Es curioso saber que entre los observadores de la ceremonia, se encontraba José María Eguren y César Vallejo. Es decir, aquel 6 de noviembre de 1922, en la cumbre de la celebración de un literato peruano se velaba además una coyuntura furtiva: las dos caras de lo que sería la poesía peruana en adelante. Podemos afirmar que aquel momento histórico, la poesía peruana se afirmaba de época. Chocano era una época, Vallejo otra. ¿Acaso Eguren se encuentra también en una simultaneidad? Sí, y es otro camino, pero su universalidad no terminaría cobrando el ritmo vallejiano. Cien años después de este evento, el avión que me llevaba a la Semana Vallejiana salía del cúmulo de nubes grisáceas y lilas de la capital para flotar sobre el mar al norte, hacia Trujillo. Una invitación de la universidad César Vallejo, gracias a su jefa de cultura: Emilia Urbina. Cerré los ojos y pensé en versos de vallejo, que explotaban ebulliciosas:
“Este piano viaja para adentro” (Poema XLIV)
“Piano oscuro ¿a quién atisbas / con tu sordera que me oye, /con tu mudez que me asorda.” (Poema )
“Vamos viendo / los barcos ¡el mío es más bonito de todos!/ con los cuales jugamos todo el santo día, /sin plumas, como debe ser!” (Poema III)
Versos que flotaban en mi mente mientras el avión se elevaba y alcanzábamos la altura suficiente para deslizarnos en el aire. Trujillo no solo era la ciudad de la eterna primavera, sino la partera de la historia del grupo Norte, donde Haya de la Torre, Antenor Orrego, Vallejo y otros autores, se congregaban para disfrutar de la bohemia intelectual; y eso mismo aseveraba el fervor, la primavera eterna de esta ciudad. Aquí, en esta tierra, Vallejo había escrito, vivido y gozado su primera juventud. Observé la Plaza de Armas: la estatua de la Libertad seguía con la antorcha en inmortal incendio. Cielo celeste de nubes delicadas de algodón. Bajé del minivan y entré a la sala de recepciones del hotel Costa del Sol, donde me encontré con Marco Martos, en plena gestión de sus trámites. Subimos hablando de libros. Le confieso que leí Vértigo y me gustó. Almuerzo en el Moche. Conversación literaria. Recuerdos abiertos.
-Dos muertes marcaron mi etapa en San Marcos -dijo el autor de Libro de quejas y contentamientos-. La muerte de Heraud y la de María Emilia Cornejo.
Le comento que leí su poema dedicado a Chocano.
-Hace 100 años -comento mientras corto una tajada de la res del plato- era celebrado Chocano, hoy nos toca hacerlo con Vallejo. Sin olvidar que Vallejo se encontraba entre el público.
-Cierto, buen detalle. Ahora yo sí creo que Chocano es un gran poeta. Tiene ese poema dedicado a los caballos que se sostiene por el ritmo de doce sílabas bien cuadradas que le dan una música inédita.
El ritmo del diálogo sigue. Del poema de M.M. recordaba la palabra “atroso” y del autor se podía charlar a borbotones, sin olvidar que hay biografías de casi 700 páginas sobre este poeta. Sus aventuras vitales: su liberación de morir en Centro América por culpa de un presidente derrocado, el dinero que se dijo que robó en España, sus grandes dotes de autor público. A nuestro lado, el profesor Issac -amable, atento- nos escucha con interés. Pregunta, medita, consulta. Hora del postre. El presidente de la Academia de la Lengua Peruana pidió arroz con leche; yo, crema volteada.
Salimos nuevamente a la calle hablando de César Calvo y sus estupendas novelas. Subimos al minivan. Y, al regresar, recordamos el texto de Manuel Velásquez sobre Vallejo en su etapa peruana y le digo que es bonito. Uso ese adjetivo. El autor de Piano negro asevera. Sí, es un bonito texto.
-Ahora con todo el tema de las clases virtuales se consiguió que una gran cantidad de gente se matricule de modo remoto. Yo quiero proponer eso como forma de abrir más posibilidades de que estudiantes de otros lados se puedan agregar a nuestras clases.
Eventualmente, José Santos Chocano tuvo un desencuentro con el joven Elmore. Le disparó, terminó preso, tuvo que vender su corona de laureles de oro y terminó acuchillado en Santiago; exactamente como en el poema de M.M.: astroso. Cien años después, celebrábamos no a Chocano, sino a Vallejo. El canon de la poesía peruana giró radicalmente hacia dos propuestas innovadoras en Vallejo: el uso de la radicalidad gracias al Vanguardismo y la oralidad herencia de la poesía más clásica española y seguramente de los poetas románticos que fueron tan admirados y estudiados. Estos últimos, abrieron una forma de establecer el ritmo del poema como una canción de crítica, de fuga, de respuesta a un Orden; Vallejo en su tesis Del romanticismo en la literatura española, elabora un discurso donde concede a este movimiento diferentes aportes, dándole mayor virtud a:
Hoy en el Perú, desgraciadamente no hay el entusiasmo de otros tiempos por el Romanticismo; y digo desgraciadamente, porque siendo todo sinceridad en esta escuela, es de lamentar que ahora nuestros poetas olviden esta cualidad que debe tener todo buen artista. Dados demasiadamente a la limitación, hoy más que nunca se desplega la tendencia desenfrenada por seguir en literatura el camino de los de afuera. (El romanticismo en la poesía castellana, César Vallejo, 1915)
Vallejo veinteañero le da un gran énfasis a la sinceridad romántica; lo que es palpable en sus versos de Poemas Humanos y Poemas en prosa, y se observa claramente lo mismo en Trilce. Estuvimos en la mesa compartiendo diferentes enfoques literarios sobre Vallejo. Hubo un preludio a cargo de David Novoa, poeta y performance trujillano, donde declamó el poema III, célebre después de recitarlo con un grupo de doce mil niños en la plaza de armas. Marco Martos fue más explorando primero el contexto de cien años de diferentes obras literarias, como la de Joyce, para establecer una ecuación en la tendencia psicoanalista para entender a Vallejo. Después Bethoven Medina exploró la tendencia de algunos críticos enquistados en la interpretación del primer poema de Vallejo sobre el excremento, dando una visión más marítima; finalmente, yo hablé sobre la idea de originalidad en la obra vallejiana, como era un ejercicio no un fin, y esa autenticidad era, sin duda, la sinceridad que también había encontrado en sus lecturas de los románticos. Pues,
Lamartine decía que al escribir un verso, lo primero que sentía era una disposición musical sin saber aún qué idea iba a desarrollar, y que todavía mucho después acudía el pensamiento; es decir le ocurría lo que, ocurre a todo poeta verdadero; primero la emoción y después la idea. (Idem)
El homenaje por los cien años de Trilce congregó a más de seiscientas personas que iluminaron una noche especial dentro del año 2022 que se nos va, donde sin duda se recordó de muchos modos este centenario de una obra que hoy goza de un respeto mundial y de incesante crítica. Vallejo vive y vibra aún con intensidad. Lo que se hace con intensidad, con intensidad perdura. Nos queda preguntarnos a quién (o a quiénes) se celebrará dentro de cien años; aquí en el Perú, o quién sabe en qué otros planetas. Sin duda, la poesía funda un presente, que se extiende en el espacio y tiempo.
Lima, 2022
Ana Abregú.
www.metaliteratura.com.ar
Literatura latinoamericana
|