Consideraciones a partir del caso de masoquismo perverso
de Michel M’Uzan
Intervención del Dr. José Luis Valls
en el Segundo Encuentro Científico Institucional
Vicisitudes de la satisfacción: Los masoquismos, su heterogeneidad.
Asociación Psicoanalítica Argentina
Secretaría científica
Eje temático: Angustia, castración, actuación y fantasía.
A continuación expondré expondré mi pensamiento respecto de este material y sobre algunas reflexiones que se han disparado durante la discusión del mismo presentada por Dr. Leonardo Peskin.
Se trata de un paciente que en el momento de la entrevista (por lo que surge de la edición, se puede estimar que fue en los años 60, en París) es ya mayor, tiene 65 años, está jubilado, presenta una hemoptisis (sin causa aparente), pero que dada su edad y el antecedente de haber padecido tuberculosis, podría resultar preocupante. Aunque en el material expuesto por Mr’Uzan no pareciera que, ni para él, ni para los médicos que lo atendían, lo fuera demasiado. La radióloga, al hacer el estudio, descubre que está frente a una suerte de “Hombre ilustrado”, el personaje de Bradbury, cubierto de graffittis indelebles en los que lo insultan, lo denigran, tratándolo básicamente de homosexual, mujer de la calle y hasta de ser sólo un trozo de materia fecal. Estos graffittis tatuados, sumados a unos piercing en su pene, el agrandamiento del meato urinario y una operación rectal semejando una vagina (ante esta situación es pertinente preguntarse si tendría cortados los esfínteres urinario y rectal, pues si así fuera debería usar pañales), junto a algunas lesiones en la piel y tatuajes figurando “penes lindos” en todas las zonas de su cuerpo cual una Medusa, aunque justamente excepto en su cabeza. Lo que espanta a la médica quién, sin demasiado más, lo deriva a su colega psiquiatra y psicoanalista, que será el autor del escrito sobre el que estamos reflexionando. Éste expone con detalle las dos únicas entrevistas extremadamente largas, de acuerdo a lo que hace constar en su trabajo. Luego decide no tomarlo en tratamiento alegando sentir profundo rechazo ante las crueldades que le cuenta el paciente, quien por otro lado tiene un matiz arrogante y hasta despreciativo en su discurso. Ambas cosas y, de acuerdo con mis especulaciones, alguna más que no menciona, lo llevan a tomar esa determinación. El paciente en ese momento estaba dispuesto en apariencia a “someterse” a un tratamiento psicoanalítico. Peskin insinúa que anduvo deambulando por algún que otro consultorio psicoanalítico-psiquiátrico en busca de ello, no se sabe con qué éxito. Aunque el paciente expresara respecto del hecho de psicoanalizarse, algo así como que se trataría de una nueva humillación muy atractiva para él, no obstante pensar que podría resultar interesante para investigar sobre el tema del masoquismo, por lo que estaría dispuesto a hacerlo (a la manera de Serguei Petrov, “El hombre de los lobos”, quién hasta podríamos pensar que refundó su narcisismo en el hecho mismo de su “famoso” tratamiento).
Antes de seguir me voy a ver obligado a expresar algunas discrepancias sobre la interpretación de la lectura de Freud con ambos autores (tanto la de M’Uzan y como la de Peskin). Una fue subrayada desde el público en la última reunión, aunque no muy escuchada, según mi parecer. El masoquismo erógeno es el residuo que queda en el cuerpo de la pulsión de muerte que no ha podido ser expulsada del cuerpo por la pulsión de destrucción cuando el niño comienza a disponer de su musculatura estriada (en el final de lo oral, centralmente lo anal con arribo a lo fálico, en las que el odio que formaba parte del amor paulatinamente se va despegando y eligiendo objetos diferentes y hasta opuestos), en ese sentido el erógeno es el masoquismo primario y es silencioso y nunca salió del cuerpo, es propio de él; es su tendencia a volver a lo inanimado y dispuesto a plegarse a todo lo que se dirija en esa dirección. No es masoquismo erótico (aunque pueda serlo), es masoquismo erógeno. Es lo que hace que cierto dolor llegue a excitar sexualmente. Se puede sumar y estará en la base de toda perversión, pero no es el que lo origina. El que genera eso es el masoquismo femenino, cuyo nombre no es antojadizo ni corresponde a una valoración social de la mujer, es un nombre técnico si se quiere, por predominar fantasías en él de índole femenina, pasivas en cuanto a su meta (esto está escrito en los graffittis del cuerpo del señor M, en el que también intervienen las materias fecales, también femeninas, veremos luego por qué, recordemos la ecuación simbólica heces-pene-regalo-niño, por ahora). Interviene tanto en el hombre como en la mujer. Es represor en el sentido amplio de éste término, el mismo que usara Freud en “Schreber”. Desmiente la diferencia de sexos fálico-castrado, propia del niño y la niña del Edipo. El dolor y la esclavitud ante un sádico (al que contrataban por alquiler), son por lo tanto pulsión de destrucción que retorna desde afuera reconvirtiéndose a pulsión de muerte dentro del sujeto y sumándose así al masoquismo primario. En este caso esto parece lo más buscado eróticamente, lo que produce la erección máxima y el placer más brutal (la descarga mayor en la menor unidad de tiempo).
