Si un texto me hunde en el miedo, si un texto me hace pensar que esto de verdad me está tocando los talones en este mismísimo momento y me levanta de golpe para googlear algo, si enciende una alarma, eso es lo más importante.
Con esta primera entrevista se inauguró el miércoles 1° de mayo, la séptima edición consecutiva del Diálogo de Escritoras y Escritores Argentinos, «que se ha transformado en uno de los ejes de convocatoria de la Feria Internacional del Libro en Buenos Aires».
Para la apertura, la presencia de la escritora argentina Samanta Schweblin, ganadora de varios premios, traducida a más de veinticinco lenguas; autora, entre otros títulos importantes, de Pájaros en la boca, libro de cuentos (2009) o Distancia al rescate, novela (2014). Su último libro publicado ha sido la novela Kentukis (2018).
Llegué a la sala –con capacidad para 180 personas sentadas– media hora antes, y ya había mucho público esperando. Uno de los organizadores me explicó que, tomando los recaudos necesarios, intentarían que ingresaran todos. Y así ocurrió, en perfecta orden, sin desbordes, una extensa y paciente fila que, sobre todo, tenía muchas ganas de escuchar. Con esa misma calma aguardaba la autora en la sala, sonriente, mientras todo el mundo se ubicaba para comenzar. ¿Es la misma la mujer que sonríe, agradecida por esta respuesta del público, que la que ha escrito esos cuentos tan perturbadores?, me preguntaba observándola.
Elsa Ducraroff –escritora y crítica– planteó tres escenarios a desarrollar durante el encuentro: el de los orígenes, el de la escritura y el de la consagración. Obediente, Schweblin respetó ese primer orden, pero luego el mismo diálogo, espontáneo, dinámico, hizo desaparecer esos estancos, a través de un relato envolvente, atrapante que enseguida cautivó. Como nos ocurre con sus cuentos, pensé.
Samanta Schweblin comenzó contando que ha sido una lectora precoz, «mi mamá tenía un Jardín de Infantes y traía libros a casa. Yo los esperaba y los leía con urgencia porque sabía que debían ser devueltos en dos o tres días». Sin embargo, la mayor influencia recibida fue la de su abuelo materno (Alfredo de Vincenzo, artista plástico, agrego para esta nota) con quien estableció un vínculo muy intenso. Es este abuelo quien la puso en contacto con un mundo cultural que «yo no terminaba de entender, pero sentía que estaba bueno». Él la incentivó a escribir y propició el espacio, su propio taller de fotograbado, para que la niña –de apenas once o doce años– leyera sus propios relatos.
A pesar de eso, y del estímulo familiar en general, Schweblin estudió cine: «… fue lo mejor, porque me brindó otra perspectiva… y finalmente la pregunta al momento de hacer cine es la misma: ¿cómo se cuenta una historia».
Samanta señaló la importancia del trabajo junto a Liliana Hecker en la construcción de su oficio como escritora y cómo fue encontrando, en un proceso que señaló de aprendizaje, otro modo de narrar, que destacó como liberador. Así explicó:
«Lo primero que pasa es que hay una emoción muy precisa, también muy incómoda. Esa es la sensación, no de malestar, dolor o sensación de injusticia, es algo mucho más preciso, algo desolador… y ahí empieza; no es una imagen, la imagen viene después, la imagen es algo argumental… Cuando me pongo a escribir una imagen llama a un proceso que ya tengo dentro. No sé argumentalmente qué va a suceder –aunque sí visualizo el entorno– pero sé la emoción a la que quiero llegar… Para mí fue muy liberador entender que lo importante era la emoción y no lo argumental. El argumento para mí es anecdótico, solo un puente que me permite la comunicación entre mi emoción y el lector. Cuando entendí que lo único importante es ese lugar final me animé a cambiarlo todo… ».
En este sentido también agregó: «No creo que el cuento esté terminado nunca… en un momento es perfecto y enseguida no…, me ocurre a mí y lo mismo le sucede al lector».
