METALITERATURA

Beca Creación 2021. Fondo Nacional de las Artes 2021.



Conversatorio Leer levantando la cabeza de María Claudia Otsubo

8/25/2023 Interesante

Transcripción de conversatorio entre María Claudia Otsubo y el Dr. Roberto Ferro, sobre el libro Leer levantando la cabeza. Flaneurs entre lecturas Otsubo nos comparte este texto sobre escritores conocidos y no tanto. Cálido encuentro entre libros y café, la mítica Dama de Bollini. Foto y video del encuentro, incluidos.

Por:   Abregú Ana
 

Presentación

 

Hola, buenas tardes. Gracias por acompañarme hoy.

Antes de dar inicio a la conversación con Roberto Ferro, quiero compartir con ustedes algo que preparé, luego de pensar en algunas cuestiones:

- Estoy, hoy nuevamente, en la Dama de Bollini, el mismo espacio donde hace veintidós años presenté mi primer libro De eso se trata.

- Me encuentro en una etapa de la vida, que una escritora señaló como de “madurez avanzada”; un momento en el que puedo mirar hacia atrás para reconocer un extenso recorrido.

- Y la característica de este libro que presento hoy, que por su contenido tiene mucho de auto ficción, una escritura sobre mi y a la vez no.

Todo esto me llevó a pensar que había algo para mostrar, un camino de escritura. Y es lo que quiero compartir con ustedes hoy.

 

Recorrido

 

Hace unos días me encontré con José María Poirier, que después del abrazo, me dijo: ¡qué bueno Claudia, un nuevo libro! Después de agradecerle, le pregunté si había reparado dónde era la presentación.

José María me miró sonriendo.

En ese momento, a los dos nos envolvía un doble sentimiento: el que provocaba la feliz coincidencia del lugar: la Dama de Bollini, pero también el de la certeza inexorable del paso del tiempo.

Me acompañaba en mi primera publicación como autora.

 

Porque hace veintidós años, José María –junto con Edgardo Pígoli, a cargo de la editorial Tantalia&Crawl, y una amiga narradora que leyó uno de los cuentos– me acompañó, como hoy Roberto, en la presentación de mi primer libro De esto se trata.

Una docena de cuentos breves que dediqué a mi papá, presente. sin dudas, en el último cuento “Los ritos”: un relato que se inicia con la evocación provocada por una foto, en la que hay una niña y una señora, mi abuela y yo. Les leo un párrafo:

 

Los recuerdos, las sensaciones, las imágenes que quedaron atrapadas en las fotos de la infancia.

Así, de este modo, llega la tarde de las macetas. Y el perfil de ambas, la abuela y ella preparando la hilera de vasijas bajo el alero generoso del patio. No sabe cómo después se llenaron las manos de tierra para enterrar las semillas, ni como hablaron de poder verlas crecer mientras abonaban la espera en esa fila de bocas abiertas. Solo sus ojos, antes de acostarse aquella noche, retuvieron el espacio de cielo y el desparramo que hacían las estrellas.

—Mañana será un buen día, abuela— quizás dijo su voz.[1]

 

Previo a este libro, debo mencionar la participación en tres antologías que reunieron el trabajo realizado durante los años de escritura en el taller que coordinaba Cristina Domenech, en Tortuguitas.

Allí nos visitaron muchos escritores, entre otros Susana Szwarck, Julio Llinás, incluso el mismo Noé Jitrik, un lujo del que tomé conciencia mucho tiempo después.

 

Mi trabajo con Raquel Barros, a quien conozco por las clases del CEA (Centro de Estudios Antropológicos, un espacio muy particular, casi único por la diversidad y pluralidad en la ciudad de Bs. As.) fue también decisivo. Raquel ya me había acompañado en el armado de De esto se trata, pero estuvo muy presente en el proceso y luego publicación de mi segundo libro de cuentos, Mujeres al sol, sábanas al viento, publicado en el 2008, con un diseño de tapa de mi hija Agustina, a partir de un dibujo que ella había hecho, casi al mismo tiempo de mi escritura. Agustina ya vivía en Brasil y cuando me lo envió no tuve dudas que esa era mi mujer al sol.

El libro se presentó en la entonces Boutique del Libro (hoy Librería del Pasaje, en la calle Thames)

En esa presentación –y me complace mucho que a esta introducción vayan llegando quienes me acompañaron en cada uno de esos momentos, estuvieron junto a mí, la querida Raquel Barros, Luis Tedesco, a cargo de la editorial; y también la música, el jazz en la voz de Marian Fosatti, a quien se sumó mi hermano Alejandro que se vino de Bariloche con su bandoneón (no sería la última vez).