El autor M’Uzan agrega que el paciente no pareciera presentar masoquismo moral (aunque cargue en parte con la muerte de la esposa, compañera insigne en sus aventuras “eróticas” y con la muerte de un sujeto por el que fue atacado, pareciera que en sus caminatas masoquistas de más de cien kilómetros, dato aquél que como en las películas de Hitchcock, queda flotando en el aire del discurso como un verdadero fantasma shakespeareano y no es averiguado debidamente en esas dos extensas entrevistas; quizás porque no le atribuye verosimilitud, no se entiende demasiado bien por qué).
Para mí esa forma de vida (el alejamiento de la hija y la convivencia con su hija adoptiva, hija a su vez de su empleada doméstica y con el marido de ésta) tiene visos de masoquismo moral, aunque no lo piense así el autor. Por lo menos, es un aspecto que debería profundizarse y no para dejarlo en agua de borrajas con una conclusión tan rápida. Algo de eso debe haber pensado M’Uzan también para no tomarlo, el masoquismo moral es uno de los factores principales de la “incurabilidad”.
Hecha esta salvedad (habrá otras) sigamos con el paciente: el Dr. M’Uzan se decide a escribir sobre el caso recién diez años después de las entrevistas. Entonces recuerda que le asombraba el contraste entre la amabilidad y la buena educación que mostraba el paciente que contrastaba con lo “salvaje”, por ponerle un nombre, de su vida erótica. No conceptúa ésta nunca como sexualidad infantil, la que en el neurótico está en la fantasía y en el perverso deviene acción. Es una moneda con dos caras, una el negativo de la otra, pero la misma moneda, y si no se establece como alteración del yo, como carácter, podría pasar de una a la otra según las “frustraciones” que una persona sufre en la vida y según los momentos de ésta por los que está pasando. Recordemos que es un paciente de edad avanzada (en menopausia podríamos también decir, como Schreber) en el momento de la consulta. El episodio que el paciente narra ocupó una parte importante de su vida, la de su casamiento con su prima-sobrina, para lo que necesitó de una dispensa papal. Así que lo podríamos ubicar, por lo menos para su creencia católica, en un casamiento rayano en lo incestuoso, del tipo de las ocurrencias inconscientes de Isabel de R, con su cuñado. Fruto de ese casamiento nace una hija cuyo nacimiento no se ubica bien en el tiempo, pero que pareciera corresponder a la primera época de relaciones sexuales “normales”, sin embargo, paralelamente aparecen relaciones masoquistas que se acentúan hasta llegar al límite de una “folie a deux”, relaciones a las que la pareja agrega primero un partenaire sádico que aparentemente somete sexualmente a ambos, o solamente a la mujer, a quien tortura cruelmente mientras el paciente se masturba y permanece en posiciones que uno podría pensar como ridículas, una es la de acostarse entre el sommier y el colchón de la cama mientras su esposa es sometida sobre el mismo colchón a vejámenes y luego es obligado a besar las manos y los pies (este último un conocido ritual católico que realiza el papa con los cardenales en conmemoración de lo hecho por Cristo con sus discípulos) y luego a comer las heces del que actúa como sádico. En ningún momento es mencionado por el autor el posible carácter de repetición de la escena primaria infantil de lo allí sucedido ni la vigencia aparente de la teoría de la cloaca infantil para llegar al placer. Es más, el autor pareciera sugerir lo alejado que está todo esto del complejo de Edipo, lo cual, a mí, me resulta sorprendente.
