Podría compararse la novela “Tres muescas en mi carabina” con un río que mediante las páginas lleva y trae rumores, historias y secretos a través del tiempo. Los dos paratextos serían dos orillas a las que se puede acudir para poder navegar esta corriente caudalosa que por momentos crea remolinos gracias a la acción de los dos tiempos que se entrecruzan a través de dos series, pero que nunca se detiene.
Los rumores se pasan de boca en boca, a veces verdaderos; otras, falsos, peleando por ocupar un lugar, agregando detalles o desmintiéndose; se expanden por Carmelo principalmente, y por otros pueblos uruguayos a orillas del río. También salen historias de la Juncal pero los que allí luchan por ocupar su lugar son personas, que también van y vienen, personas que luchan contra la naturaleza, quizás contra una naturaleza heredada. Porque hay algo que se oculta bajo el crecimiento de la isla; algo anómalo, dicen los rumores. Pero en el delta todos tienen algo que ocultar.
El primer paratexto de la novela que aparece en las primeras páginas del libro es un mapa del delta donde aparece la isla Juncal, la isla Martín García, los brazos del río Paraná, varios arroyos, el río Luján, la ciudad de Buenos Aires, Tigre, Colonia y los pueblos de Nueva Palmira y Carmelo. También hay en el dibujo un barco con gaviotas alrededor, y un pez asomándose del Río de la Plata: éste parece un mapa de aventuras.
El segundo paratexto, hacia el final del libro, es una guía de personajes con cinco divisiones: en la primera hay dos personajes, la segunda es la primera generación de la isla Juncal, luego vienen la segunda y la tercera generación y la última división corresponde a "otros" (personajes). Esta guía divide cronológicamente a los personajes que viven en la isla; aparece la fecha de nacimiento de muchos de éstos, datos que sirven para ubicar el tiempo en que ocurren los acontecimientos.
El epígrafe dice que esta novela cuenta hechos reales y otros imaginarios; los paratextos validan esta doble afirmación: las ciudades y ríos del mapa son los reales, pero además posee un estilo aventurezco. Y la guía de personajes, más allá de que si algún personaje existió, al estar presentada cronológicamente y con datos concretos, es decir, al dar información biográfica, tiene un aspecto de realidad. Y por supuesto el aspecto innato de ficción al formar parte de una novela y presentar personajes.
Pero la importancia mayor de los paratextos radica en la relación entre ambos para la construcción de la novela. Los personajes se desplazan, van y vienen, nacen y mueren: en esta novela el espacio no aparece como simple escenario geográfico sino que aparece como protagonista en los desplazamientos de los personajes. En cuanto a la isla los paratextos tienen una relación inmediata: crece la isla, decrece, corren vientos fuertes, lluvias, sudestadas o hasta la mayor quietud y total silencio... ¿y qué pasa con los personajes?
Los personajes también, por un lado, están en constante transformación, en permanente cambio; ¿ante los ojos de quién?, ante los ojos del pueblo de Carmelo. Pero por otro lado mantienen su función; cada cual tiene un rol que desarrollan a lo largo de la novela y que es imperativo para su construcción.
Juanita y Helena no son protagonistas de la historia en la Juncal, pero son sin duda protagonistas de la novela, al igual que Gregorio, Castellano y Valentín. Éstos últimos por su parte, tienen participación dentro de la isla, pero de maneras diferentes.
Gregorio es la constancia, el que siempre está siempre dispuesto a ayudar, es el primero que se hace amigo de Enrique cuando llega a la isla. Pero su imagen va cambiando, también su edad y sus saberes que no aparecen del todo claro; él siempre está presente en los acontecimientos de la isla y del pueblo, pero no comenta, no discute, no dice lo que sabe, no se intromete. Quizás es por esto que le dice a Julia “no se puede parar el agua. Es mucho agua. Enrique hizo una isla y no pudo. Tu mami hizo una hoguera y no pudo. (...). Yo no, fijate vos. Me parecía que no. Viví a la orilla de este río mirando pasar el agua. Pero ahora sé que el agua me miraba pasar a mí ” (pág 241). Porque aunque elija el silencio, él es el primer intermediario entre el pueblo y la isla y es el primer punto de contacto entre las dos series, es decir, entre los dos tiempos.
