Una textualidad que, como las mareas y los traslados, a veces baja envarada, cuando Otsubo plasma en el papel el encuentro de la lectura y de la escritura desplegando una escena de ficción teórica, una especulación sobre una palabra-valija, un motivo retórico ó temático, la imaginación de una cartografía crítica o la vacilación ante la palabra poética que se deshace en un haiku o se aglutina en forma de prosa; otras, se eleva medusante cuando enmarca una cita, encontrada, que, como una gema esmeralda, anuda una conmoción de lo sensible, una forma, una experiencia, una complicidad.
Leo el inicio del texto:
…acomodo los pequeños almohadones que protegen mi espalda, pongo música, por lo general, la selección ecléctica… y comienzo a escribir. Libero el movimiento de las manos, que se deslizan por la línea de la hoja o por la línea vertical, que titila sin desfallecer en la pantalla, no existe ya diferencia entre una y otra respiración, para continuar el impulso que le sigue al ritual primero de la escritura. Mi ritual de escritura. Para escribir. Porque la escritura es la conversación, el diálogo que establezco con el afuera que me conmueve a partir de una interioridad que se ve impelida a manifestarse. Algunas veces las palabras se trenzan en el relato o dan lugar a la crónica, en otras alcanza la melodía gozosa del poema. De eso se trata. De escribir. Procurando de algún modo así lo inasible…
El relato de la escena de escritura va in crescendo, toma un ritmo, intenso, en el que acomodar los almohadones para proteger la espalda funciona, desde mi lectura, como un procedimiento para atemperar, para calmar, ese infierno en el que coloca el leer y el escribir. María Claudia sabe que ese impulso tiene una velocidad propia que le va a ganar a la del ritual, que el diálogo con ese afuera que la conmueve a partir de “una interioridad que se ve impelida a manifestarse”, la llevará incluso a no sentir los almohadones cómodos en la espalda, y quizás también a no escuchar la música, un momento antes, seleccionada.
En esa antesala, en la escena que se va desplegando, aparecen entonces las prerrogativas, la elección y el despliegue de una biblioteca, las asociaciones, la forma pretendida de un proyecto de escritura, el viaje como motivo temático. Leemos una y otra vez que la voz del texto se va de viaje, incluso elige con quienes, y percibe, por su trabajo de escritora, por esa entrega al infierno de la palabra literaria, que esos preparativos van a ser desbaratados durante la travesía.
Subrayo dos gestos críticos de Leer levantando la cabeza, uno, el de el incesante asir los sentidos de los textos leídos, al comentario, a la predicación, a la constante lectura crítica de ensayos y reseñas de los escritores leídos, es decir, mostrar la operación de lectura “con otros”. El segundo, el de narrar ese momento de desorden, cuando las líneas fluyen, se desovillan, se desvían y se descontrolan en diversas direcciones de sentido y la impronta de la escritura se va armando, independientemente de las decisiones de las manos, “como poner en palabras, dice la voz, qué fue lo que tanto me cautivó?” En otras palabras, ¿cómo plasmar, en el artesanado de la escritura, el deslumbramiento de lo leído? Y ahí el gesto de la escritura de María Claudia, el de tematizar esa entropía. Al mismo tiempo, el de seguir un modelo, sempiterno, el de Penélope, el de bajar la cabeza para deshacer y volver a tejer. Un escribir y leer tematizado que se puede leer como un ir en la búsqueda de Faustine, el perderse como Morel en el cuento y recuento de las mareas, para, como escribe Otsubo, “atrapar el instante”.
