METALITERATURA

Beca Creación 2021. Fondo Nacional de las Artes 2021.



Más allá de la lira - La casa del ser

1/14/2023 Interesante

A propósito de  Conversaciones con Žižek de Ana Abregú

Escribir quiere decir injertar. Es la misma palabra, El decir de la cosa es devuelto a su ser-injertado. El injerto no sobreviene a lo propio de la cosa. No hay cosa como tampoco hay texto original.

Jacques Derrida

         La intervención que supone el cuestionamiento de la jerarquía filosofía/literatura no está escindida del nomadismo y trastorno al que la tradición ha sometido a la escritura, término sojuzgado en relación con el habla, término dominante en relación con la lectura; ambas oposiciones revelan la misma legalización metafísica, el trastorno de una exige la revisión de la otra. Por lo tanto, transcribir conversaciones supone perturbar una jerarquía, más si se nombra a una araña con el apellido de un filósofo, operación transgresiva de la traslación metafórica en sí misma.

Por:   Ferro Roberto
 

Concebir la filosofía y la literatura como formas discursivas en las que el injerto se constituye como la condición de posibilidad de la lectura y/o la escritura, no implica un movimiento de simplificación y de abolición de toda distinción en una textualidad global e indiferenciada. Por el contrario, esa distinción es fundamental para insistir en una lectura que asuma la heterogeneidad del texto filosófico, que subvierta las directivas de constitución de un significado verdadero por recorte mutilador de la deriva del sentido, que se abra al juego de la esceno-grafía del texto literario, que deslice la piel de la mirada en la rugosidad sin límite de los injertos, laberinto interminable de la con-fabulación que la mano y el ojo tejen y traman sin clausura y sin destino.

En estos meses he leído y releído Conversaciones con Žižek de Ana Abregú,  los fragmentos que lo componen me han arrojado a la escena de un diálogo peculiar, acaso único, como lo es quizás la hibridez genérica en el que se desarrolla;  una voz narrativa, atravesada por irrupciones de delicado lirismo, entabla una conversación con una araña tan silente como provocadora.

La relación entre dos términos es siempre un devenir, la idea es de Deleuze,  pero el devenir no implica un término ni el otro,  y tampoco se contradicen. Y, de la misma forma que los tópicos que van discurriendo se vinculan entre sí de modo arborescente tal como la escritura de Abregú se desliza entre diversas formaciones discursivas; el devenir entre los puntos que, se entrelazan en el diálogo, se conectan sin que rijan jerarquías que los dirijan. La síntesis que comunica a la araña con la voz que enuncia la escritura figura un devenir, un bloque espaciotemporal y, co­mo tal, no tiene clausura: ni la araña acaba siendo Žižek, ni la voz será araña ni lo contrario: ninguno de los componentes puestos en juego en el texto se trasforma en el otro; no hay atuendos metafóricos que expliquen las constantes mutaciones  que provoca la deriva escrituraria de Abregú.

En esas conversaciones dos interlocutores, en un intercambio, en un encuentro, me evocan con múltiples resonancias un pasaje de un ensayo de Lezama Lima titulado precisamente “De la conversación”,  y que ahora gloso al correr de mi memoria con el propósito de que me sirva de guía, mi admirado Virgilio cubano, para adentrarme en los pliegues de este texto.

El ritmo de una conversación es en extremo riesgoso y pocos han logrado sobrepasarlo –creo que Abregú es una excepción–. Trata de un ritmo invisiblemente entrecortado, pero del cual sacamos después una cinta, como si la imaginación, punzada por lo fruitivo anhelante de su reconstrucción, tuviese que unir el vuelo del pájaro con el latir de las ojos de otoño que no cejan en su caída. Avanza la conversación como deshaciéndose en cada una de sus irisaciones, -que la voz narrativa toma de su contertulia para tejer desvíos y contrapuntos sin clausura- pues le interesa hasta que la pasión secreta del que escucha mantenga su libertad para ocultarse y reaparecer ante la diversidad que enfrente suyo se ejercita. Para mantener el acecho en el otro  y excitar su pasión, casi su locura.

