de otra economía, una particular e increíble a los ojos de las ideas predominantes. Lo que hay fuera de la poesía es su razón de ser. Barco, en esa línea, se despacha uno de los versos que, a mi juicio, se encuentra dentro de los más impresionantes que ha escrito: “y el universo es la ternura de mi yo zurciendo el absoluto” (78). La mezcla de los propios ríos con el mar que es la vida. A la vez, es la incapacidad de claudicar, de estar “en poesía”, de no dejarse abatir ni arrastrar por la tristeza y por el delirio de este mundo. Insiste el poeta: “Sobrevivir a este siglo donde los versos / se venden en las tiendas comerciales / y los poetas malditos se toman fotos en las / plazas / sin embargo, busco elevarme, busco transitar / más allá / del viento y de lo que sostengan los / académicos de turno” (65-66). Ser poeta no es un adorno, no es un pasatiempo, sino un modo de vida que se articula con y contra la cosificación de los individuos al calor del consumo y el frenesí de lo banal. Y, en esa línea, se proyecta una búsqueda que arrasa cualquier mito posible hasta conectarse con una caricia. “La ciudad es mi manera de andar solo, / La ciudad es mi loco poema perfecto donde / buscarte” (69). ¿De quién es la ciudad, entonces? De los encuentros posibles e imposibles, alucinar y desgarrarse por tan solo un instante de dicha. Como en el último gran hit de Charly García: “Por eso te busqué, por eso diseñé / La máquina de ser feliz”. La esperanza está de pliegues abiertos en cada letra que se expande hasta ser palabra y hasta penetrar en la retina de quien traga significado y se convierte en un verbo.

 

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Tal vez uno de los poemarios más descarnados y críticos con el establishment literario, una maduración del lugar de Barco en el campo cultural donde no se mueve, sino que bordea de sobremanera y vuelve irrelevantes sus propios límites. En un guiño a la literatura como práctica colectiva, Resumen (Ciudad Lila) incorpora otras lecturas críticas que, me hace pensar, vinieron en concomitancia con la publicación del libro. El poema, no obstante, viene a ser la base central, desde el verso corto, espetado, recordándonos al más agudo Jorge Eduardo Eielson y su periplo en Italia, hasta el verso de respiración larga, que Barco cultiva desde su notable Arquitectura Vastísima (2018). El poema, también, como un eje de resistencia y consuelo hasta que las palabras no den más. El poema no cesa de ser una reescritura mutante de sí mismo. Y el poeta escribe un mantra para proteger a la poesía de caer en la completa irrelevancia: “Los poemas no” (79). Porque los poemas no consumen el tiempo a cambio de dinero, no diseñan un individuo adicto al consumo, no maltratan a sus trabajadores ni son mortales. El poema es desmesurado y va desenredándose de la música mental del poeta. “Software Café” es un ejemplo claro de concentración de la imagen como de quietud de un lenguaje solo pensado para nacer y morir en el mismo instante. Su estructura es lo que yo llamo “petardos” y lo que Jack Kerouac llamaba “pops”. Todas estas denominaciones raras como respuesta a la equivocación que trae hablar de haikú con un texto de tres versos que se encarga de situar un estado de ánimo en una imagen fugaz y perenne. Haiku, a mi juicio, es una forma exclusiva de la poética japonesa, un sistema de pensamiento que contiene toda una cultura y que, además, responde a una división diferente de la lengua misma (las moras). Barco nos deleita con cuarenta y un petardos, pops, a la postre, epigramas. Destaco el 36:

 

“Mi esencia dejo en mis poemas.

Para que nadie

Se olvide de mí”.

 

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Es probable que Julio Barco sea, con su consagración a la república de las letras, uno de los jóvenes más pertinaces, vigorosos y entregados a la gran obra que es la poesía latinoamericana.

 

Catania, 30 noviembre MMXXII

 





Ana Abregú.

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Literatura latinoamericana