En el primer capítulo (perteneciente a la primera serie llamada “tierras emergentes” como todos los capítulos impares) tiene treinta y dos años, apenas tres años más que el hombre que llega a hacer crecer una isla, porque como lo indica la guía, Enrique nace en el año 1858 y en el primer capítulo nos encontramos en 1887. En el segundo capítulo (perteneciente a la segunda seria llamada “tres muescas en mi carabina” como todos los capítulos pares) ya es una viejo pescador que pasa la mitad del tiempo en la isla y otro tiempo en la costa, o sea, dice Juanita, que “mitad y mitad” (pág 36). Nos encontramos en el año 1923.
Enrique llega en una madrugada de abril del ’87 a la Juncal que asomaba doscientos metros de barro y arena. En Carmelo se corrían rumores de que un loco la había pedido al gobierno. Juanita también aparece en este primer capítulo contándole a Castellano “que ese Enrique era un mitad y mitad, ¿no? Un loco suelto pero muy decidido a vivir en la isla (...)”, (pág 22). La primera imagen de Enrique es que está “rematadamente loco” y “los hombres lo escuchaban aliviados por la evidencia de su desquicio” al decir que debajo del agua había tierras emerquentes que no tardarían en salir a la superficie. Trabajó durante meses repitiendo “hágase la terra” y a medida que pasó el tiempo, su imagen cambió porque los carmelitanos aprendieron a respetar su esfuerzo. El esfuerzo de Enrique era doble: quería hacer crecer la isla tanto como deseaba quedar bien ante los ojos de los carmelitanos, que valoraran y respetaran su isla. Por eso “temió que la compañía de Gregorio desacreditara sus predicciones ante los demás”, porque para ese entonces Gregorio no era más que un tonto para los habitantes del pueblo, pero “cada vez que venía el mal tiempo él se acercaba a la isla, por si el italiano necesitaba algo”, (éstos son los desplazamientos de Gregorio, siempre dispuesto a ayudar, esta vez por el mal tiempo).
Cuando llega María a la isla (Enrique la fue a buscar a Nueva Palmira, un pueblo que queda al norte de Carmelo) cuenta Juanita que Enrique se esfuerza por darle al asunto un aire de solemnidad, y que Ludovica dice que buscaba una mirada de aprobación.
Ahora con una mujer en la isla, en el año 1988 y en el tercer capítulo, el interés por la Juncal crece aún más. La gente del pueblo comenzó a contratar a Gregorio para la reparación de diferentes objetos con el fin de que les comente sobre la isla; así él “halla un nuevo oficio, convencido de su nueva importancia (...)”, pero “no contaba mucho. No contaba casi nada”. Gregorio está cerca de lo que pasa en la isla y lejos de los rumores del pueblo, que son los que tejen la historia de la Juncal. Estos rumores son divulgados principalmente por las mujeres que “se entregaban a imaginar un viscoso enredo de líquenes de donde nacían (...) tubérculos grandes como zapallos, secretas criaturas de la tierra honda y negra que elevaban los árboles en un ansia de luz, ganas de trepar por la luz con un empuje irrefrenable (...)” (pág 39). Un empuje como el de Enrique, quien sostiene que “trabajar con la voluntad del río era el único secreto” (pág 71).
En esta afirmación hay una palabra clave de la novela, del misterio que se trama: la voluntad. Y nada más y nada menos que la del río, que es el que lleva y trae mucho más que rumores. Si es comparable el entusiasmo de Enrique con el deseo de los árboles por hallar la luz, y su voluntad con la del río, se puede decir que lo que sostiene el italiano al levantar la isla es mucho más que árboles y montes; es su propia vida, su propia naturaleza. En el capítulo siete y en el año 1896, cuando María ya había parido cuatro hijos, Enrique les cuenta “la historia postergada (...), porque hasta entonces se había negado a recordar aquella fecha de Santa Rosa de agosto, a fines del primer invierno” (pág 85), cuando llegó a pensar que no iba a sobrevivir. Ese día comenzó a dolerle la pantorrilla, “y una cosa iba con otra porque sabía que la pantorrilla traía lluvia”. Hay una relación entre la naturaleza de la isla y el cuerpo de Enrique, espacio y personaje en este caso se corresponden mutuamente. En esa tormenta en la que se salva de un modo inexplicable hay un momento de silencio y quietud total, como si se encontrase en el ojo de un tornado; en ese momento “el río estaba oscuro, tan quieto que parecía aceite (...)”. Él creyó que se quedaba sordo.