         Para que emerja en el texto una tercería deberá ser nombrada la noche,

Una difusión en blanco etéreo que parece bordar la noche, en plena operación de trueque, la vida vibra; la presa desesperada, ojos sin párpados, sin pupilas, trescientos sesenta grados de cámara lenta que apenas distingue una sombra agrandarse, equipado para comprender en la deformación de la geometría espacial un monstruo conspicuo; por el momento y antes que asomara a la noche la muerte, el lector y Žižek, la araña…

         Me asumo entonces como ese lector, en un anochecer de una ciudad que de tan poblada se ha vuelto tan desértica como una montaña, el silencio me asalta y  sobrecoge; sobreviene una suerte de angustia que pretendo conjurar rápidamente, pero eso también ocurre en las casas de las pueblos, o en los ranchos perdidos en la inmensidad de la llanura, cuando alguien se queda solo: la magia del silencio es, entonces, universal, así como lo es el silencio mismo, e inexplicable porque en principio podría ser gratificante, como la voz narrativa de este texto que parece querer buscarlo cuando se siente la vocinglería o hay demasiados rumores; el silencio trasforma la oquedad en espacio propicio para la imaginación.

¿De dónde procede esa magia? Yo tiendo a creer que brota porque en el preciso instante en que se produce regresa algo así como la noche habilita la creación. De ahí, pienso, en esa memoria recobrada que tiene su residencia en la memoria compartida puesta en la letra de Conversaciones con Žižek.

Esta contra-obra debería leerse como una suerte de breve diccionario de la imaginación poética cuyas «entradas» versan precisamente sobre el funcionamiento sin puerto de destino que se asuma como el final de partida.

Ego, memoria, atención, sensibilidad, literatura, filosofía, poética, son algunos de los tópicos que conforman el telar en el que se teje con restos de pensamientos apropiados por las palabras

Esta notable obra fragmentaria da fe del trabajo no sistemático de una escritora que se expresa de forma heterogénea y que, por ello, resulta fascinante de abordar. Por tanto, se hace necesario delimitar muy bien los términos de aproximación a ella. Con respecto a la relación general que Abregú establece con la filosofía, resulta adecuado señalar que en los fragmentos que componen Conversaciones, toma el riesgo de convertirse en un anti-filósofa ya está, quiéralo o no, asumiendo una posición filosófica: construir su pensamiento en contraposición con un saber que tiene una determinada manera de funcionar. Con ese propósito es que trama una urdimbre genérica, una puerta de entrada estratégica que permite una aproximación al estatuto de su poética  pues allí donde  traza los bordes del pensamiento especulativo,  lo propio de la filosofía, encuentra no sólo el hacer poético sino, además, el registro que sobre éste quiere llevar a cabo. En consecuencia, el primer asunto que apunta a dilucidar reside en cuál es el talante de su disputa con la filosofía con el fin de comprender lo que puede considerase un capítulo más de lo que se ha llamado, desde Platón, la querella entre los filósofos y los poetas, que para Abregú, al igual que para Válery, la victoria es de los poetas, ratificada por la admiración de Heidegger a Hölderlin.

El registro genéricamente heteróclito configura una linealidad cronológica y una topología del espacio, sobre esa instancia se construye un cierto orden de la fragmentación, que se despliega sobre la lógica de las peripecias de las metáforas en continua mutación, que articulan el devenir de la lectura segmentándolo en acontecimientos discretos. La bifurcación como metáfora se inscribe sobre ese entramado y alude a un saber sobre Žižek, lo que a su vez determina encadenamientos que se proyectan hacia un futuro pretérito, aunque no hay más que puro presente de la enunciación en la operación narrativa que se está produciendo en el acto de evocación.

Conversaciones con Žižek se desplaza incesantemente  para bordar (la metáfora pretende ser deliberada) la imaginación poética de Aba Abregú. En correspondencia con la idea proustiana  acerca de que el escritor inventa dentro de la lengua una lengua nueva, un lengua extranjera, es decir saca a la lengua de los desiertos tan poblados de los estereotipos, la hace delirar; Conversaciones con Žižek exhibe desaforadamente en su transcurso la imposibilidad de separar el ver del oír, o mejor dicho se aparta de la tradicional integración ajustada en la que una sustancia ilustra a la otra en un proceso que expande el sentido, lo propala sin jibarizarlo.

