Hay dos escenas de lectura que quiero recuperar del texto que hoy nos convoca y celebramos, una la de Roberto Ferro leyendo su primer libro de Cortázar, Rayuela en 1963, una lectura teñida de vértigo y desmesura que se agrega a la de una generación de lectores para los que Rayuela significa el porvenir, la innovación, la ruptura con las convenciones y la posibilidad de concebir horizontes sin clausura.
A partir de ese encuentro, escribe Ferro, se genera una relación de intensidad, no solo con los textos sino también con el compromiso de Cortázar en los sucesos que atraviesan América Latina.
La otra escena es la de Julio Cortázar leyendo por casualidad Opio de Jean Cocteau, sentado en un café comienza a leer, horas después, el texto en tanto “visión deslumbradora” se convierte en su “camino a Damasco” desde ese día, relata en sus cartas, "leí y escribí de manera diferente".
Centrarme en estas dos escenas tiene la impronta de dejar la marca del punto, del pliegue, del encuentro inaudito entre un lector y una escritura literaria, los efectos y las derivas que provoca, y que los textos que leemos recogen, y también tejer las escenas de la serie Ferro-Cortázar -Cocteau con la idea de constelación.
“Las estrellas que forman la osa mayor no saben cómo están colocadas, no saben que la tierra los ve componiendo ese dibujo” escribe Cocteau, que reescribe Cortázar y que en la textualidad crítica de Ferro se convierte en un dispositivo de asedio y de lectura, una forma de inscripción de la grafía que se plasma en escritura desbaratando todo sentido unitario o el modelo de una línea. La yuxtaposición, el collage, el montaje, el contrapunto y también el azar objetivo, son los procedimientos de la escritura cortazariana que el crítico teoriza para nombrar, en tanto sino del lenguaje y la retórica -"sujétate a los nombres, así no te caes"- cita Ferro de Cortázar, y así exhibir un trabajo con la cita y su dis-locación de un espacio de lectura estereotipada para sumergirla, productiva, junto a otras, en diversas constelaciones de especulación.
Tras las huellas del romanticismo, que es la condición de posibilidad de la escritura cortazariana para Ferro, del existencialismo, de la patafisica, del surrealismo, de las escamas de OULIPO y del escritor parado en el vórtice de la revuelta de su palabra literaria, Ferro se aproxima a la poética de Julio Cortázar mediante un artefacto crítico que acaso sigue el trazo de los dibujos ovillados de Jean Cocteau, de la tela de araña de Marcel Duchamp o de la red de piolines de Horacio Oliveira, un artefacto complejo cuya fragmentariedad -y por lo tanto inacababilidad- como dispositivo y como mirada lectora, tiende puentes, abre puertos, para provocar conexiones de múltiples entradas a la escritura de Cortázar.
El ojo crítico articula la relación entre escritura y vida de Cortázar con la figura del viaje como desplazamiento de un lugar a otro, la vida como viaje y la escritura como viaje, una cartografía que Ferro asedia bajo la operación crítica de “tránsito”, el estar en tránsito de Cortázar, el tránsito de su escritura, el de las lenguas traducidas, el de la importación y exportación de libros, un estar en tránsito como "magas que se hechizan" y el contrapunto, la “estancia”, concepto crítico que lee la suspensión de ese errar.
“Julio Cortázar. Un nómada de otras orillas” aparece como una cuña que perturba a ciertos actores de la familia literaria, el crecimiento póstumo e incontrolable de la obra cortazariana que se legitima bajo el nombre como un logotipo, genera por una parte la aparición productiva de textos que obligan a leer a Cortázar en otras constelaciones, por otra deja al descubierto una lógica de “herederos y albaceas” que acompañan las aventuras del mercado editorial, el “supermercado” asesta Ferro.
Así el crítico espacializa las textualidades heterogéneas de Julio Cortázar, en dos conjuntos: uno, los textos que Cortázar publicó en vida, el otro, las publicadas por “la delegación testamentaria de la propiedad intelectual”.
Asimismo, la intensa lectura de Ferro de Cortázar a partir de la productividad de esos dos conjuntos y de cada uno, provoca un desmarque y un desafío a una cierta crítica literaria que ha reducido la escritura de Cortázar a un estereotipo viejo y desechable, una crítica que frisada en la haraganería y en la mezquindad, está obligada a revisarse. Prosa del observatorio es uno de sus diamantes luminosos y
sin embargo, sostiene Ferro, es poco visto y apreciado por cierta crítica literaria.