En el momento que les cuenta la historia a sus hijos “era vuelto a tomar por sensaciones confusas porque de lo ocurrido sólo su cuerpo retenía una memoria que alimentaba sus pesadillas”. Enrique se salva de esa tormenta de una manera milagrosa e inexplicable cuando casi inconsciente y arriba del ceibo comienza a poner las garzas bajo su capote.
Muchas veces que se cuentan historias los personajes vuelven a las sensaciones del momento que relatan, o ven a las personas que allí estaban, por eso es importante la descripción no sólo de lo que se cuenta sino también del momento de la narración. Así las descripciones unen dos tiempos.
Esta tormenta es la que se narra en el primer capítulo pero en vez desde el lugar de Gregorio, se narra a través de lo vivido por Enrique. Esto es constante en la novela, en los primeros capítulos los puntos de contacto más directos se establecen entre capítulos de la misma serie, pero con el correr de las páginas hay relaciones establecidas de un capítulo a otro, se van trenzando. Los capítulos diez y once llegarían al punto máximo en este sentido; hay poca narración a cargo del narrador y en cambio hay historias que se cuentan de tiempos pasados y futuros. No es casualidad que ocurra en estos capítulos: estamos en la mitad de la novela.
En el capítulo cinco y en el año 1896 un técnico del gobierno va a medir la Juncal, Enrique loco de alegría “se vistió con el traje que lució en Nueva Palmira, se peinó de casamiento, le pidió a María que se pusiera el vestido blanco, lavó a sus hijos y trató al técnico Jorge Franco con los honores del caso” (pág 70). Este desplazamiento del técnico convierte a Enrique en el colono ante los carmelitanos: la isla mide treinta y nueve hectáreas.
Pero los rumores se dividen y para Juanita Mederos y sus amigas Enrique y la negra guardaban demasiados secretos. “Veían en el desproporcionado crecimiento de la isla una voluntad sobrenatural, algo anómalo, sensual e inquietante (...)”. (pág 72). Esta es la función de Juanita y de los rumores en la novela, le otorgan a la historia una sombra de sospecha, ella tiene un interés constante por lo que pasa en la isla, interés que llega al extremo y le otorga a la novela momentos verdaderamente únicos de comicidad, que son realmente invalorables en una novela tan trágica y dramática como lo es “Tres muescas en mi carabina”. Uno de estos momentos ocurre en el capítulo once cuando Ernesto le cuenta a Juanita la supuesta historia de cuando se conocen Enrique y María: después de una historia de encuentros y desencuentros cuenta Castellano que “Enrique la ciñó en sus brazos, le apartó el cabello de la frente...y la besó. Juanita se recostó en el respaldar de la silla y frunció el ceño. Temió Ernesto haberse excedido y dijo que inmediatamente ella le dio una bofetada” (pág 141). Lo que logra esta escena, además de la comicidad, es crear otro trasfondo en la historia de la Juncal, crea un aspecto romántico en los isleños, que también se da cuando se cuentan los rumores del intento huida de María en el capítulo tres.
María se había querido escapar de la isla, pero en su huida por el río pierde el control del bote y Enrique la salva de la muerte. Los rumores a partir de este hecho también se dividen: o pasa algo inexplicable y María y Enrique se unen para siempre; o ella se resigna a vivir en la isla como esclava. Sea como sea es el río quien los une. A partir de entonces María no sale de la isla, ni siquiera para comprar en Carmelo, queda estancada en la Juncal, y este no es un hecho menor sino que es tan importante como todos los desplazamientos que ocurren en el delta. Así como Enrique prevalece levantando una isla, María prevalece con seis hijos de su misma sangre, tres de su mismo color, y con su ritual de matar gallinas y de bailar alrededor del fuego; ritual que su hija Julia rechaza y del que su hijo Joaquín participa. Julia blanca al igual que Enrique y Joaquín negro al igual que María, se dividen los intereses que los mantienen en la isla, los intereses que heredan, que se repiten en los hijos. Julia hereda de Enrique la necesidad de hacer crecer la isla, y el negro Joaquín hereda la necesidad de los rituales. Pero no es muy distinto el destino que les espera, quizás porque es el mismo el pasado que los une.
Castellano, como Gregorio, también tiene participación dentro de la isla, pero no desde el comienzo. La relación entre el médico y el italiano no es buena en un principio, pero luego se va transformando. Al principio está más cerca de Juanita y los chismes, luego se contagia del silencio de Gregorio y del entusiasmo de Enrique; así está más cerca de la isla. Ernesto vive previamente en Montevideo hasta que se lanza a lo desconocido cuando tuvo “un breve minuto valeroso” en su viaje a Carmelo.
