Acabo de leer Donde termina la lluvia, de mi excompañero de facultad y entrañable amigo Norberto Gugliotella. Leí la novela con una fruición que extrañaba, con una rapidez desmedida, no por simpleza en su escritura sino por su trama atrapante, que convoca, conmueve, interpela.
Marian era la tercera de cuatro hermanos. Nació en una casa del barrio sur, la zona más empobrecida del pueblo, a tres cuadras del campo. Su padre era el comisario, hijo, a su vez, de otro comisario de la ciudad de Noetinger, que había asegurado la estabilidad y el orden en el periodo de lo que llamaban la “subversión”. Por eso, cada tanto, volvían a esa época de oro, donde, según lo que le contaban a Marian, todo era mejor y no había robos y se respetaban. Aunque ella, en su niñez, presenció varias discusiones entre su padre y abuelo, porque las cosas habían cambiado para mejor, sostenía el hijo, contrariando con todo el clamor a su padre. Sin embargo, como en toda pelea familiar, después de los consabidos enojos y exabruptos, la cosa no pasaba a mayores. El padre de Marian era, a su vez, el primer hermano de cuatro. Toda su adolescencia y carrera policial, la realizó a resguardo de su familia. De hecho, sus primeras intervenciones fueron en compañía de su padre, al que respetaba con solemnidad y admiración, a pesar de las diferencias políticas. Fue en uno de los patrullajes que conoció a Cristina, la madre de Marian.
Al azar andamos por los libros como flâneur
Salgo del mar y con la piel todavía impregnada de salitre me dispongo a finalizar Las razones de la sal, que bien podría haberse escrito aquí, en Imbassaí, la narradora tendida sobre la arena “cargada de sodio y otros minerales de una tierra llamada escritura”. Me reencuentro con su escritura atravesada por otras escrituras, en el universo particular y único de la lectura que me propone –con incertidumbres en el inicio, con plena confianza, luego– Ana Abregú.
Audio con la voz de Salvador Elizondo. Farabeuf y El Hipogeo secreto.
Conocí hace algunos cuantos años, a Eugenia Limanski, brevemente, entre ese instante que iba de entrar ella a las clases del Profesor Ferro y nuestro salir con Ana Abregú de la clase del profesor que acabábamos de terminar; leves miradas, grandes interrogantes…
La nueva novela de Eugenia Limanski, Entretanto, se inicia con dos preguntas retóricas, que pueden leerse con la cadencia de un poema. Ellas nos revelan que algo se ha perdido, unos colores, un amanecer, un espacio que alguna vez existió.
6 Mayo 2019
18:30
Diálogo de Escritoras y Escritores Latinoamericanos. “Nuevos referentes generacionales en la narrativa Latinoamericana”.
Participa: Florencia Abbate, Gabriel Peveroni, Giuseppe Caputo y Luisa Geisler
Presenta: Victoria Rodríguez Lacrouts
20:30
Diálogo de Escritoras y Escritores Latinoamericanos. “La ficción literaria y audiovisual: Encuentros y distancias”.
Participa: Mónica Droully Hurtado, Ana Paula Maia, Angel Faretta y Juan Carrá
Presenta: Miguel Gaya
Hay dos escenas de lectura que quiero recuperar del texto que hoy nos convoca y celebramos, una la de Roberto Ferro leyendo su primer libro de Cortázar, Rayuela en 1963, una lectura teñida de vértigo y desmesura que se agrega a la de una generación de lectores para los que Rayuela significa el porvenir, la innovación, la ruptura con las convenciones y la posibilidad de concebir horizontes sin clausura.
Inés Messore
Miguel Ortemberg
Roberto Ferro
Raquel Ortemberg
Roberto Gárriz
Germán García
Juan Carlos Becerra
Leyendo los relatos de Vestigios de Iván Chambouleyron y la solapa donde constan algunos datos biográficos ya uno puede aventurarse en las huellas de un amor postergado.
En Los borradores de Macedonio (una casi novela sin final), Roberto Ferro vuelve a su pasión por el policial desdibujando sus límites constitutivos y dando a su formato reconocible un enigma que es pregunta sin final.