Leer levantando la cabeza da cuenta de ese acontecimiento, el de que la lectura y la escritura nunca se terminan, solo se abandonan, una locura cervantina que te deja la cabeza seca porque locura rima con lectura, como escribe Héctor Libertella. Una pasión que Sor Juana Inés de la Cruz, en su carta de “Respuesta a sor Filotea” (1691), escribe que nunca ha sido “un dictamen propio, sino una fuerza ajena” y que su inclinación a las letras es tan poderosa que ninguna medida tomada ha alcanzado para abandonar ese impulso. En esa obsesión, Clarice Lispector, en Un soplo de vida subraya: “Yo escribo para liberarme de la difícil carga de ser persona ... Al escribirlo no me conozco, me olvido de mí. Yo que aparezco en este libro no soy yo. No es autobiográfico, vosotros no sabéis nada de mí. Nunca te he dicho y nunca te diré quién soy. Yo soy vosotros mismos”. “Ahí está Clarice, ahí la escritura” afirma su más fina lectora, la escritora y crítica Hélène Cixous. Clarice, que después del accidente en el que se quema los dedos y la mano derecha, no abandona sino continúa escribiendo, pulsando obcecadamente la letra en la máquina de escribir, el ritmo es distinto pero persistente. Leo en el texto: “Creo que esto ha sucedido por primera vez, que he perdido lo que venía escribiendo. La computadora ha bajado los brazos. La hoja ha quedado en blanco titilando, no encuentro nada. Por lo que debo superar el primer desasosiego que producen las líneas extraviadas, las que ya no podrán volver a escribirse y comenzar nuevamente. Intento no preguntarme si el acto no habrá sido un gesto defensivo para extender así el recorrido hacia el punto final de este viaje. Porque el viaje es infinito como así también lo es la literatura.”
Ese impulso literaturizado remarco en el texto de María Claudia, una textualidad que despliega un coro literario, una celebración de la literatura que nos provoca y nos incita a reflexionar sobre un lenguaje revolucionario, porque qué más revolucionario en este mundo marcado por lo utilitario que para los necios la literatura sea algo que no sirva para nada. Es esa condición la que la convierte en subversiva e inasible y al mismo tiempo, proliferante y emancipatoria.
Así, discurriendo entre sus capítulos, “Escritoras perdurables”, “El estante del canon”, “Latitudes del presente” y “Adolfo Bioy Casares”, la escritura de Otsubo, no sólo reescribiendo y dislocando el gesto de Roland Barthes de El susurro del lenguaje, el de Mímesis de Erich Auerbach, el de "Desembalo mi biblioteca" de Walter Benjamin o buceando en el deseo de escribir como Hélène Cixous, mixtura un pasado de memorias y reminiscencias, una biblioteca propia y heredada, el gesto de una lectora omnívora y el de una escritora que se entrega a su pasión. El texto que se lee, por lo tanto, replica una renovada disposición de la grafía en la que se entrecruzan la mirada como ranura crítica, el recorte del ojo y una poética cuyos trazos abre, en la contingencia de la pandemia del Covid 19, un cuarto propio, una temporalidad y un espacio, otro, el de la página escrita en fuga ó en diálogo.
No es un texto único sino una provocación: el tendido de una red inasible de encuentros con otras escrituras y “la escritura”, en la que lectura y escritura se corresponden o se disponen en el registro del contrapunto, se metaforizan, se desplazan y se contaminan, se territorializan y desterritorializan. Una multiplicidad de formas genéricas se hacen cuerpo en esa página en blanco, tanto abeja como flor, proliferan.
Una lectora escritora o una escritora lectora imantada, navega por la insoslayable aventura de un tiempo y de un espacio en el que late la literatura, la literatura universal, la literatura argentina, la latinoamericana, Norah Lange, María Luisa Bombal, Armonía Somers, Virginia Woolf, William Shakespeare, Frank Kafka, Roberto Ferro, Noé Jitrik, Ana Abregú, son algunos de los escritores que Otsubo lee, para plasmar el grumo, una cuadrícula citadina, un relieve de médanos que no acierta en la determinidad de lo que ya ha sido leído y canonizado sino que hiende y obliga a leer sin reposo, sin amparo.
La escritura es lo desconocido, la aventura y esa tal vez sería la confesión de porqué María Claudia escribe, o quizás ni siquiera eso, porque nadie puede asirla, definirla, sujetarla y aun así se escribe, es un infierno, pero del que no se quiere salir, un no querer atravesar ese punto final al que se refiere María Claudia, ese es el dilema y la transformación, el encuentro desencuentro al que Leer levantando la cabeza invita provocándonos.
⃰ texto leído en la presentación del libro de María Claudia Otsubo con motivo de ser declarado de interés para la comunicación social y cultural por la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, mayo de 2024.
Ana Abregú.
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Literatura latinoamericana
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