En la obra de Abregú acaso lo que importa es cómo la lectura une en sí misma una cronología espacializada del pensamiento,  que consiste en una operación tropológica de diseño narrativo, el viaje como mirada y resolución de un enigma, el del sentido; el viaje del lector se despliega como respuesta a la pregunta sobre un filósofo. Lo que examina a través de la figura del viaje como lectura es ese movimiento, ese ritmo, esa respiración entre lo mismo y lo otro de la obra del pensador esloveno. Ese trayecto, que es un itinerario y no un mapa, hace que sucedan, pero también que se correspondan, se entrecrucen o se superpongan, lugares y miradas, que señalan momentos de la significación, momentos en que las cosas se enturbian o se desvían. Indican la confluencia entre vida y obra en la figuración del movimiento.

         Luego de leer varias veces Conversaciones con Žižek, he retornado al estate de mi biblioteca en donde siempre me esperan indeclinablemente los libros de Jacques Derrida para buscar algunos títulos que repaso deslizando mi mano por el lomo de algunos de ellos: ante la disyuntiva de una elección complicada retengo en mi mano  Márgenes de la filosofía, en ese volumen un artículoQual. Cual. Las fuentes de Valery. El ejercicio ha sido deliberado, el texto de Abregú propone un itinerario que va de la letra escrita, del leer viendo  hasta culminar en la imagen y la voz ausente de la araña como un oír silente viendo la lectura. Narrar es una proyección diagramática de un devenir, siempre inacabado, siempre en un curso que desborda cualquier materialidad existencial. En ese proceso, la vida y la obra poética son indecidibles e inseparables del devenir que supone la narración poética.

La dimensión del secreto afecta a la literatura con una silenciosa complicidad entre textos, autores, biografías; así, Žižek, la araña, preserva en su tela, por el efecto de psicofonía, teorizaciones, ideologías estéticas; gesto de complicidad entre rasgos verbales, la tela vibrátil, la voz, recursos semióticos de un lenguaje entre especies, el diálogo entre dos soledades.

 Como pensaba Paul Valéry en un texto participan múltiples temporalidades e incalculables magnitudes de sentidos posibles. El escritor como si fuera una araña teje una tela extendida, a menudo, más allá de lo que el animal  ha intentado, que bien puede morir sin haber comprendido buena parte de lo que ha pasado. Mucho tiempo después vendrán otros animales a enredarse con sus hilos para retomar la tarea en orden a una economía que siempre será incompleta e incesante.

 En Conversaciones con Žižek hay un diagrama tendido entre una voz que enuncia el texto, una escucha provocadora y silente encarnada por la araña y una tercería asumida por el lector que se anime al desafío; la lectura es un viaje, un trayecto en que se construye en torno de una tensión que no depende de qué camino exterior va seguir, antes bien su trazado se sitúa más allá del afuera o del adentro, se sitúa en otra dimensión. Es en esa dimensión que ocurre el suspenso, las imágenes no desembocan en nada, lo que se da a leer no se articula en una sucesión, el suspenso no depende de la historia, el enigma no radica en una respuesta sino en una intensidad: hasta qué punto de mi imaginación emotiva, de mi memoria intelectual, de mi experiencia vital, puedo ahondar hasta llegar a la voz y la imagen de la araña en su devenir Žižek y/o Ana Abregú, desplazándose entrelazados a mi devenir yo lector.

         La escritura de Ana Abregú trastorna los lugares recurrentes de los géneros con los que habitualmente se vuelcan los tópicos asumidos como materia especulativa, hace partícipe de las conversaciones al lector que ve mientras en ausencia bordea bordando en los bordes de los temas aludidos, se abre a la búsqueda de la instancia poética como el punto en el que se desbarata lo ya visto, lo ya leído.  Se sale de la lira a la que se regresa injertando el afuera de los otros textos en un tejido que es un entramado entre innumerables otros que se repiten en la casa de voz narrativa, que es también la de Žižek y del lector.

 

El lenguaje es la casa del Ser. En su hogar habita el hombre. Los que piensan y los que crean con las palabras son los guardianes de este hogar.

Martin Heidegger.

 

Roberto Ferro

Buenos Aires, Coghlan, enero 2023.

 

 

 



 


Ana Abregú.

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