Valentín llega a la isla en el segundo capítulo y en el año 1923. Los desplazamientos del porteño son comparables, hasta el año 1934, una de las fechas clave de la novela, con los movimientos de una hoja en el viento. Valentín no posee la voluntad que mostraban los demás en la isla. Llega a la Juncal luego del desarrollo de un hecho que avergüenza a la familia. Está siempre entre irse y quedarse. Llega en busca de su reloj con la idea de volver pronto pero le dan una cabaña donde quedarse y Josefina, la hermana menor de los hijos de Enrique, comienza a visitarlo por las noches. No se precisa el porqué de estas visitas, quizás la manda Julia, para detener el incesto entre Joaquín y su hermanita; quizás Josefina se oculta en su cabaña para justamente mantener el incesto en secreto. Sea como sea, Valentín está relacionado de alguna manera con Joaquín y Josefina.
En las noches en que Josefina lo visita él duda entre tomarla y controlar sus instintos naturales; opta por la última opción. Luego llegan Ramón y Arturo a la isla y Julia se encarga de que mantengan relaciones con sus hermanas Josefina y Alba respectivamente. Cuando esto ocurre Valentín se arrepiente de no haber hecho suya a Josefina, pero luego del episodio en que Joaquín le corta el cuello a Ramón él se felicita por no haberlo hecho, y tiene pensado irse de la Juncal. Pero Julia comienza a visitarlo por las noches para mantener relaciones sexuales, por lo que Valentín decide quedarse y comienza a convertirse en el hombre de la Juncal cuando en un acto de iniciativa que Julia le agradece le propone la idea del contrabando. Va ganando un lugar importante en la vida de Julia hasta que corta el ceibo en que Enrique se salvó de la tormenta de Santa Rosa. Con este hecho hay un punto de contacto entre las dos series más directo que las relaciones que habían gracias a Gregorio, Juanita y Ernesto. Julia jamás lo perdona y él se iría de no ser que espera un hijo de ella.
El capítulo seis llamado “Josefina” comienza con una charla que tienen Gregorio y Valentín. El primero decide contarle la historia de la llegada a la isla de Enrique “si quería recuperar la confianza de Julia”. Pero en ese momento no se sabe por qué Valentín tendría que recuperar su confianza, hasta que se narra el hecho del ceibo y luego el capítulo cierra con el mismo momento en que Gregorio le explica a Valentín lo que ese ceibo significa para ella. Así, este capítulo describe un círculo y resume la idea que está presente en la novela de repetición que se plasma en la historia heredada que repiten los hijos de sus padres.
Valentín se queda pero con la idea de irse una vez que naciera su hijo… pero al verlo ya no quería huir a ningún sitio y por primera vez una idea cobraba fuerza en su mente. “Pero con ningún derecho contaba Oscar (su hijo) para sobrevivir, mucho menos él, como no fuera el de su propio engaño”. Se repetía que Julia y los demás conocían una verdad tan simple como esa, y sin necesidad de interrogarla, “imponían su voluntad y orgullo” (pág 106).
Este ir y venir característico de Valentín también aparece constantemente en la novela, en forma de gente que va y viene pero también en forma de “desplazamientos cortos” en el sentido en que los personajes tienen una sensación, luego otra y después vuelven a la anterior. Julia “había dedicado su vida a prolongar el sueño de Enrique, se concretaba y deshacía, crecían las tierras y los demás se iban llevados por una maldición” (pág 235), esto se dice en el capítulo dieciocho “La bóveda” cuando muere Oscar; Julia tiene alrededor de cincuenta años. “Le parecía que la isla exigía u un precio desmedido por crecer y expandir sus costas” (pág 280), esto se dice en el capítulo veintiuno “Querido Joaquín” cuando mueren los hermanos menores de Julia: Rómulo y Alberto; ella tenía alrededor de veinte años.
La Juncal también cambia y cambia la cantidad y gente que vive en ella: En 1987 estaba sólo Enrique; en 1988 él y María; entre 1989 y 1905 vivían ellos dos y sus seis hijos. En este año María enloquece completamente y luego de no haber salido de la Juncal por muchos años la trasladan a Montevideo; pocos meses después muere Enrique.