De mis palabras para ese momento, rescato las que emulaban a Marguerite Duras:

 

La escritura llega como el viento, está desnuda, es la tinta, es lo escrito, y pasa como nada pasa en la vida, excepto eso, la vida.[2]

Casi enseguida le encargué la traducción al inglés de este último libro a Laura Parker, que realizó un excelente trabajo, guardado dentro de la computadora hasta que, y gracias a Ana Abregú, se publica por Metaliteratura, en el sitio Amazon.

 

En el 2011, me sumo a un proyecto con otras escritoras: Gabriela Cargnel, María Carbó y la siempre recordada Betty Cárdenas. Bajo la mirada y coordinación generosa de Raquel Barros, publicamos un libro de cuentos, original por su proceso de elaboración, En distintas direcciones. Un trabajo que reúne cinco títulos, elegidos de común acuerdo para dar pie a cinco escrituras que luego fueron puestas en común en sucesivas reuniones para leernos, opinar y corregirnos, hasta armar los veinte relatos, diversos, realmente distintos, que conformaron el libro. Una experiencia maravillosa.

 

Mi primera novela llega en el 2012, Kawanabe, que se presentó en el Jardín Japonés, como correspondía a una novela vinculada a mis orígenes. en un muy caluroso día de principios de noviembre, para quienes lo recuerdan.

La foto de tapa que están viendo, que por cierto es uno de los tantos hermosos diseños de mi hija Dolores, corresponde al libro que le regalé a mi mamá y que regresó a mis manos por estos círculos que nos regala la vida. Mamá no pudo acompañar la presentación. Ya había comenzado su proceso de enfermedad, pero tengo el recuerdo de ir a su casa y conversar mucho sobre los avances de esa escritura. Por eso cuando se lo regalé le escribí en la dedicatoria: “Lectora crítica y amorosa del borrador final”.

Los que llegaron ese día seguro recuerdan el tremendo calor, pero también al sushi man, José Agote. En esta tarde, y por un motivo personal, un especial recuerdo para él.

La contratapa la escribió Amalia Sato, quien también me hizo algunas muy buenas sugerencias al texto.

Kawanabe nace de la línea final de aquel cuento, que ya mencioné, “Los ritos”, de mi primer libro De esto se trata: “Un doble sentimiento me recorre mientras enciendo el sahumerio: el de ser una extensión y un origen”.[3]

Kawanabe fue, en lo personal, un punto de inflexión, no solo porque me había atrevido a la escritura de una novela, también marcaba un mojón en el camino: me afirmaba como escritora.

Mucho tiempo después encontré en la red una entrevista que le realizaran a mi querido Noé Jitrik (esta tarde más que ninguna otra extrañado por su fiel presencia en estos eventos).

Voy a leer un fragmento de sus palabras porque es un modo –y perdón la auto referencia que me coloca en tan buen lugar– de tenerlo presente hoy también. Al encontrar sus palabras en la red, muchos años después de la presentación, pude comprender mejor aquello que yo había comenzado a experimentar allá por el 2012:

 

Si de japoneses se trata no puedo no evocar a varias escritoras que conozco, dejo de lado a las que pude haber conocido en otros lugares. Me deslumbraron Anna Kazumi Stahl, María Claudia Otsubo, Amalia Sato, fui amigo de María Kodama, y de todas me queda una línea de discreta delicadeza, un saber de la existencia que me liga a lo que pude conocer de la gran literatura y el cine japonés. Un no querer imponerse y no intentar seducir sino deslizarse en toques armonioso, como las flores que describe Kazumi o los poemas de Otsubo.[4]

 

En el 2016 presento mi primer poemario: Respiración involuntaria, con diseño de tapa de Dolores. De todos los amigos, hijos, hermanos; Raúl; Jorge Takashima y Gabriela Cargnel, en la lectura de los poemas; Roberto Ferro; mi hermano Alejandro presente otra vez con su bandoneón junto a Nacho, mi hijo, en la guitarra; de todas esas imágenes rescato una con la dueña de casa: la siempre recordada Niko Gulland.

 

Ese mismo año, recibo la invitación de Lidia Vinciguerra para participar de una colección de autores. Así surge Memoria de un roce, tres cuentos breves que se suceden en tres ciudades mágicas: Amalfi, Budapest y Bratislava.

 

Dos años después, en el 2018, Noé Jitrik me acompañará con todo su cariño, junto a su compañera, la escritora Tununa Mercado, y bajo una lluvia torrencial, en la presentación de Diminuto verde, mi segundo libro de poemas.

Con el título para este libro, sucedió algo sorpresivo: ya lo había decidido cuando, revisando entre los poemas y demás papeles escritos por mi papá, encontré un poema suyo de julio de 1951 que no dudé en publicarlo como acápite del libro.