El paciente es un homosexual que toma a la homosexualidad como humillación dice M’Uzan y probablemente tenga razón en eso, parece más masoquista que homosexual, pero en la escena del sommier se percibe también una identificación muy intensa con la madre en el acto sexual, así como cuando es penetrado probablemente del techo luego de colgarse por unos extraños colgajos hechos en su piel. Las crueldades van en aumento y se borra un pecho, o el pezón de uno de sus pechos, le tiran plomo fundido en el ombligo (alguna relación con una búsqueda de retorno al vientre materno, un psicoanalista, según yo lo veo, a esto le debe encontrar) y hasta es obligado a no penetrar más a su esposa con su pene, orden sádica que cumple a rajatabla además de sufrir cierto desgarramiento del meato urinario con una hojita de afeitar y la colocación de un piercing anillo que impide la penetración, además de la colocación de púas en su escroto, también de una aguja de brújula en su pene que paradojalmente muestra la potencia generada por el masoquismo en él, capaz de vencer a una aguja magnética.
La pareja por este tiempo tenía ya dos partenaires que oficiaban de sádicos, así que la cosa iba en aumento, la mujer era colgada de los pechos desde el techo y maltratada, hasta crucificada.
Este período en el que no aparece para nada la existencia de la hija como algo importante en su vida, por lo menos en el texto, es narrado por el paciente como años felices, en los que la perversión compartida con su mujer es expresión del amor compartido, a la manera en que un bebe-niño oprime, defeca, pega y hasta muerde, como expresión de amor. El problema es que este amor en personas adultas deviene en un jugar con la muerte (lo que en cierta manera es vivido como valentía masoquista, en comparación con el sádico, que “a tanto no se atreve nunca”). Su esposa fallece a raíz de una TBC (recuérdese la hemoptisis como inicio de las entrevistas, algo que también fue señalado en la última reunión). El paciente contrae una depresión (no se sabe si un estado de duelo o un grado de melancolía) y abandona su perversión. Parecido a cuando alguien abandona el cigarrillo, o una adicción a drogas, por ejemplo, ante un hecho importante de su vida. Recordemos que Freud señala como primera adicción a la masturbación, adicción madre de todas las demás, y, como vimos, la masturbación participaba de ellos, si bien con todo un elenco de actores reales y no sólo fantasmáticos. Hay algo que deberíamos agregar, estos actos crueles podríamos pensarlos como funcionando con la estructura de un sueño, o sea básicamente bajo el dominio del proceso primario, de ahí lo extraño de las representaciones teatrales que por momentos parecen psicóticas, por momentos del elenco de Fuerza Bruta, o sea un proceso primario con una elaboración secundaria, a la manera de una fantasía, pero representada con actores reales. Debemos reconocer que las representaciones parecen escenas del tipo de Marlon Brando o Robert de Niro (capaz éste de engordar y adelgazar más de 20 Kg. para representar a Jake Lamotta como boxeador con un estado físico impecable o como cantante decadente, en el mismo film), o sea son muy reales, pero no pertenecen a la realidad de su vida de relación, de su vida social. De hecho ha logrado ocultarlas a su familia (no está claro lo de la distancia afectiva y geográfica con su hija, uno podría pensar que sería muy raro que nunca haya percibido nada).
M’Uzan refiere casi todo a lo “constitucional” y respecto de esto también tengo lecturas distintas. Cuando él habla de constitucional parece referirse a lo heredado, a lo cuantitativo de la pulsión que se vuelve por eso irrefrenable. Entiendo que para Freud lo heredado es una cosa y lo constitucional es otra. Además, lo heredado biológico, lo es a la manera freudiana, o sea lamarckiana-darwiniana, teoría de la evolución, es decir, con la herencia de los caracteres adquiridos incluida y también la supervivencia del más fuerte. Por lo tanto, lo heredado es por una biología que incluye la historia de la especie en su haber, las marcas que la historia dejó en ese cuerpo y lo transformó (cualquier parecido con el paciente M es pura ficción). A eso hay que sumarle las experiencias de la sexualidad infantil previas al complejo de Edipo para hablar de lo constitucional. Eso constituye nada menos que al inconsciente, lo constitucional, lo que da origen al sujeto. Así que lo constitucional es ni más ni menos que lo que hay que descubrir, construir, o reconstruir en un psicoanálisis, casi nada. La sexualidad infantil, digamos. Respecto de eso también llama la atención la poca importancia que se da al recuerdo de la niña comiendo heces a los cuatro años. Se lo toma como un recuerdo real y no como un recuerdo encubridor, o sea un punto nodal a partir del cual se puede reconstruir, desde sus asociaciones, la historia de la sexualidad infantil de esta persona que pueda dar cuenta de la historia de su fijación, básicamente anal, sin duda (la fellatio parece no participar en las relaciones sexuales) aunque vista desde lo fálico, con la castración y el ejercicio del poder del padre sobre el hijo ante el que disfruta en someterse como una puta, y no del poder como un abstracto. La folie a deux con la esposa aparece como una compulsión a la repetición irrefrenable que conduce al más allá por la vía del placer máximo, que descalabra de dolor al paciente, una vez lograda la descarga placentera por ese mismo dolor.
