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Ricardo Piglia no es Lawrence Olivier, pero…

12/14/2008 Leyendas

La identidad y el nombre de Ricardo Piglia forman parte de una leyenda urbana que circula en los arrabales del mundillo literario argentino ya desde hace años, tomando casi siempre la forma elegida por quien la refiere, otras asumiendo los cambios que le imponen las modas literarias, perdiéndose frecuentemente en el olvido y reapareciendo de cuando en cuando...

 
Por:   Ferro Roberto

La identidad y el nombre de Ricardo Piglia forman parte de una leyenda urbana que circula en los arrabales del mundillo literario argentino ya desde hace años, tomando casi siempre la forma elegida por quien la refiere, otras asumiendo los cambios que le imponen las modas literarias, perdiéndose frecuentemente en el olvido y reapareciendo de cuando en cuando. Esa versión deshilachada y confusa asegura, casi siempre entrelíneas y con la labilidad del rumor, que Emilio Renzi, al que algunos críticos avisados han dado en llamar, con una originalidad digna de todo encomio, el alter-ego de Ricardo Piglia, ha logrado llevar a su punto extremo la desaparición del escritor por la que tanto bregaron Pynchon y Salinger. El núcleo indeleble de la historia repite con las modulaciones propias de cada contexto que Emilio Renzi se ha constituido en personaje de los textos que escribe y ha cedido la representación pública de la figura del escritor a un actor –la coincidencia en cuanto al número, si es uno o más de uno, varía tanto como la insidia de los detalles con que se pretende otorgar verisimilitud al rumor–, que bajo su propia identidad, la de Ricardo Piglia, asumió desde que aparecieron las primeras publicaciones de Renzi la pesada carga que le corresponde a un autor que ha logrado interesar a los editores y a los medios.

La historia o lo que queda de la historia después de transitar por las entonaciones de las innumerables versiones que la diseminaron por los más recónditos márgenes del canon literario argentino, va a parar a una pensión para estudiantes cerca del centro de La Plata, a principios de los años sesenta. Una de sus habitaciones era compartida por Emilio Renzi, que fatigaba las últimas materias de la carrera de Historia, junto a Ricardo Piglia, que buscaba dar vuelo a su vocación de actor dramático, y Steve Ratliff, hijo de un vendedor de máquinas de coser del condado de Jefferson, en el sur de los Estados Unidos, apasionado lector de Roberto Arlt, que estaba en La Plata buceando infructuosamente los rastros de un tal Martina, poseedor, al parecer, de un manuscrito inédito del autor de Los siete locos.

En una de las tantas madrugadas en las que los tres compañeros de pieza conversaban sin otro objetivo que vagabundear sin rumbo definido, Ratliff tuvo una idea genial: entrecruzar en una intriga conspirativa los proyectos de vida de los otros dos. Renzi, a pesar de su juventud, desde hacía ya unos años había comenzado a escribir un diario, que era una suerte de artefacto heterodoxo y anómalo en el que las herejías se presentan como modos transversales de lectura y su escritura se desplazaba por todas las posibilidades genéricas teniendo como punto de partida el motivo del doble; su mayor problema era resolver la

 

desaparición del escritor de la escena pública. Ricardo Piglia, marcado por las experiencias de la vanguardia, creía que para lograr el entrecruzamiento indecidible entre el arte y la vida, la representación teatral debía abarcar toda la vida y no reducirse a los límites impuestos por el principio y el final de las obras.

A Ratliff se le ocurrió que los proyectos de Renzi y Piglia eran la contraparte uno del otro. Renzi podría desaparecer en la escritura de su diario sin fin, mientras que Piglia podría actuar como el escritor de aquellos fragmentos que desprendidos del diario se fueran publicando.

La lúcida idea de Ratliff trastorna las pretensiones de las diversas concepciones teóricas de la autobiografía, las que de una u otra manera nunca se pueden desprender del prestigio del referente, ya sea para pensarlo como una referencialidad compartida, ya sea para aludir a su figuración ausente. La ficción en Renzi, entonces, no sólo abarca sus textos sino que se expande al mundo en el que ha instalado un referente apócrifo de sí mismo.

Hay indicios que permiten conjeturar que esa versión exhibe algunas fisuras que aunque muy sutiles, dejan entrever la densidad de su consistencia, los más notables son:

--Emilio Renzi aparece en el cuento “La invasión”, que da título al primer libro de Ricardo Piglia publicado en 1967, y después suscribe la edición una antología de cuentos policiales y también, frecuentemente, ha firmado notas en periódicos y revistas. Y, básicamente, es, por una parte, el personaje del cuento “Fin del viaje”, el primero de un volumen, que llamativamente lleva por título Nombre Falso y, por otra, el narrador de Respiración artificial y de la cuarta novela, aun inédita, de “Piglia” Blanco nocturno, además de participar como la voz narrativa de un periodista de diario El Mundo en Plata Quemada.

