METALITERATURA

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Con sabor a pecado

3/6/2005 Entrevista
A vuelta de correo electrónico, desde México, el novelista de El desbarrancadero, responde en tono mordaz y provocador a un cuestionario sobre la relación entre su vida y su producción literaria.
 
Por:   La extraña
"Uno escribe como puede y con lo que tiene. A mí se me hizo que lo más fácil era contar lo que había vivido para evitarme el manido trabajo de inventar". La confesión de Fernando Vallejo llega a vuelta de correo electrónico desde México, donde el autor de La virgen de los sicarios reside desde hace décadas (porque vivir en Colombia, dice, "no se puede. Es más, Colombia no sirve ni para morir. Si vuelvo a pasar allá mis últimos años, me anticipan el final y me matan") y explica el tono autobiográfico de buena parte de su creación literaria, que incluye títulos como El desbarrancadero, La rambla paralela y La tautología darwinista, en una obra que fue distinguida en 2003 con el premio Rómulo Gallegos. Ese carácter autorreferencial de su escritura se profundiza en las cinco novelas que integran El río del tiempo, subrayado por un recurso que ya es habitual en la prosa de Vallejo: el yo de un narrador en primera persona -fácilmente identificable con el autor- que navega las aguas de ese río turbulento a lo largo de más de setecientas páginas, decenas de ciudades en todo el mundo y tantos años como abarca la intensa vida del propio escritor. En verdad, setecientas once páginas, exactamente, es la extensión del volumen tal como Alfaguara lo publicó, por ejemplo, en Colombia. Aquí, la editorial presentará la obra en entregas. A Vallejo le parece una decisión acertada: "El mamotreto de los cinco libros pesa mucho -dice-, más que cinco copas. Ya bastante es el esfuerzo que el lector tiene que hacer para leer un libro, ¡y que ahora lo pongan a cargar ladrillos!". Los dos primeros volúmenes llegan a las librerías porteñas en estos días. Los tres restantes lo harán en abril. El río del tiempo está integrado por Los días azules, El fuego secreto, Los caminos a Roma, Años de indulgencia y Entre fantasmas, novelas escritas entre 1985 y 1993. El lector encontrará en ellas los temas que se reiteran en la obra de Vallejo, a veces con variaciones, a veces con modulaciones obsesivamente repetitivas, abordados con un estilo que se ha constituido en la voz inmaterial del escritor: una prosa mordaz y colérica, despojada de metáforas ("que nada aclaran, que nada agregan, que nada explican" como dice en Entre fantasmas), pero pródiga en esas notas de humor misántropo, misógino, racista y matacuras que tanto celebran sus seguidores y escandaliza a sus detractores, apuntado siempre a los mismos objetivos: los políticos, sus compatriotas colombianos (ricos o pobres), las jerarquías de la iglesia católica, Dios, la belleza de los varones adolescentes, la fealdad de la vejez, la redondez amenazante de las mujeres embarazadas, la perniciosa presencia sobre la faz de la tierra de la especie humana en general. En ese sentido, sin embargo, Los días azules, primer libro de El río del tiempo, es diferente de las otras cuatro novelas que integran el ciclo y del resto de la obra de Vallejo. Dedicado a los primeros años de la vida del narrador, Los días azules irradia una frescura que poco tiene que ver con la oscuridad de trabajos posteriores. "Por razones literarias quise hacer de la infancia algo puro y bello -dice Vallejo en el mensaje de correo electrónico con el que contestó una serie de preguntas formuladas por LA NACION-, pero la infancia en la realidad es lo contrario: perversa y aburrida. El niño busca a quién matar para no aburrirse tanto. Y si lo dejan, mata: a un perro, a la hermanita, lo que sea... Y si le ponen en la mano un alfiler, les saca los ojos. Todo niño vive furioso con sus papás que por más juguetes que le den no alcanzan a resarcirlo del inmenso mal que le han hecho. No hay juguete ni bien que compense el mal de la existencia". ¿Hay en esa reflexión, acaso, influencias del pensamiento de Heidegger, que Vallejo nombra una y otra vez, aquí y allá, a lo largo de El río del tiempo? "No. Heidegger era un filosofo aburrido (¿pero cuál no? eso es redundancia) e intraducible al español. Y como nunca aprendí alemán... ¡Y qué