A lo constitucional debe sumarse una frustración desencadenante para que se desencadene la neurosis o la descompensación que fuere. La hemoptisis y la edad están actuando como desencadenante a mi parecer del peligro de una descompensación, que yo no veo como psicótica o delirante como Peskin, nada indica eso, más allá de que el paciente lo podamos ubicar dentro de aquello que llamamos patología narcisista, o sea los que sufrieron algo en su psiquismo temprano que dañó su yo y al que se dedicaron a rellenar el resto de su vida. Hay aceptación del objeto pero no de la castración. Lo que en este caso lo fijó e hizo regresar en ocasiones a su etapa anal, teoría de la cloaca que incluye a la de la madre fálica aunque no como predominante (los hombres pueden tener hijos-heces por el ano, pueden parir, como él tiene escrito en su cuerpo sobre sí mismo y lo que come por orden del sádico, que oficia las veces de padre y súperyo, puro cultivo de pulsión de muerte). Quizá sea necesario decir que en parte sí lo logró, en su vida de relación, por lo menos formalmente, pero no en su vida sexual, aunque, según el texto, pareciera que también por momentos sí, quizá la alteración yoica no sea tanta como parece, además él dice que quiere investigar.
Respecto de las confusiones que pueda tener el lector con los términos perversión, o femenino, se solucionan si se recurre a la “bruja” metapsicología, en la que, a la manera de la filosofía, o de la ciencia, Freud recurre a un lenguaje técnico que no me parece atinente cambiar así nomás por motivos sociales o morales para luego decir lo mismo o muy parecido con otras palabras. Por lo menos mi opinión es que le quita seriedad al planteo y genera más confusión, tanta que a veces los psicoanalistas no nos entendemos entre nosotros pese a hablar un mismo idioma. Tampoco me parece atinente agregar o reemplazar términos ya aclarados para poder participar de filosofías o pensamientos aparentemente más evolucionados, me parece que, por el contrario, generan más involución que cambio al psicoanálisis. En todo caso habría que llevar el discurso freudiano a las ciencias y a la filosofía que todavía funcionan como si el hombre lo hiciera solamente con el proceso secundario, dejando lo sexual para lo moral cuasi delincuencial, punible y no pensable.
El paciente pasó por un período “loco” en su vida sexual que duró unos ocho años, sexualidad que fue desplegando junto a una mujer, elección con ciertas características incestuosas, con la que tuvo una hija y fue “feliz”, la que luego, al morir, le resultó irreemplazable, pese a intentarlo (con una prostituta y otros hombres). La depresión y la TBC que padeció en esa época, marca la participación de su cuerpo en sus afectos. Actualmente (en el tiempo de su entrevista) el señor M se acerca su vejez y su pulsión es posible que se revuelva ante ella, quisiera entonces repetir la historia pero esto le produce miedo (uno no sabe si de volver a caer en las impudicias, o en la melancolía, como piensa Peskin), de lo que se defiende contando su historia y mostrando sus marcas, produciendo miedo en quien lo puede ayudar (otra muestra de masoquismo moral), pues sabe que su historia sexual es peligrosa, ya hubo muertos en ella y, a su manera, pide ayuda. Es un presupuesto ineludible que el terapeuta debe tener en claro esos antecedentes, no es un neurótico inofensivo.
