Entrevista a Marcelo Damiani en el marco de las Jornadas Macedonio Fernández
MARCELO DAMIANI, es escritor, periodista y docente universitario. En 1995 publicó su primera novela: Adiós, Pequeña. Su segundo libro, El sentido de la vida, obtuvo en 1998 el Premio del Fondo Nacional de las Artes. En 2003 se publicó su primer libro de poesía: Pasajeros. Ese mismo año fue elegido por la Fundación Antorchas para una estadía en el Banff Centre for the Arts en Canadá. En 2005 publicó su novela El oficio de sobrevivir. En 2007 apareció "Algunos Apuntes sobre mi Madre". En 2010 apareció su compilación "El efecto Libertella". Sus textos han sido traducidos al inglés, italiano y francés, siendo publicados en antologías, diarios y revistas de Argentina, Chile, Uruguay, Brasil, Puerto Rico, Estados Unidos, Cuba, España e Inglaterra. En el marco de las Jornadas Macedonio Fernández presentó su trabajo “Prólogos del Museo: Macedonio y una secreta promesa del porvenir”.
JM: En tu ponencia hablaste de una narrativa histérica que es un virus que se propaga, conforma genealogías literarias y que tiene su germen en Macedonio. ¿Podrías explicarnos un poco más a qué te referís con la histeria?
MD: Es una idea que hace tiempo vengo desarrollando donde la histeria es algo positivo. Históricamente la histeria es una enfermedad femenina. A partir de Freud, y sobre todo de Lacan, aparece una lectura distinta de la histeria. Ahora se la puede ver como una forma de conocimiento. Esto yo lo tomo libremente para la literatura, y la redefino con un doble movimiento. Por una parte, el intento de conquista (del lector, si se quiere, pero también puede ser de un espacio nuevo o ajeno), y por otro lado, cuando ya se ha ganado lo que se buscaba, aparece el rechazo (de eso mismo que se conquistó, sin tomar posesión de ello). En “Tantalia” Macedonio incluso la enuncia como una especie de plan. Tienta y niega. La histeria también tiene algo de lucha contra el poder, pero sin ideología ni fines programáticos; en este sentido, está muy cercana al anarquismo. Todos los prólogos de Museo… serían parte de este juego, sumado al intento de Macedonio de huir de lo establecido, a su resistencia a la escritura, a la publicación, a los finales. Leyéndolo, es evidente que él tenía una gran pasión por comenzar, pero no le pasaba lo mismo con los finales, y ahí también está la histeria.
JM: ¿Cómo funcionaría esto en Borges y su seducción constante?
MD: Borges invierte el patrón de su maestro. Macedonio escribe desde el rechazo a la escritura, dejando la seducción en un plano casi extra-literario. Borges trabaja al revés. Pone a la seducción en primer plano, como si todo lo concentrara en ella, y deja el rechazo para la empatía extrema y la novela. En la histeria la seducción es el objetivo principal. El rechazo está fuera de los textos. Entonces el lector puede llegar a no enterarse de este universo casi hostil que rodea las formas breves borgeanas. Por eso acá habría un gesto histérico, casi un micro gesto, sólo detectable por el ojo experto. Es el resabio que queda luego de la gran lección macedoniana.
JM: Hay otro lazo en el que hablás de Lamborghini y Libertella.
MD: Sí, es una línea que tiene que ver con cierta poética de la neovanguardia. Lamborghini juega a construir algo a medio camino entre la histeria y el hermetismo. Pero el que mejor comprende esto es Libertella. Me refiero sobre todo a la relación entre el germen histérico presente en Macedonio y su devenir en gesto histérico en Borges. Libertella va a extremar este recorrido, llevándolo al hermetismo. Y de ahí ya no sé si hay retorno.
JM: Recién decías que Macedonio era incomprensible para el momento, y en otro lugar dijiste que escribía para un lector del porvenir. ¿Sus prólogos irían preparando a un lector que nunca llega?