Se los recuerdo:

Cuando así te digo susurrando

como queriendo amar más

con mis palabras.

Es que ciego y sin fuerzas,

anhelante,

trato de buscarlas

en dos hermosos ojos

brillantes como esmeraldas

que en la noche oscura mía

me dan la vida y la esperanza.

 

El encuentro fue en la ya desaparecida Clásica y Moderna, junto a Roberto y Natalia Benítez. Nuevamente Marian Fosatti para cantar junto a Alejandro Demogli.

De esa tarde, guardo en la memoria a Paloma, que se bancó como una reina todo el despliegue de su abuela. En algún lugar de sus recuerdos retendrá el momento en que ella sentada a mi lado, también se sintió con derecho a firmar libros. Creo que Ringo estaba enfermo, Thaís en Brasil, y Camelia aún no existía.

 

En el 2020, publiqué –también través de Metaliteratura– una segunda novela, a la que no le otorgué ningún espacio significativo de difusión: Las niñas de los fósforos, (hoy se sigue consiguiendo en sus dos formatos en Amazon).

La novela es un policial. El crimen de una niña indigente y los fósforos usados que sostiene en su mano cuando la encuentran, se constituyen en el disparador y el punto de atención para un fotógrafo, su compañera y el comisario Rodríguez, un hombre agobiado por la enfermedad. El relato surge también de un cuento de mi primer libro: “Suburbios”, Curiosamente cuando escribí la novela bauticé Rodríguez a mi comisario, un lapsus porque en el cuento original era Ramírez; no obstante, se trata del mismo hombre ante ese “cuerpito de piernas encorvadas y las manos aferradas a un manojo de fósforos”. (La vinculación con el cuento tradicional de Andersen fue inconsciente y solo la lectura de los otros me permitió reconocerlo).

 

Todos los libros que han visto proyectados, salvo este último y la versión en inglés de Mujeres al sol, sábanas al viento (que se encuentran en Amazon), los tienen hoy sobre las mesas. Están ahí para ser recogidos, para que se los lleven. Y si ya los tienen, para regalarlos.

 

 

2.- Leer levantando la cabeza

Hace varios años que trabajo con Roberto Ferro: Escritor y crítico literario. Doctor en letras por la Universidad de Buenos Aires. Profesor e investigador. Premio Konex 2014. Prolífico escritor de ensayos y novelas y, principalmente, y como a él le gusta presentarse, “un oscuro profesor de provincias”.

En este tiempo intenso no solo hemos puesto en común, contra viento y pandemia, nuestras propias escrituras, sino que gracias a él (y por supuesto a muchos otros, como Silvana López), es que fui invitada a participar en las Jornadas de literatura, organizadas por el Instituto de Literatura Hispanoamericana. En esos encuentros anuales, los últimos fueron realizados en el MALBA, voy “ascendiendo”, si así puede decirse, de categoría: de espectadora primero a moderadora de mesa después y luego expositora.

Más allá de la importancia de ese reconocimiento, que agradezco infinitamente, ese desafío me permitió descubrir que ante todo y, sobre todo, era una lectora.

Y que, como señaló Borges, la lectura era (él fue más categórico, dijo “debe ser”) una de las formas de la felicidad.

 

Este libro que presento hoy es un testimonio de esa condición, ante todo de ser una lectora.

Leer levantando la cabeza es un libro de crónica de lecturas.

Al principio, cuando me preguntaban de qué trataba, me resultaba difícil la explicación. No es una novela, no son cuentos ni poemas, no pretende ser un libro de ensayos.

Hace poco me di cuenta que la respuesta era más sencilla.

Hoy cuando me preguntan: ¿de qué trata?, contesto: de un libro que te va a mostrar cómo leo.

Y sí, es un libro de crónicas.

La palabra crónica tiene para mí dos connotaciones: una vinculada a la bitácora, donde el marinero deja asentado con fidelidad lo ocurrido durante su guardia: las condiciones climáticas, por ej. y otros datos: el rumbo, si hubo alguna novedad (¡este el término adecuado! Y qué linda resulta esa palabra).

Otra crónica puede ser la del viajero en tránsito, la que contiene los apuntes de sus apreciaciones, las vivencias personales, y hasta sus recomendaciones para otros viajeros.

Las crónicas de este libro reúnen ambas situaciones, el derrotero de la lectura y sus circunstancias, el trabajo de la memoria y la provocación que genera sobre mi propia escritura.

¿Cómo surgen entonces las crónicas?

Fundamentalmente como una conversación, iniciada desde el instante del primer encuentro con un libro, el contacto físico o material con el objeto, incluso antes de iniciar su lectura.