El arma terapéutica sigue siendo la reconstrucción de la verdad histórica de la sexualidad infantil, no congelar ésta en el recuerdo de los cuatro años, como menciona que suele suceder en algunos análisis Diana Turjansky, sino abrirla a partir de él a los caminos representacionales nuevos, o viejos olvidados, que surjan en el proceso terapéutico. Probablemente, dada la época y los antecesores que cita M’Uzan (Reich principalmente) el análisis él lo entendiera como el análisis de los mecanismos de defensa básicamente. Pero la defensa es defensa contra algo, contra el progreso del análisis, esto es, contra el proceso de rearmado al proceso secundario de lo que actualmente está básicamente en proceso primario a la manera de un mito que se debe transformar en historia, en verdad histórica (no en verdad material, incognoscible para Freud).
El ser humano, una vez que pasó por el período del complejo de Edipo y que quedó en su psiquismo instalado el superyó como su monumento conmemorativo, accede a ser social, pasa a pertenecer a una masa social a la que puede llegar a influir y que es influido en mayor medida por ella, en sus opiniones, su pensamiento y demás. Podríamos decir que la primer masa a la que pertenece es su familia, luego su barrio, su clase social, su colegio, sus lecturas, su ciudad, su país. En ese sentido siempre es partícipe de una masa, quiera o no, lo sepa o no. El hombre es un animal gregario dice Trotter, a lo que discute Freud agregándole algo fundamental que hace a la constitución de su aparato psíquico: “Es un animal gregario que se agrupa alrededor de un líder”. Los miembros de la masa actúan por identificación (entre ellos y con el líder que se constituye en su ideal), lo que no quiere decir que no piensan, lo hacen antes de entrar en la masa o después de haber pertenecido a ella, pues si lo hacen en su seno quedan afuera, o se constituyen en un nuevo líder de una nueva masa, si consigue seguidores. Freud organizó también la explicación que Le Bon había hecho de las masas espontáneas de la Revolución Francesa a las que de alguna manera denigraba por su descontrol (¡cambiaron al mundo!), pero además habló de las masas organizadas, que por eso llamó artificiales, en contraposición a las espontáneas. Así resulta cualquier tipo de institución, sin ir más lejos aquella a la que pertenecemos y nos organiza. El líder no puede ser cualquiera, tiene que tener condiciones para ello y elegido de alguna manera para serlo, tiene que interpretar el sentir de la masa, tiene que representarla y tiene que tomar decisiones que la favorezcan, si no será expulsado como lo fuera el padre de la horda. También puede someterla masoquísticamente, se generarán sometimientos masoquistas, o también luchas en la que participarán los miembros de la masa luchando por el poder, por ser el líder de la masa, aquel que toma las decisiones, a la manera de la lucha del hijo con el padre en la encrucijada de Tebas de la constelación edípica. En este movimiento permanente se construirá la dinámica de lo social, humano. No sé cuál habrá sido el destino de este paciente y cuál su diagnóstico final, solo quiero dejar en claro que no estoy de acuerdo con los diagnósticos psíquicos en general, pese a todo, más que como formas de organización del pensamiento, las que si se anquilosan, dejan de ayudar. Las personas son cosas diferentes que los diagnósticos de su funcionamiento psíquico. “Altamente individual” adjetivaba Freud respecto de la represión, y la de este paciente por cierto lo es, su perversión abarca un período de su vida (tomando al discurso como verdad, pues en la discusión pasada surgió el tema de la mitomanía, que si lo es para algunas cosas, como el posible asesinato, también lo puede ser para otras). De cualquier manera, seguramente tengo probablemente más laxas mis represiones primarias (entre ellas el asco) por lo que en un principio no me produjo ni rechazo, ni fascinación, su relato. Sí curiosidad. Es más, soy escritor aficionado de novelas negras, algunos en esta sala han leído o están leyendo algunas de ellas. Ubicado en el lugar de M’Uzan probablemente hubiera trabajado con él un tiempo a ver si se podía abrir su barrera defensiva escondida detrás del monstruo que parecía querer ser. El arma terapéutica debe ser el hacer consciente lo inconsciente, y lo inconsciente son las defensas inconscientes y los contenidos de lo que aquellas se defienden, los que suelen estar incluidos en ellas y repetirse en la transferencia, volviéndose así actuales a su vez que vallas del tratamiento, que, si pueden analizarse (lo que está muy en dudas en este paciente), generarán cambios importantes y duraderos.
José Luis Valls
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