La autora nos lleva de las narices como lectores pero no lo manifiesto en sentido peyorativo sino en el gran dilema que tiene todo escritor de conquistar al lector que pase a ser de inmediato cómplice y Ana Abregú lo logra ampliamente.
Los que tengan la suerte de leer esta novela podrán sentir que muy pronto estarán involucrados.
Los personajes, algunos “reales” en la ficción otros “atemporales” en la misma ficción, están puestos a su servicio.
Ana Abregú debate dentro de la misma novela a qué género pertenece.
La autora maneja a los personajes como un juego de ajedrez, algunos avanzan, otros retroceden, como lo es el artificio que un buen escritor ejerce sobre los mismos.
La expectación, el voyerismo, el juego de cajas chinas, la escritura dentro de la escritura, el metalenguaje, el metatexto, el devenir temporal que presenta saltos adrede en el texto y aún los recursos poéticos como el oxímoron, la metáfora, entre otros, la autora se vale para poner toda la carne al asador.
Ana Abregú subvierte el orden natural de la narración, no le interesa lo esperable, no le atraen las convenciones o modelos de escritura. Ella produce un extrañamiento que tiene que ver con el gran conocimiento del arte de escribir.
En este texto hay una verdad escondida, como lo manifiesta Ana Abregú de Salvador Elizondo y en la novela MOVER EL PUNTO también hay un elemento “perturbador, sexual, arriesgado”.
La muerte como un personaje es “una experiencia textual”, la presencia de la ausencia, una intrusa que realiza el trabajo del buen escritor, se adapta a las circunstancias, copula, es orgásmica y adecuadamente rubia.
Los posibles narrativos son multiplicados por la autora en esta novela en la que los desvíos son constantes, nada es lo que parece ser, el narrador se escurre como si las palabras y los hechos fueran centrifugados sin distinción de una realidad concreta y transmisible.
Los cuestionamientos constantes son un hallazgo escritural muy importante.
Los escurridizos personajes se replican en el juego del doble, el viaje del héroe se hace presente en la narración al punto en que termina por esfumarse.
Nada parece cierto en MOVER EL PUNTO, la “sustancia de la duda” se mueve en la certidumbre de lo que no se devela.
El dejavu tiene una fuerte presencia como reafirmación de lo incierto.
La autora fragua algunas escenas para nosotros sus cómplices en la falta de límites, no hay clausuras, el texto no cierra y eso precisamente la excusa del texto o para texto. El Título que ha puesto Ana Abregú mueve el punto, el foco, lo esperable. Y no le faltó en el último capítulo cómo es cuestionado en las palabras finales sino que el foco lo torció para dejarnos pensando al modo de los grandes escritores, ampliamente logrado por Ana Abregú.
Nada en MOVER EL PUNTO se da por hecho. Tal es la concepción de este libro que augura la lectura de una excelente literatura.
Graciela Licciardi
Editorial Enigma
www.metaliteratura.com.ar
Literatura latinoamericana
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