CECILIA S. TELLECHEA es Licenciada en Literatura Latinoamericana por la Universidad
Iberoamericana, Maestra y Doctora en Literatura Hispánica, por el Colegio de
México. Dedicó su tesis doctoral al diálogo de Macedonio Fernández con la
tradición en Adriana Buenos Aires y Museo de la Novela de la Eterna.
Recientemente recibió el Premio Hispanoamericano de Ensayo Lya Kostakowsky 2012
por un trabajo titulado "Macedonio Fernández y su conversación con los
difuntos".
Ha diseñado e impartido cursos de lengua española en la Escuela Libre de
Derecho y otras instituciones de educación superior, en México; y ha publicado
artículos sobre Xavier Villaurrutia, Luis Zapata, Alejo Carpentier y José
Emilio Pacheco, entre otros. Actualmente vive en Chicago, USA, en donde prepara
la publicación de su libro sobre Macedonio. En las Jornadas Macedonio
Fernández presentó su trabajo: “Macedonio: primer-último lector malo-
bueno”
JM: ¿Cómo surgió tu interés en hacer una tesis de doctorado
sobre la obra de Macedonio Fernández?
CST: Mi primer encuentro con Macedonio
fue curioso; se lo debo a un mexicanista muy querido y a un escritor mexicano:
cuando estudiaba la licenciatura en la Universidad Iberoamericana, en un curso
con Samuel Gordon leí una novela muy peculiar –Vitrina del anticuario– de Felipe Vázquez. Me llamó la atención su
obsesión paratextual y, al rastrear antecedentes de esta práctica, llegué
obviamente al Museo… de Macedonio. Me
encanta la teoría literaria y creo que me cautivó el hecho de que, cuando uno
lee a Macedonio, no sabe bien si está leyendo teoría o ficción, pues su obra
habita los intersticios entre estos discursos.
Después seguí topándome con ecos
macedonianos o planteamientos coincidentes con los suyos en obras que me
gustaron, como Si una noche de invierno
un viajero de Italo Calvino o el Diccionario
jázaro de Milorad Pavic´. Más tarde leí y estudié a Ricardo Piglia y
Macedonio obviamente reapareció: en Crítica
y ficción, El último lector y,
sobre todo, La ciudad ausente.
En alguna de sus visitas al Colegio de
México, Piglia dictó una conferencia titulada “El escritor como lector”. Yo me
había dado cuenta de que la mayor parte de la crítica tendía a estudiar la obra
macedoniana en su carácter de precursora; en relación con la teoría y la
literatura que, respecto de ella, resultan futuras. Y quería estudiarla
siguiendo el procedimiento inverso: en relación con los discursos que la
precedieron y con los cuales Macedonio dialoga. Pero creo que fue a raíz de esa
conferencia que decidí definitivamente que “Macedonio como lector” sería el
tema de mi tesis doctoral.
JM: En tu tesis hablas de las tradiciones, o, como lo dijiste
en tu ponencia, la biblioteca de Macedonio Fernández, ¿cuál es esa tradición,
cuáles son esas lecturas?
CST: Más que la identificación
exhaustiva de autores y obras aludidos en sus novelas, lo que me interesó fue
analizar una muestra representativa y significativa, la cual permitiera
describir el modus operandi del
trabajo intertextual macedoniano: la manera en que sus fuentes se sedimentan,
se transforman y funcionan en su escritura. Sin embargo, en la primera etapa de
mi trabajo, sí elaboré un catálogo de referencias explícitas y veladas, lo más
abarcador posible. En él figuran, entre otros (para darse una idea del
fascinante y ecléctico caldo de cultivo que forman las lecturas macedonianas):
Cervantes, Poe, Dante, Emerson, Xul Solar, Goethe, Milton, Walter Scott,
Tolstoy, Mario Chabés, Flaubert, Zola, Shakespeare, Quevedo, Góngora, Calderón,
Gracián, Tasso, Las mil y una noches,
Kafka, Ramón Gómez de la Serna, Jules Supervielle, William James, Schopenhauer,
Hegel, Kant, Hogdson, Rabelais, Marechal, Whitmann, Sterne, Maeterlink, Tristán e Isolda, Manzoni, Lombroso,
Ibsen, Bergson, Pirandello, Dostoievsky, Spencer, Unamuno, Wagner...