Constelando los textos publicados en vida y los póstumos, Ferro señala Imágenes de John Keats como programa literario de Cortázar, el de la ruptura que viene a provocar la fuerza del “lenguaje poético” que culmina en la escritura de Rayuela, un programa articulado como potencia desestructurante del racionalismo -"la perra aristotélica", que dice Cortázar- también como cifra de la relación entre literatura y sociedad -si es que acaso en esa poética se puede pensar como entidades separadas.
Publicada Rayuela, la conmoción de la Revolución Cubana provoca una perturbación en el proyecto cortazariano, tanto en su escritura, en la exposición de su ars poética y en sus posiciones de escritor, que lleva dice Ferro a “la metáfora de la bifurcación” y el deslizamiento hacia un “yo autobiográfico” como estrategia, que mediante entrevistas, polémicas, conferencias, artículos críticos, resignifica la relación entre literatura y política, entre el compromiso del escritor y la “función poética del lenguaje”.
En esas temporalidades y espaciamientos, en esas polémicas en tensión, revisadas, Ferro oblitera, por ejemplo, la figura del triángulo: hay un lado de acá, un lado de allá, pero también hay otra posición, “la de otros lados”. Remarca la eficacia y el efecto de la palabra literaria, Políticrítica a la hora de los chacales se inscribe en el pólemos del caso Padilla, la balanza se inclina hacia un lado y otro de la aceptación o no del régimen de Castro y el texto subraya el conflicto entre la serie estética y la serie política; el “poema ensayo” así nombrado y leído por Ferro, es, dice el crítico, “una herramienta inesperada” con la que Cortázar logra desplazarse de las posiciones binarias porque esa “elección transgenérica de su escritura” perturba y desacomoda la disputa por el lugar de localización del escritor en Latinoamérica y la función del intelectual en la sociedad, Policrítica, en su ademán hiperliterario, como puede leerse lo que sostiene Ferro, supera las dicotomías en defensa del no lugar, de la autonomía del escritor y, con todo, de la autonomía de la escritura literaria.
Leer es estar asediado por instancias de visión y de ceguera, la ceguera es el correlato necesario de la lectura, como el crítico viajero y el crítico que propone juegos –el de provocar al lector para que "encuentre su propio sentido"- Ferro entrecruza la poética cortazariana con pasajes, túneles, hiende en el relato de los viajes elididos, trayendo al texto una filigrana de citas de esa obra inacabada, la autobiografía de lecturas marcadas y remarcadas, muestra el “reverso de una tela bordada” -la imagen es de Jean Cocteau- cuyo derecho solo muestra un proceso en devenir, en ese amasijo de reveses interfiere la fuerza de su ceguera lectora y su crítica en disidencia.
Vuelvo al acontecimiento inaudito de las escenas de lectura, "la palabra literaria" dice Ferro, "es la manera privilegiada para develar y exponer la muerte", "la figuración de la muerte, la nada existencial, aparece como fundamento abismal de la poética de Cortazar", en esa dirección Ferro articula los capítulos de su texto siguiendo una línea de tiempo: los primeros años, los primeros textos éditos e inéditos, los traslados en el tiempo y el espacio, lee “Diario para un cuento” de Deshoras como “epitafio”, para asediar en el último capítulo Los autonautas de la Cosmopista, en el que las operaciones literarias de Cortázar y las del crítico, constelan, se tensan y se desmadran; el amor, el deseo, el viaje, el proyecto de escritura de Carol y Julio, se afantasman en la bodega del ojo de Ferro como el ojo de Escher, la calavera asedia la morada y a los moradores de ese proyecto de viaje, pero la muerte no es un punto final sino un suceso que resignifica la biografía y la bibliografía cortazariana, ese punto de llegada no es más que el punto de partida, de allí que Los autonautas en la escritura crítica de Roberto Ferro se convierte en el comienzo de lectura de la vida y de la obra de Julio Cortázar como un acendramiento tenaz y potente de una retórica de la ceguera porque Ferro sabe y ese es su infierno, que cuanto más sentido se extrae, más intacto permanece.
Video completo de la presentación: https://youtu.be/zeJ7F8VYTwE
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