--En el cuento “Homenaje a Roberto Arlt” casualmente el último del volumen Nombre Falso, de 1975, en la nota al pie número 2, pp. 101-102, se atribuye a Pablo Fontán, la selección, el prólogo y las notas de una inexistente Correspondencia de Roberto Arlt, Editorial Tiempo Contemporáneo, Buenos Aires, 1973, que en Prisión Perpetua, de 1988, se sustituye por Emilio Renzi.  Por aquellos años, la notoriedad que alcanzaba la figura de Ricardo Piglia, por una parte, y la recurrencia de la aparición de Emilio Renzi en sus obras, por otra, exigían necesariamente proteger la conspiración, para no dejar ningún resquicio de duda, reforzando el procedimiento de construcción ficcional del personaje, introduciendo una modificación en un relato en el que la inscripción del nombre de Ricardo Piglia, enfatizaba la ambigüedad genérica de la escritura.

--En casi todas las entrevistas que se han realizado a Ricardo Piglia suele contestar las preguntas citando literalmente extensos párrafos de “su personaje” Emilio Renzi. No siempre esto se puede verificar puesto que a veces las afirmaciones que vierte Piglia para los medios, aparecen antes de ser publicadas en sus obras como parte de las reflexiones de Emilio Renzi; estrategia novedosa en la que el personaje corporizado se anticipa al escritor autoficcionalizado. El 18 de mayo de 2003, en el diario La Nación de Buenos Aires, Piglia responde a Mauricio Montiel Figueiras con las siguientes afirmaciones:

MMF-Emilio Renzi, el personaje que has diseñado para desdoblarte en varios textos, ¿es más un modo de narrar que un alter ego en el sentido estricto de la palabra?

RP-Más bien es una especie de doble, amenazador como todos los dobles, porque ya sabemos que esta figura tiene que ver con la muerte. Su envejecimiento me interesa en

 

particular. Aunque hace algunas cosas que nunca hice -por ejemplo, él es periodista y yo no he trabajado como personal de planta en un periódico, sólo como colaborador- , muchos rasgos que lo caracterizan están tomados de mi propia vida (…) En mi caso se trataba de ver si era factible secretamente la biografía de alguien a lo largo de una serie de relatos, que contaban otras historias pero que de modo paralelo se ocuparan de la vida de Renzi. Esto me plantea una encrucijada.

 

Probablemente, en el próximo texto de Ricardo Piglia aparezca alguna reflexión de Emilio Renzi citando a “su autor”; lo que es una exhibición desaforada del mejor ejemplo de autoficción que se puede concebir. Durante la entrevista, elípticamente, Piglia alude a uno de los problemas de su actuación, el paso de los años y la verosimilitud; en relación con ese aspecto algunos atrevidos afirman que Piglia no es uno sino tres o cuatro que por distintas razones se han ido sustituyendo y desde que ejerce como profesor en Princeton, al menos son dos que actúan simultáneamente, uno en Buenos Aires y otro en Estados Unidos, con lo que se pueden turnar y así descansar al amparo de cierto anonimato basado en el hecho incontrastable de que el otro está cumpliendo adecuadamente su papel en un lugar distante; aunque esta posibilidad seguramente es producto del exceso al que deben recurrir quienes quieren convencer a los incrédulos dando pruebas de verosimilitud demasiado abigarradas para ser creíbles.

--Correlativamente, las teorías de la ficción paranoica y la conspiración que Piglia actúa y proclama en sus conferencias y clases universitarias, no son más que variaciones de la poética de Renzi, que tienen como objetivo responder el interrogante de Blanchot acerca de la desaparición. De todos modos, el proyecto implica siempre redoblar la apuesta para mantener el secreto; en tal sentido, Piglia dice en la entrevista de Montiel Figueras. “Blanco nocturno es una historia de amor que también tiene que ver con el diario de Renzi al que he tomado como protagonista para ver si logro sacármelo de encima.”

 

Hasta aquí llega esta historia imperfecta, plagada de vacíos e inconexiones, pero afirmada y desfigurada  una y otra vez. Seguramente, como un folletín incesante, debe haber nuevos capítulos en gestación, o ya circulando, que no conozco y acaso, no conoceré nunca.

 

 

Roberto Ferro

www.metaliteratura.com.ar

www.robertoferro.com.ar

Buenos Aires, 12 diciembre 2008.

 

Editor de la revista. Profesor en Letras, Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, 9 de diciembre de 1977. Doctor en Letras con la tesis "La Parodia del autor en la saga de Santa María de Juan Carlos Onetti", Facultad de Filosofía y Letras, U.B.A., Director de Tesis: Noé Jitrik. Jurado de la Defensa: Ricardo Piglia, Lisa Block de Behar y Cristina Iglesia. agosto de 2001. Docente de la Cátedra de Literatura Latinoamericana II, Facultad de Filosofía y Letras, U.B.A. Escritor y Crítico literario.
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