Ahora bien, la investigación me aclaró
que, en su diálogo con la tradición, Macedonio pone énfasis en elementos que
pertenecen al barroco y a la estética decimonónica. Y es que volteó hacia el
primero (es decir, el barroco), en busca de una maquinaria paradójica que le
permitiera superar los desgastes que percibía en la segunda (la estética
decimonónica). Macedonio teje sus genealogías distinguiendo entre: fuentes
mediadas por una relación de distanciamiento (la filosofía de Kant o la
estética realista), cuyas alusiones funcionan generalmente como contra-ejemplo
en la exposición metaliteraria de su teoría sobre la novela; y fuentes con las
que media una relación de filiación (Schopenhauer, James, Quevedo y Cervantes,
por ejemplo), cuyos intertextos generalmente muestran algún aspecto de la
Belarte Conciencial o del “género bueno”. Sin embargo, entre estos polos media
siempre una compleja red de “contaminaciones” productivas, por lo que nunca se
trata de simples dicotomías, sino de arriesgadas síntesis de contrarios.
Tuve también oportunidad de trabajar en
el Archivo de Macedonio, custodiado por la Fundación San Telmo, rastreando las
huellas de sus lecturas desde un punto de vista histórico-biográfico y no sólo
interpretativo. Uno de los capítulos de mi tesis traza una breve historia de la
biblioteca personal de Macedonio. Y puedo decirte que los libros que ahí
sobreviven, los que aparecen en las notas de sus diarios y cuadernos y aquellos
que se metamorfosearon en su ficción pertenecen sobre todo a la tradición
europea y estadounidense y a la pluma de filósofos y narradores. Esto nos habla
del canon y del género con cuya tradición dialoga y en cuyas genealogías se
integra: la cultura europea, el fenómeno de la modernidad y el género de la
novela.
JM: Utilizaste el concepto de “cleptomnesis” para hablar del diálogo que se establece entre las
tres novelas de Macedonio (Museo…, Adriana… y Una novela que comienza) y sus lecturas. ¿Cómo opera esa “cleptomnesis” en Macedonio?
CST: Sí, este es un concepto sobre el
que Noé Jitrik habló en las “Primeras Jornadas de Homenaje a Macedonio
Fernández” (recogidas en
Mónica Bueno, comp., Conversaciones
imposibles con Macedonio Fernández, Corregidor, Buenos Aires, 2001). Con cleptomnesis
(robo a la memoria) Jitrik se refería a que el universo de lecturas de un autor
se sedimenta y transforma en su memoria, y desde ahí nutre su obra. Esto ocurre
especialmente en casos como el de Macedonio, quien no hace un uso erudito ni
académico de la cita, sino que integra el acervo de sus lecturas a su
experiencia y lo somete a los procedimientos lúdicos, paradójicos y
transgenéricos de su pensar-escribiendo. Es decir, trabaja con ellas robando a
su memoria y, por tanto, en realidad se cita siempre a sí mismo. Para Jitrik,
la cleptomnesis destraba la paradoja
entre repetición y originalidad (un tópico que por cierto cruza toda la obra
macedoniana) pues “disfraza la opacidad de lo ya escrito en uno mismo y le da un
carácter o una forma nueva”.
JM: Dijiste también que en Macedonio se daba un conflicto entre
biblioteca y jardín, erudición y experiencia ¿en qué consiste ese conflicto?
