Leyendo los relatos de Vestigios de Iván Chambouleyron y la solapa donde constan algunos datos biográficos ya uno puede aventurarse en las huellas de un amor postergado. En los caminos bifurcados y en un cierto nomadismo obligado por el que transitó su vida, se cuela un sentimiento amoroso por la literatura. Los relatos de Vestigios manifiestan casi una idealización de la palabra escrita, como si Iván le otorgara facultades superiores con respecto a las otras disciplinas que también inventan universos y que él conoce tan bien. Las letras están un paso más allá de los descubrimientos científicos o las grandes aventuras del conocimiento físico y biológico. Como un enamorado colocando a su amada en el trono de la belleza incuestionable, Iván, convence de que acercarse a la literatura es abrir la puerta a un tiempo y un espacio de disfrute, de entretenimiento, un lugar donde hay siempre esperanza o proyecto, una forma de gozar de la vida, de alcanzar la trascendencia. Quizás tenga que ver con esa postergación, ese abrazo tardío a la escritura; un bichito que picó tarde, una convocatoria hibernada, un deseo que fue acumulándose e incrementándose con el tiempo y que generó un sentimiento, quizás sobrevalorado, pero genuino y pleno, que sólo pueden despertarnos las cosas perdidas o las nunca alcanzadas, las utopías.
Quienes tienen formación académica en la carrera de Letras podrán reclamarle a Iván haberse animado sin memorizar la teoría, dar los exámenes de las materias pertinentes, lidiar con los formalistas rusos o la poesía barroca o, por el contrario, alguno asegurará que de esa manera no se detectará en él contaminación o mimetización involuntaria, se hará adjudicatario sin más trámites de una prosa fresca y desestructurada. Tales observaciones, que garantizan tan poco algún atisbo de calidad en la obra literaria, suelen escucharse cuando se arriba a la escritura desde otras disciplinas de aparente distancia.
En Vestigios, por ejemplo, el relato que le da título a la serie, desarrolla la buena idea de un diálogo entre un texto y sus anotaciones al margen (estamos hablando de un autor que carece de formación académica; sin embargo, se ocupa desde la ficción, de una cuestión abordada por estudiosos de la teoría). Estas anotaciones marginales son escritas por el propio autor, los diferentes lectores de ese libro que pasa por manos sucesivas, e inclusive: -dándole una vuelta como buscando más repliegues- expone una hipótesis de otro metatexto: el del texto y sus márgenes en blanco, aquella silenciosa expresión de lo no dicho sobre lo dicho que también dice. Con esa lectura uno tiene la impresión de estar asomándose al abanico de las preocupaciones, los desafíos y los sueños alocados y creativos de Iván Chambouleyron.
Iván da pruebas de que es un escritor; nos presenta un libro de historias que crean la sensación, de ser él, el escritor, el narrador de los cuentos y también el actor de los mismos. No importa si los datos son falsos o son reflejo exacto de sus recuerdos, la duda está sembrada y prende. Como hacen los escritores, Iván nos habla de imágenes y situaciones con las que uno se identifica aunque las desconozca, y, a pesar de sospechar realidad o ficción en la vivencia, son tan verosímiles y precisas las descripciones que el lector ve servidas y al alcance las herramientas para comprender e interpretar. Se me ocurre el caso del exilio, por ejemplo, tratado sin melodrama y de una manera profunda y fácilmente adueñable por el que lo lee. O la pintura, el reflejo, de lo que quizás fue su vivencia de la vida universitaria, presente en los relatos: “El examen”, “El azar y la necesidad”.
Los cuentos de Vestigios transmiten cuestiones universales como los enfrentamientos, las miradas irreconciliables entre los jóvenes y los viejos, los que van y los que ya fueron, entre los que conservan sus ideales y los que los perdieron o nunca los abrigaron genuinamente; el vacío de quien se retira (“Despedida”); las imágenes fuertes dónde la crudeza de la vida se le cuela a la alegría infantil (“El Angelito”). En “Encono” se puede encontrar la pequeña maldad humana, la miseria que todos mostramos en algún momento de resarcir las propias frustraciones haciendo sufrir a uno más débil, la propiedad transitiva, la venganza desplazada.
Hay en los relatos de Chambouleyron un tinte inesperado; se introduce aquello que solamente la literatura puede explicar con mejores recursos y también lo habitual, lo común, y esa trama que sorprende porque al final, los personajes no parecen haberse movido, ellos vacilaron y desanduvieron diferentes posibilidades pero no llegaron a ningún lado, el horizonte sigue amplio… pero, a lo lejos, refucilan los brillos de expectativas novedosas, listas para que la cosa no termine, la historia no quede ahí y salga Iván a buscarlas y nos las traiga, o salgamos nosotros los lectores junto con él. Sus textos se despegan un poco de la realidad que relatan produciendo la sensación de que hay algo más allá que no sólo no se llega a explicar, sino que tampoco, en muchas ocasiones, se llega a descubrir. Queda flotando, como un grumo que apenas se lo trata de pescar se disuelve, se esfuma, para volver a manifestarse cuando uno pretende irse tranquilo de la lectura, con la falsa creencia de que ahí nomás, donde terminaba la última línea estaba el final. Por eso, muchas veces después del concluir, uno vuelve al relato, perturbado, y se ve obligado a releer y otra vez, el grumo que allí parecía individualizarse, desapareció.
La envidia es algo inevitable entre los escritores. La mía en particular con los ágiles cuentos de Iván es la elección de los títulos: simples y rotundos. Si alguna extraña obligación nos ordenara buscar una palabra para resumir esas historias uno no encontraría mejor que “El azar y la necesidad”, “Encono”,” Vestigios”,” Sensación” etc. Se sabe que los escritores van narrando desde el mismo título y éstos dialogan también con los textos. Basta ver como anticipa o significa la historia el título de “Los asesinos” de Hemingway; “El nadador “de John Cheever;” Circe” de Cortázar o” El Aleph” de Borges.
Quizás esto se relaciona con otra característica observada en Chambouleyron que es la precisión que ostenta en la elección de las palabras. Sus oraciones son completamente entendibles, explicativas y sintéticas a la vez; los adjetivos van justos; los sinónimos más acertados que los del diccionario y hay una claridad y elegancia en la certeza de los términos –inclusive para expresar ambigüedades- que uno volvería a tentarse de emparentarlo con su carrera de ingeniero. El resultado es una lectura muy ágil y rica en significado que invita a seguirla sin empantanarse.
Ver el video: https://youtu.be/kMSR6CvIexk
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