Y profundizando:
«Lo que enciende mis ganas de escribir son los límites… Todo lo que escribo tiene un límite muy claro que lo sé yo, no lo tiene porqué saber el lector. Por ej., en Distancia (Distancia de rescate), el límite es una mujer que se está muriendo, tiene minutos para entender qué es lo que le pasó, si no lo entiende, no puede salvar a su hija… con ese límite, que es la urgencia más abismal ¿cómo cuento una historia? ¿cómo llego a lo que quiero contar, cómo llego “allá”? Eso es lo que me hace interesante la maquinaria…no me importa el argumento, no me importa sí lo sé todo (y si lo sé, veo cómo lo resuelvo), sino esa emoción muy precisa, y tengo un límite que me obliga a ir hacia un lugar desde otro, que no es mi camino más directo […] Para mí el límite es como la mirada de un servidor, el que durante un pequeño momento ve determinadas conexiones; no puede elegir qué conexiones ver y tampoco puede hacer juicios de valor… La fuerza narrativa es la mirada de ese servidor… un servidor no sabe dónde hay urgencia, donde hay violencia, donde terminar un relato… Creo que si un texto me hunde en el miedo, si un texto me hace pensar que esto de verdad me está tocando los talones en este mismísimo momento y me levanta de golpe para googlear algo, si enciende una alarma, eso es lo más importante»
Al referirse a su momento actual, Schweblin aclaró que en realidad le interesa «más lo que le pasa a los libros, que hablar de mí»; pero reconoce que poder hoy vivir de la literatura «es un privilegio absoluto», con sus pro y sus contras: «Cuando empezás a vivir de lo que hacés, te das el espacio: podés decir no estoy disponible, estoy trabajando. En mi caso eso me dio un orden que me gusta muchísimo. La contra es la exposición, que es muy linda, pero me pone nerviosa… Mi carta de presentación siempre son mis libros y siento que cada vez que abro la boca los ensucio, los arruino, o los hago un poquito peores».
Vivir fuera del país también es una particularidad para la autora (Schweblin reside desde hace siete años en Berlín-Alemania), a lo que respondió: «Te involucras muy poco con la ciudad, los problemas son del país en que vivo pero no me atañen. Entonces no terminas de involucrarte del todo en nada y tu mirada es eso, muy desprejuiciada, aunque atenta… Por otro lado, no tenés raíces y siento que cada vez eso me molesta más, aunque ya tengo rutinas y amigos, mi pareja, afectos que de alguna manera van compensando ese sentimiento».
La emoción volvió a ser el eje de porqué Schwebin decidió, entre otras alternativas, que fuera Claudia Llosa (directora de cine y escritora peruana, radicada en Barcelona) quién llevara al cine Distancia de rescate. Y señaló como importantes también el trabajo de co-escritura del guion, que definió como “de excelente vibración” con Llosa, a lo que sumó la experiencia de participar de algunos momentos del rodaje. Finalmente, agregó, estar muy entusiasmada con esta producción escrita, dirigida y actuada en mayoría por mujeres.
Al cierre del diálogo, hubo muy poco tiempo para algunas preguntas. Entre ellas, sobre sus lecturas. «Soy muy impaciente para leer y desordenada –compartió–, quizás es la razón por lo que soy más cuentista que novelista, y otras tantas cosas. Me impaciento rápido y dejo muchos libros, todo el tiempo. Si confío en el autor, le tengo paciencia, si no, me impaciento y abandono; pero también releo lo que me gustó mucho. A veces voy leyendo y de pronto me concentro en cosas mías, en algo en que estoy trabajando, y es como si dejara de leer ese texto y empezara a leer otra cosa, armando ya algo propio que se va haciendo mientras sigo leyendo…», confió.
El encuentro terminó en el horario previsto, porque hay horarios de cierre en los eventos de la Feria que se intentan respetar, pero nos hubiéramos quedado mucho más dentro de la sala, simplemente atentos, solo escuchándola, inmersos en esa atmósfera que provocaba su relato, el que como en sus cuentos, costó abandonar.
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