Soñar lo que no se escribe, diciéndose. Decir lo que se escribe. O decir cómo no se escribe, sino cómo se está escribiendo sin escribir. Escritura sin escritura, un sueño o un trozo de imaginación, de imagen en acción.
Sobre Todo viene del pasado de Roberto Ferro
Pensar la escritura como un flujo incierto, atrevido, estrepitoso –casi fáustico– que invade los espacios de la realidad o de la vida –si es que son comparables o una cabe en la otra o son meros espejismos– invita a revisar el presente como algo incontrastable y sujeto al instante, su inefable carácter de inciertos trastoca las circunstancias que revela lo cotidiano como una repetición pálida de las horas y lo días.
Atrave(r)sar es un poemario de transformaciones, fugaces malentendidos y cicatrices teórico vivenciales: una obra inspirada en la pasión por traducir las líneas de fuego del universalmente corazón negro del lenguaje.
Pedro Arturo Estrada, poeta en lucha contra el vacío.
Antes de comenzar la lectura de AtraVe(r)sar, de Ana Abregú, me detengo en la portada del libro.
Observo la lengua expuesta, lacerada por la pluma fuente; no hay dolor en la herida, solo el intento o la posibilidad de escapar al silencio de los labios para encontrar el goce de ser atravesada.
Algunos apuntes sobre Atrave(r)sar de Ana Abregú
(Buenos Aires: Metaliteratura, 2020)
por Nicolás López-Pérez
Una escritura que acaba por convencerse -en el lugar equivocado- de su trayectoria, yendo y viendo, proposiciones y fundamentos, que vienen desde hace tiempo luchando por un lugar en la página, por recuperar el tiempo perdido, agotado, en las antípodas de algo a medio camino, algo que nos dice que lo único que le queda a una escritura es ser escritura.
En Atrave(r)sar, de Ana Abregú, se pone en evidencia dos maneras de abordar la creación literaria: una expresar lo complejo con palabras sencillas ─La búsqueda del tiempo perdido de Proust o el monólogo de Molly Bloom─; la otra, abordar lo simple con palabras complejas.
La escritura es una forma. La literatura es una forma de pensamiento. La patria aún puede ser una semilla de manzana. Los límites de la forma echan raíces en el pensamiento. La literatura se puede manifestar imitando. No se sabe nada de las cosas que se imitan. La imitación es un juego. Puede ser tomado en serio. Hasta imitar las imitaciones. Cada lengua tiene sus propios orificios. Y sus propios ojos. Los míos son, solo por hoy, mi profesión de fe literaria (o literatuicida). O, en confianza, son 29 párrafos sugestivos y eufóricos antes del después de lo poético, 29 estilos de sueños posibles o mantras sobre nada en lo absoluto.
En la propuesta Obra abierta, de editorial Seshat, hay un interesante espacio en que se publican poemarios de escritores latinoamericanos. El primer texto, El otro exilio, del escritor Gabriel Restrepo, es una selección del propio poeta, el carácter fragmentario y ecléctico de la propuesta remite a un criterio de andadura en el haber del autor.
Sobre El pozo de Funes de Roberto Ferro
El tiempo y la escritura comparten los recovecos del laberinto, se esconden juntos para encontrarse separados y denunciar al que continúe agazapado, preso del sentido, entre la dilación y el soplido tenue de la respiración del texto.
Si algo nos trajo la situación de cuarentena es una explosiva participación de escritores, que se acercan al lector de manera directa o indirecta, según el acceso y la conexión; en esas interesantes derivas que proponen las redes, di con Escombrario, que me atrajo por una lateral afiliación a la pregunta sobre cómo se interpreta la melancolía en nuevas formas de escritura.
La transgresión, en el sentido explorado por Sade, Bataille, Sarduy, cobra potencia en Señales del tacto: obra tangible donde a semejanza del coito se dan cita los cinco sentidos.