importa! Así cargo menos basura en la cabeza". No tan aburrido, tal vez, le haya parecido Heráclito, cuya metáfora fluvial acerca del devenir dio cauce literario al caudaloso torrente autobiográfico de Vallejo. "Si hay algo que hoy sé muy bien es lo del río de Heráclito: que no volveremos a bañarnos nunca en las aguas de un mismo río. No hay vuelta posible a la niñez. Ni siquiera con el recuerdo, porque ése a mí se me embrolla. Y cada día más y más". La infancia como miembro de la clase acomodada colombiana, con acceso a una buena calidad de vida y elevada educación ("la clase no la dan los bienes materiales, la da la amplitud del alma. El que es de alma grande es de clase alta; el que es de alma estrecha es de clase baja. La plata no vale un carajo. Además, es verdad en sentido estricto. ¿Qué hay hoy más devaluado que la plata? Será el peso argentino, el austral..."), la estrecha relación con su abuela ("mi abuela era hermosa, de ojos claros, desvaídos y un alma pura llena de bondad. Lástima que haya tenido hijos, por lo cual resultó siendo la mamá de mi mamá. ¡Se hubiera abstenido de la cópula!") y con su padre, un político conservador de destacada actuación en Colombia ("yo hubiera querido que mi papá fuera músico, no político, y él también. De todos modos, no fue tan importante. Era decente sí, aunque al decirlo me suena muy raro. ¿Un político decente? Suena a paradoja, a tomadura de pelo, a oximoron") son los temas de Los días azules. El fuego secreto, en cambio, avanza sobre la adolescencia del narrador, el despertar sexual, los primeros excesos después de la estricta educación religiosa en un colegio salesiano. "Me hicieron tomarle un miedo inmenso a Dios con el cuento del diablo, y un gusto aun mayor al pecado, que ha sido el señor de mi vida. Y aquí voy barranca abajo con todos los vicios a cuesta, rumbo a los infiernos". El aire cambia en Los caminos a Roma, relato de la experiencia europea del autor, que con poco más de 20 años viaja a Italia para estudiar cine, un lenguaje artístico que lo cautivó en su niñez pero del que luego se decepcionó "porque el cine no es el gran arte que creía en mi juventud. ¡Qué va! Es un lenguaje artificioso y absurdo, un embeleco del siglo XX que está durando más de la cuenta". Años de indulgencia centra la acción en una Nueva York periférica y marginal, disfrutada y padecida por una comunidad colombiana en expansión y Entre fantasmas cierra el ciclo con la figura del escritor ya viejo que, desde su hogar en México, evoca a sus seres queridos muertos. Ese último capítulo de El río del tiempo comienza con el recuerdo del terremoto que destruyó a la capital de México en 1985. ¿Cómo vivió el escritor aquella experiencia? Vallejo elige el tono provocador para responder: "Con gran desilusión pues ese terrible terremoto que usted dice no le quitó a esta ciudad sino veinte mil habitantes. ¡Y dejó en pie veinte millones! Los terremotos son como el sida: fantasmas desdentados que no sirven ni para controlar el desenfreno demográfico". El modo que Vallejo tiene de recrear episodios autobiográficos revela y oculta al mismo tiempo, en un atractivo juego literario que se instala en una zona de ambigüedad, entre la realidad y la ficción. "La literatura es una mentira y la vida otra. Pasamos por este desastre engañándonos, tratando de agarrar por la cola una quimera". Así, personajes que habían sido dados por muertos en un libro gozan de buena salud en el siguiente, o una misma mujer pare quince o veinticinco hijos, según convenga al relato. "Mi papá y mis hermanos han sido siempre mis cómplices: en la vida y en mis libros. Todo lo que escriba de ellos lo aprueban. De dos de mis hermanos digo que son maricas y qué va, ¡tienen de a tres mujeres y de a diez hijos! Les hace gracia cambiar de inclinaciones sexuales en mis libros..." Una sola línea, deslizada apenas en algún momento de las setecientas páginas, sugiere que Vallejo habría deseado que el nombre de El río del tiempo fuera en verdad La derrota. ¿No le parece un título desolador para un trabajo que reúne textos autobiográficos? "Es propiedad de la gente de bien salir siempre derrotada. ¡Pero para ganar de rebote! Y si no mire a don Quijote, que este año está cumpliendo cuatrocientos". Por Verónica Chiaravalli De la Redacción de LA NACION