El espacio es chico pero con mucho movimiento, nos amontonamos sentados en el piso al menos veinte personas. Y esto es una o dos veces por semana. Entrevistan autores, presentan libros o, como esta tarde, hay lectura de poemas. El movimiento cultural de Berlín me hace preguntar cómo se vive en ciertos países con tan poco y en otros, lo mismo no alcanza.
Schwarze. Las palabras del poema que leen ahora son en alemán. No las entiendo. Sin embargo las reconozco. No, no es las palabras lo que reconozco. Es el tono, el tono de voz con el que lee el hombre es el tono de un encantamiento. La voz dice ‘negra’ y las luces de la salita se apagan en un silencio. Sin ponernos nerviosos, alguien prende una vela, y la voz que recita continúa el encantamiento del poema y no tiembla como la luz.
Negra leche. No, no son las palabras ni es el tono de la voz lo que reconozco. Sin embargo, funciona en mi oído como el eco extraordinario de una voz que recuerdo. Ésta es otra, que decenios después recita, se une en el interior de mi cabeza grabada, tan en el pasado, y el encantamiento empieza a surtir efecto.
Schwarze Milch. Un idioma desconocido es una lengua mágica. Alguien lo habla y obtiene a cambios gestos y objetos de manera misteriosa. Alguien propone un recital, una persona cualquiera elige invocar este poema en su lengua y al escucharlo lo conozco y lo entiendo, tal vez, me digo, lo que entiendo sea el ritmo.
Negra leche del alba. Schwarze Milch der Frühe. La traducción se produce al compás en el que viaja, el significado es oscuro como el agua y en tres sílabas se dibuja una fuente en el aire, ‘wir trinken’. Son tres sílabas, o más bien, tres letras, son una te y una ere y una i que no sé pronunciar las que comprendo en la ilusión que esta voz está leyendo.
Cuando vuelve a encenderse la luz que no es de vela, salgo afuera a beberme la noche.
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