MD: El prólogo, si vos lo pensás, y esto lo dice Roberto Ferro, promete un presente a futuro. La novela es un presente casi constante, y en ese sentido el prólogo promete ese presente que en realidad se está tramando en el futuro, un futuro que está en otro lugar del texto. Pero también es cierto que en el caso de Macedonio no se podría afirmar que está en otro lugar de su texto, sino que estaría en otro lugar de la literatura. Es casi como si pudiéramos decir que los prólogos de Macedonio prometen o anuncian a Borges. Todo lo que él no puede o no quiere hacer, va a quedar como un legado que Borges de alguna manera retomará. No es casual que escriba tantos prólogos, no es casual que se niegue a escribir una novela...
JM: Volviendo a las genealogías de la histeria, ¿quién sería hoy el que seduce y rechaza el “poder”?
MD: Por ahí me equivoco, pero creo que nadie. En realidad hay una especie de mal de época que es la sobre-adaptación. La sobre-adaptación es lo opuesto de la histeria y la resistencia al poder que ella postula. Los sobre-adaptados se mimetizan, se estudian y se copian o se utilizan; a veces, incluso, se comen. Ellos están convencidos que en muchos ámbitos hay que mimetizarse para evitar el rechazo, y tienen un miedo terrible (a veces un verdadero pavor) al rechazo. Esto los obliga a practicar comportamientos miméticos que luego no pueden sacarse de encima. Son como esos actores que terminan haciendo de sí mismos en todas las películas. La gran mayoría, además, son pusilánimes. Así, hoy en día, creo que podemos ver toda una serie de imitadores de Borges, de Cortázar, de Saer, de Aira, de Piglia, de Marcelo Cohen o de Abelardo Castillo, para sólo nombrarte a algunos de los que tienen más epígonos.
JM: Son como Zelig...
MD: Sí, claro, es el mal del camaleón. Zelig es la película acerca de la sobre-adaptación llevada a un nivel físico. Me parece que eso es lo que está sucediendo un poco en términos generales en el ámbito literario. Es lo opuesto de la histeria. Por eso también es muy difícil encontrar un histérico, porque el histérico, en algún punto, frente a esta situación, tiene que correrse, tiene que desaparecer, y adoptar algo así como una estética del silencio o del pudor, ya que nuestra época también tiene una gran polución sonora y es demasiado exhibicionista.
JM: ¿Podrían estar en Internet?
MD: En Internet es más probable. Uno se puede esconder mejor. Hay tantas cosas ahí que los textos funcionan como un árbol (saussuriano, claro) escondido en el Amazonas. El problema ahí es que alguien lo encuentre. Porque hoy en día todo el mundo tiene Internet, Blog, Facebook, Twitter. Tal vez habría que resistirse más o incluso negarse a estar en Internet.
JM: Vos como escritor, ¿sos un histérico o un sobre-adaptado?
MD: No sé, tal vez ninguno de los dos, pero sin duda estoy más cerca de la histeria que de la sobre-adaptación. Porque además me parece que la postura del histérico es más interesante. La postura del sobre-adaptado es mentirosa con uno mismo, uno no está de acuerdo con todo lo que lo rodea. En ese sentido, el histérico tiene una relación más cercana a la autenticidad. El sobre-adaptado está todo el tiempo controlándose, todo el tiempo mintiendo, todo el tiempo tratando de deducir lo que piensa el otro para agradar, conquistar o no ser rechazado. Es una especie de esclavitud del deseo ajeno, porque hace cualquier cosa para lograr lo que desea a través del deseo del otro (siempre y cuando el otro tenga algún tipo de poder, claro); incluso auto-humillarse, por supuesto; en un punto es enfermizo, casi te diría que clínicamente. No soy un sobre-adaptado, por suerte, y sé que si elijo o puedo elegir, siempre prefiero ser un histérico. De todos modos, hay una histeria negativa que es sólo un mecanismo de negociación mercantil (algo que no me interesa); yo me quedo con la otra, con la que busca lo auténticamente literario, aunque el precio que haya que pagar sea cierto ostracismo social.
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