CST: En la historia del archivo de
Macedonio hay una relación inversamente proporcional entre sus dos componentes:
manuscritos propios y libros ajenos; mientras los primeros crecían en número,
los segundos iban disminuyendo o dispersándose. Esto no quiere decir, por
supuesto, que Macedonio dejara de leer sino que el atesoramiento de libros no
le interesó. A diferencia de Borges, no manifestó pasión de coleccionista. La
desproporción que se aprecia entre las bibliotecas que Macedonio y Borges
dejaron tras su muerte –la pequeñez de la del maestro, escuálida frente al
portento de la del discípulo– tiene que ver, entre otras cosas, con el modo en
que resolvieron (tanto en sus vidas como en sus textos y en la imagen de sí
mismos que proyectaron) lo que podríamos llamar el conflicto entre la
biblioteca y el jardín; la pugna entre los libros y la vida, entre lectura y
experiencia. “Todo esto forma parte de una tradición literaria: cómo salir de
la biblioteca, cómo pasar a la vida, cómo entrar en acción, cómo ir a la
experiencia, cómo salir del mundo libresco...” –dice Ricardo Piglia en El último lector. Otras veces, el
problema es entrar o permanecer en la biblioteca. Ambos autores fundieron en su
obra esta encrucijada personal con otros tópicos (las armas y las letras,
civilización y barbarie) y la moldearon con visiones ya clasicistas, ya románticas,
de sus figuras de autor. Borges, sin embargo, tendió a permanecer en la
biblioteca, mientras que Macedonio apostó siempre por la experiencia.
“¡Quién hubiera creído que usted, que
se lo pasa pensando o escribiendo, fuera tan favorable a una joven enamorada!”
–exclama Adriana, la protagonista de la “última novela mala”, dirigiéndose a
Eduardo de Alto. Y el alter ego de
Macedonio responde: “Yo estudio pero creo que el estudio en sí mismo no tiene
valor moral alguno. La ciencia y el arte sólo honran a la humanidad si han de
servir para acrecentar su facultad de amar. Y es muy dudoso que conduzcan a
ello”. Esa duda palpita en la escritura de Macedonio, con igual fuerza que la
curiosidad y el placer que lo empujan a seguir estudiando, pensando, escribiendo...
leyendo. En un fragmento de Museo el
triunfo de la biblioteca sobre el jardín se tiñe de culpa (“Quizá este
sufrimiento y tanto fracasar anejo al anhelo artístico, es el castigo de quien
prefiere soñar a vivir, arte a vida, cuando la vida nos tiene una Eterna en
quien toda belleza halló figura, latido, respiro...”).
JM: Sin embargo, la pugna entre lectura y experiencia,
biblioteca y jardín, no llega a resolverse
CST: En el Diario de vida e ideas, de enojo: Macedonio opone en esas notas las
categorías de intelectual –quien elije la biblioteca– e inteligente –quien opta
por otro espacio asociado con la experiencia y la naturaleza; un sitio más
extremo que el jardín... la selva. Al darse cuenta de que su cuaderno contiene
más del saber ajeno que de la propia experiencia, Macedonio se interrumpe
burlonamente: “Qué Unamuno estoy”, y en nota explica: “¿Por qué retornó Unamuno
de Mallorca a Salamanca sino porque es un intelectual, no un inteligente?
¡Suicidarse en una Biblioteca en lugar de renacer en las selvas y sol de
Mallorca! Lo compadezco como él a sí mismo”. La cautela frente a las redes de
la biblioteca se nota también en la dedicatoria de No toda es vigilia... a los jóvenes lectores. Al encumbrar ahí su
concepto de “Pasión”, Macedonio lanza un exhorto: “De ella tomo mis dogmas,
amigo joven: busca la soledad de dos, la Altruística, y no te extravíen de tu
fe en la Pasión las solemnidades de la ciencia, el arte, la moral, la política,
los negocios, el progreso, la especie [...]”.
La opción de Macedonio por la
experiencia tiene que ver con su rechazo de la erudición y de las instituciones
asociadas a ella –la biblioteca inclusive; las escenas más memorables de
lectura en su obra ocurren siempre en otros sitios: la finca, el campo, el
café, el tranvía, la pensión o la habitación propia.
“He intentado varias veces emprender el
estudio de la filosofía, pero siempre me ha distraído la felicidad”. Esta
frase, que tiene una larga historia de usos en la que figuran Boswell, Hudson y
Borges, se atribuye con frecuencia a Macedonio. Hace eco en esta otra: “Like
all young men I set out to be a genius, but mercifully laughter intervened”,
que sin embargo no pudo conocer pues fue escrita por Durrell en 1960. Al margen
de las autorías, lo cierto es que ambas resumen muy bien su elección, siempre
en favor de esa búsqueda hedónica que concibió como experiencia.
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