En 1905 también nace Helena y Castellano huye a Salto, un pueblo que también queda a orillas del río. Julia con quince años le hace la primera muesca a su carabina. Quedan los seis hermanos hasta alrededor de 1910 cuando queriendo llegar a la madre que estaba en Montevideo, Rómulo y Alberto mueren en el río. Quedan los cuatro hermanos hasta que llegan Valentín, luego Ramón y Arturo, momento en que “durante unas semanas la vida en la Juncal se rehizo bajo un nuevo orden. Hubo noches alegres (...)” (pág 77). Aparece el contrabando en la isla y nacen seis chicos. Al parir a su hija Lucía, Alba muere y Arturo se va de la Juncal. Quedan Julia, Joaquín, Josefina, Valentín, Ramón y los chicos. Algunos dicen que porque había muchas bocas que alimentar, Valentín compra una vaca en el año 1933. Al año siguiente ocurre un episodio que no se esclarece hasta el final de la novela: Josefina se va de la isla con sus dos hijos, Joaquín desaparece y Valentín se va a vivir a Carmelo con Juanita y Helena. Julia le hace la segunda muesca a su carabina. Algunos años después muere Oscar y Julia le hace la tercera muesca a su carabina, pero algunos atribuyen esa muesca a una muerte anticipada porque meses después Ramón se fuga con su sobrina Federica.
Pero el primer desplazamiento es el de Andrés, el primer personaje de la guía y padre de Enrique que después de hacer muchos viajes por el delta y volver a su tierra natal en Italia, se instala en una isla con un grupo de gente dedicada al contrabando. Estos viajes que realiza por el delta se repiten en su hijo, que “en el Felicidad turca hace de Buenos Aires a Santa Fe y de Colonia a Salto, en los que aprendió a conocer el capricho de los vientos, los desplazamientos de los bancos de arena” (...) (pág 21).
Enrique busca a su padre con una vendetta por encargo; este tema de la venganza no aparece del todo claro. La madre de Enrique le había contado por años las hazañas de su padre con la promesa de que regresaría cuando él cumpliera cinco años, pero nunca regresa y la madre convierte el tema en un asunto prohibido. Cuando Enrique encuentra a su padre, se encuentra con un estropajo de ser humano, borracho, viejo y desdentado. Pero la historia que cuenta Enrique no es ésta, sino la de que Andrés había matado a cientos de portugueses y vivido por siempre como un héroe. Pero levantar esta historia no le costó poco y tampoco a Julia mantenerla.
De esto nos enteramos a través de Castellano, en una conversación que tuvo con John Brooke, el compañero de Andrés y segundo personaje de la guía, en Salto en el año 1905, otra fecha clave en la novela. Pero no es en ese año que se revela la historia, sino cuarenta años después cuando Ernesto viaja a Carmelo a visitar a su hija que está embarazada y cuenta que “si se pasó la vida con una pala en la mano (Enrique) fue porque con cada sauce, álamo o frutal que plantaba cubría su vergüenza” (pág 289). Y es Helena, otra protagonista de esta novela quien cuestiona “¿por qué los hombres hablan de vergüenza y no de dolor?” “una vergüenza imbécil”.
Una vergüenza que obligó a Enrique a entregara sus hijos por herencia una mentira, una palabra falsa. Y si Julia hubiera sabido la verdad, dice Valentín después de once años de silencio, “no habría acabado con Joaquín” (pág 292), y él no hubiera perdido su vaca. Porque eso fue lo que ocurrió en el año 1934, cuando de alguna manera los destinos de los hermanos de diferente color de piel se unen en un episodio en que los dos actúan de la misma manera: Cuando Valentín está en el pantano tratando de salvar a la vaca primero Joaquín y después Julia le preguntan qué pasó. Joaquín buscaba a Josefina y a sus hijos, quería saber qué había pasado con Julia. “Estaba furioso. Y enseguida vencido. Y de nuevo furioso” (pág 297). (Acá están de nuevo los ‘desplazamientos cortos’). Hubiese gritado, sigue contando Valentín, si él y la vaca no estuvieran ahí, pero alguna vergüenza o dolor se lo impide.
Luego de que Julia le pregunta a Valentín qué había pasado, él ve que Julia se decía algo. “La ciénaga no iba a levantarse aunque dijera ‘hágase la tierra’ ” (pág 298) como solía repetir Enrique, y también ella quería gritar. “Ella quería llamarlo a Joaquín, tal vez a Enrique. Pero no se atrevía”. Julia había heredado la misma vergüenza que su hermano.
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