Y un acontecimiento no es nada menos que una grieta en el tiempo por donde se filtra algo capaz de provocar un enorme cambio subjetivo o, en lo tocante a lo objetivamente ocurrido, modificar el orden de la realidad. Estas dos dimensiones - la subjetiva y la social- están presentes en la novela de Carlos Aletto, por eso se entienden claramente las palabras con que Guillermo Saccomanno escribe, en uno de los comentarios que aparecen en la contratapa del libro, “bienvenidos a una épica literaria maratoniana”, dado que si algo caracteriza a la dimensión épica es la emergencia del acontecimiento. Y el acontecimiento nos lleva a pensar en el mito, que es, ante todo, un producto espontáneo de la formalización cultural del mundo propia de todas las sociedades humanas, como lo son el arte, la ciencia, o los usos y costumbres sociales. El mito excede la iniciativa individual, del mismo modo que el lenguaje y por ello no responde a los criterios antinómicos de si es realidad o ficción; lo que interesa para que pueda darse es su función sígnica, de manera que una realidad histórica cualquiera puede transformarse en un mito si es investida de esta función, a la vez que éste puede ejercer influencia sobre una realidad histórica y/o social determinada.
Dichas apelaciones son verdaderas operaciones de sentido con claro arraigo en cada contexto inmediato, buscando establecer nuevos significados colectivos atinentes a las coordenadas del presente, es decir que trascendiendo los límites de la creatividad individual, se expanden hacia los dominios globales de los imaginarios políticos y sociales. Una de sus condiciones esenciales es el intento por dar respuesta a las cuestiones más profundas o graves que un grupo humano se plantea, independientemente de que para otro grupo comunitario tales cuestiones puedan parecer carentes de importancia. En tal sentido, adquiere la forma de un relato, así por ejemplo, la narración sobre el origen del mundo o de esa comunidad en particular, sus héroes fundadores a quienes debe el nombre (epónimos) o la necesidad de cumplir con ciertos ritos, tales como la iniciación, la prohibición de ingerir algunos alimentos, las relaciones familiares o matrimoniales. Otra de las condiciones a destacar del mito es que dichas intuiciones privilegiadas con las que una comunidad pretende comprender o explicar el mundo, puede encarnar en ciertos personajes que adquieren entonces, este rango. Se comportan así como núcleos de sentido que se apoyan menos en la idea de mito como una narración tradicional sobre un determinado panteón divino, que en la idea de lo mítico como fuerza actuante en sucesivos imaginarios sociales, capaz de resurgir con renovados sentidos en función de los contextos en los que opera.
Es importante tomar en cuenta que las sociedades modernas han desplazado el sentido de lo sagrado como fundamento trascendente de la existencia, sustituyéndolo por otros valores, por consiguiente, los mitos pueden encarnarse en artistas, políticos famosos, personalidades del espectáculo o deportistas extraordinarios, algunos de breve duración, otros perdurables y de dimensión cuasi universal. Los nombres del Ché Guevara, Eva Perón, Marilyn Monroe o Carlos Gardel son suficientes para exponer esta emblemática característica. En esta familia se inscribe Maradona, éste es su linaje.
Ya se entienden, entonces, los once segundos del título: son los que transcurren hasta que Maradona metiera el emblemático gol en el Mundial de México de 1986. Y como el mito necesita del rito para constituir el acontecimiento, este instante es absoluto. Porque, ¿qué hace falta para que esta auténtica epifanía se manifieste? La repetición, la anulación del tiempo sucesivo, cronológico, para dar lugar a esa cuña de tiempo vertical, mágico, perpetuo. Las palabras del inicio lo exponen claramente: “Treinta y cinco años después hoy vuelve a ser 22 de junio de 1986” (p.11). Y para sostener la magia, es imprescindible que la escena se congele al repetirse en sus mínimos detalles:
El 2 inglés se para erguido. Tiene la pierna derecha flexionada hacia atrás. La puntera del botín casi clavada en el horario que aparece en el ángulo inferior izquierdo de la pantalla. La figura del jugador –con camiseta blanca, medias y pantaloncitos celestes- inmóvil entre la hora y la raya del lateral parece la de un modelo vivo que va a ser esculpido con los brazos en alto sosteniendo la pelota. (11)
Lo dicho hasta aquí puede inducirnos a engaño pensando que esta escritura tiene como tema el fútbol o es un sesudo ensayo sobre el deporte que condensa la máxima pasión nacional. De algún modo –y al hablar del mito Maradona se lo muestra, ese trasfondo no podría estar ausente ni fuera de esta ficción, pero en realidad se trata de una autobiografía. El término “ficción”, entonces, tiene un alcance limitado, se refiere a que, teóricamente hablando, toda autobiografía es una ficción, debido a la disociación entre el yo que existe y el que escribe, aunque en sentido profundo, como dijo alguien “cuando escribo, sólo hablo de mí”, o en palabras del gran Flaubert, “Madame Bovary soy yo”.
La historia del narrador-personaje-autor Carlos Aletto se entreteje con ese instante atemporal y futbolero al desplegar en el tiempo sucesivo, el relato que, desde su infancia, conduce hasta la actualidad, el presente de quien esto escribe, porque “alguien tiene que escribir la historia de los que no escriben”, según explicita. Por eso esa historia personal tiene también alcance social, así como la persona que se llamó Maradona adviene a su permanencia en el imaginario colectivo. Por eso se trata de una escritura de clase, según informa agudamente Saccomanno.
En medio de la escasez y la precariedad de recursos, el protagonista sabe, sin embargo, que quiere ser escritor. Y Aletto nos lleva de la mano, desde los juegos infantiles en el barro hasta el ahora, siempre guiado por el hilo Maradona. Con un estilo minimalista que recupera los más nimios detalles convocados por la memoria: la casucha de chapa, el basural, el amigo ahora perdido para siempre, los estudios superiores, su experiencia universitaria, sus compañeros de estudio y de fútbol, la escritura obsesiva nos permite seguir esa trayectoria con respeto, con simpatía y admiración por quien cree que ser escritor es una tarea merecedora de una dedicación de por vida.
Carlos Aletto. Once segundos. Buenos Aires, Sudamericana, 2023. 379 páginas.
Ana Abregú.
www.metaliteratura.com.ar
Literatura latinoamericana
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