Un modo personal de leer en el que reconozco dos antecedentes:

1.- Las anotaciones en un cuaderno “Alcazar”, que inicié en el 1971, donde dejaba asentados todos los libros o cuentos que leía (o ya había leído). Título en una columna, autor/a en la otra, y un punto en color si me había gustado: o sea, la bitácora, la experiencia de lectura. (Esas anotaciones duraron seis años, el cuaderno, sin embargo, me sigue acompañando hasta hoy).

2.- El segundo no recuerdo cuándo se inició, y consiste en las palabras que escribo en la portada del libro, al momento de comenzar a leerlo, no solo mi nombre y la fecha, también el estado de ánimo, donde o con quién estoy, qué sucedía en ese momento; lo que llamaríamos el contexto de lectura.

Busqué algunos ejemplos para ejemplificar y entonces tomé al azar tres libros de mi biblioteca, sin saber qué encontraría, y esto sucedió:

 

- “Esperando el auto. Buen momento de lectura”. 6/5/2004 sobre la portada de La edad de la franqueza, de P.D. James.

- “Con Silvina, en casa de Victoria. Sol pleno, crece el espíritu entre las paredes de esta casa”, 9/2008, sobre “Testimonios”, de Victoria Ocampo (en la casa de Victoria Ocampo en San Isidro).

- “Vida-Presente; Vida-Memoria; Vida-Planes; Vida; Vida-celebrando la vida”, Imbassaí, 1/2023 sobre Personas decentes de Leonardo Padura.

 

Seguiría en estos descubrimientos, pero se me iría la noche.

 

PARA FINALIZAR

 

La publicación de estas crónicas son el modo de compartir el diálogo silencioso que he establecido con cada uno de los libros en un período determinado, libros que han llegan a mis manos para conmoverme y para ampliar, como señalé en la tarjeta de invitación, el singular universo de esta vida.

Annie Ernaux, la escritora francesa que recibió el último Premio Nobel de Literatura, en el 2022, dijo: “No soy escritora, escribo y vivo”.

Yo le agregaría: Leo-Escribo-Vivo, hoy no sabría decirles en qué orden.

Proust escribió un bellísimo ensayo sobre la lectura, que empieza así: “Quizá no hubo días en nuestra infancia más plenamente vividos que aquellos que pasamos con un libro favorito”. Proust detalla las interrupciones, incluso con esa frase que nos puede resonar a muchos: "Venga, cierra ya el libro, vamos a comer”. También señala cómo durante la lectura se entremezcla la ficción con la realidad que nos rodea; y se detiene en ese tiempo del “suspiro” (así lo expresa) cuando llegamos al punto final del libro.

También lo cita a Descartes, que dijo que “la lectura de todos los buenos libros es como una conversación con los hombres más ilustres de otros siglos que fueron sus autores”.

Unos días después de enviar la invitación, de modo imprevisto, leí un pensamiento de Umberto Eco (que seguramente leyó el ensayo de Proust).

Se los leo, y con ello cierro esta extensa introducción. Sus palabras superan, lejos, a las mías de la invitación:

Quien no lee, a los 70 años habrá vivido una sola vida, ¡la propia! Quien lee habrá vivido 5000 años: Estaba cuando Caín mató a Abel, cuando Renzo se casó con Lucía, cuando Leopardi admiraba el infinito... Porque la lectura es la inmortalidad hacia atrás.

 

Este libro está dedicado a mis nietos. Los van a encontrar en algunas de las crónicas porque cada uno de ellos apareció y aparece en algún momento de la lectura, como una presencia constante y amorosa.

 

Cierro con lo escrito por Roland Barthes, que originó el título de mi libro:

¿Nunca os ha sucedido, leyendo un libro, que os habéis ido parando continuamente a lo largo de la lectura, y no por desinterés, sino al contrario, a causa de una gran afluencia de ideas, de excitaciones, de asociaciones? En una palabra, ¿no os ha pasado nunca eso de leer levantando la cabeza?

 

Leer levantando la cabeza, para que mis ojos, como el pájaro en la ventana, se alcen al vuelo.

Muchas gracias.

 



[1] María Claudia Otsubo, De eso se trata, Ed. Tantalia&Crawl, Bs. As.: 2001, pág. 55

[2] Duras Marguerite, Escribir, Tusquets editores, Bs. As.: 2006, pág. 56

[3] María Claudia Otsubo, De eso se trata, óp. cit, pág. 57

[4] SILBIDOS DE UN VAGO 14 – Vargas Llosa, los Fujimori y la frase del presidente, por Noé Jitrik

Entrevista para La tecl@Eñe, 6/8/2021. https://lateclaenerevista.com/silbidos-de-un-vago-14-vargas-llosa-los-fujimori-y-la-frase-del-presidente-por-noe-jitrik/

 

 

 

 


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