METALITERATURA

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Mientras sigamos ardiendo

10/21/2024 De interes

“La vida de la vida de la poesía” como una inquietud que Héctor Hernández Montecinos destacaba en un texto suyo aún inédito. A simple vista, la puerta de entrada a un mundo fascinante y espléndido: una vida tras bambalinas de la poesía.

 

 
Por:   Nicolás López Pérez

La poesía es parangonable al mar. Cuando se publica un poemario u otra escritura que la propone como protagonista (diarios, novelas, epistolarios, entrevistas, etc.) es como si se hiciera una fotografía, una polaroid al mar. La pregunta es ¿cuánto cabe en lo que la palabra, el libro logró reunir? No quisiera decir una ínfima parte o un porcentaje marginal de todo lo que fue puesto allí, porque sería evidente y de perogrullo; quisiera apuntar a la ficción que nos empuja a creer y decir, ¡guau! es el mar. Tal y como Jorge Luis Borges nos provocaba, desde una lectura de Samuel Taylor Coleridge, con esta idea de la “suspensión voluntaria de la incredulidad”, es posible llegar a esa escritura que nos habla de cómo ha ocurrido la poesía de un autor, de un movimiento vanguardista o de una generación. Detrás de la poesía, un poeta que puede construirse o inclusive deconstruirse en las categorías de Bildungsroman o Kunstlerroman y nada, en el fondo, hay un joven idealista que enloquece, tiene intervalos de lucidez, vive la gloria y la pena, celebra y maldice, culea y se embriaga, eyacula y traga calle, es amado y odiado, es vitoreado y escupido. Ese joven es el que se inscribe en la página y su huella nos deja estupefactos cuando leemos, nuevamente, el revés de esta escritura tras bambalinas, quiero decir, la poesía. A la sazón, una lectura que, a contrario de ese agotamiento que Yevgeny Yevtushenko postulaba para la biografía de un poeta (solo en sus poemas), estamos frente a una incrédula y voluntaria suspensión de los límites de la poesía: vamos más allá, hasta el origen mismo de esa palabra que se articula y se carga de futuro.

Gracias a Facebook y X (antes Twitter), en menor medida a Blogger y otras plataformas similares, la escritura diarística o incluso amateurmente novelesca, quita espacio a la intimidad y la registra como un aliado y un enemigo a la reconstrucción de un período inmediatamente anterior al punto desde el cual se piensa en el pasado. Ya Julio Barco nos demostró, con creces, esa retorsión del “qué estás pensando” instalado por Mark Zuckerberg en las cabezas de cientos de jóvenes y boomers, en sus poemarios Arder (2019) y Copiar, Cortar, Pegar y Cargar (2020). Justo aquí se juega este “tira y afloja” de la medialidad y la materialidad en que la escritura sucede. De hecho, Semen se posiciona en “estados mentales” y, además, recortes de la interacción con lo digital: decía Kenneth Goldsmith, ironizando, “perder tiempo en internet” en realidad es bastante productivo y creativo, toda vez que esta nueva medialidad nos demanda un compromiso activo que nos vuelve a subjetivizar entre lo profundo y un flujo de consciencia que se mueve a mayor velocidad.

En uno de esos fluidos intercambios que tengo con el autor, a estas alturas, un compañero de viaje en poesía, un amigo entrañable, surgió la idea de volver a darle una vida a Semen, su primera novela. En el período 2020-2024, Julio publicó otras novelas como Dejar de escribir y Dos amantes bajo el cielo de Lima (ambas en 2023) y su monumental diario, primera parte de Los Elementos, El nuevo fuego, de más de mil doscientas páginas. Eso no es todo, la trilogía gastronómica está en curso. Ya fuimos testigos de Chaufa, Ceviche y Salchipapa, la última parte, está en elaboración. La escritura de Julio va más rápido que la velocidad. Semen, sin embargo, es el debut narrativo y que, a mi entender, nos permite entender mejor la forja del carácter de un poeta de nuestro tiempo. No tengo dudas que hay mucho más material inédito que su autor, a medida que va escudriñando en su propio archivo, se liberará con el criterio que tienen los vivos por sobre los vivos. Otra cosa es el trabajo póstumo del archivo de un autor, el criterio de los vivos por sobre los muertos, ya Max Brod nos ha dado lecciones importantes en la publicación de ese Kafka que debía ser incinerado o Dimitri Nabokov de esa incompleta incompletitud que representa The Original of Laura en la obra de Vladimir Nabokov. Sin perjuicio de ello, con el cuidado que merece una obra en transición, extraje algunos fragmentos de esos diarios inéditos de 2015 y 2016 que Julio me ofreció para una desinteresada lectura. Publicados por primera vez, los ubiqué en calidad de epílogo, bajo el título «Me ubico fuera de mi “poetizado corazón”» que viene de alguna de las incisiones realizadas.

Solo del título que, en un arranque editorial, he cambiado el subtítulo -incluso con una cierta reticencia y resistencia de Julio- que ha tenido un recorrido variado: música para jóvenes desempleados (borrador de 2018), música para jóvenes enamorados (2019), simetría del joven sol (2020). Partitura de un ensayo de vida, integra, justamente, esos trocitos de diario, fotografías y realza el carácter de no-ficción -aunque los nombres estén velados, como sucedió en la primera edición de On the Road- de esta obra. Semen, no obstante, puede llevarnos a pensar en lo más mundano como esencial de la vida: el semen, cuyo poder permite la fecundidad.

El semen, un germen. Del latín, semen, seminis, equivalente a semilla. El semen como un mito fundacional, al menos en la narración que involucra a Enki y Ninhursag en la antigua Mesopotamia. Un poema que se esculpió en las tablillas con la escritura cuneiforme, un poema que canta cómo Enki bendijo la tierra de Dilmun y crea ocho deidades para sanar las enfermedades que afectaron a su gente. O en el Atharvaveda, de la mitología india, se habla del semen de Shiva que es depositado en el río Ganges. Una semilla como un accidente, una estructura, un cuaderno, un poema que ya no se corrige, sino uno se corrige al margen del poema.

En esta tercera edición que, felizmente, propongo a los lectores hispanohablantes, hay tiempo de volver a esa construcción de la fecundidad de un joven autor llamado Matías Bote (alter ego de autor). Semen, entonces, es la teorización de un quehacer imaginativo. Como poeta ya nos deleitó con sus volúmenes y ahora nos abre la puerta de su mundo en prosa: calles de Lima, amores fugaces, intensos deseos de vivir, agujeros negros, tristeza, la soledad y la necesidad de escribir en un mundo indiferente ante las convicciones literarias; más calles y mucha poesía, (y mierda y neblina) decoran y titilan en estas páginas. Y frente a todo eso, seguir vivo, seguir defendiendo la lucidez de la escritura como un fuego infinito.

La novela está en otra parte. Una casa de cartón y un despertar. Desde ahí, la geometría no de una novela, sino del lenguaje que se queda congelado. La novela es solo una posibilidad condicional. El lenguaje es la condición de posibilidad de una obra. En particular, de una secuencia que avanza entre una hebra de hechos, experiencias, sensaciones y pensamientos. A estas alturas del siglo XXI, ¿podemos decir con exactitud que es una novela? Me interesa el ciclo productivo de lo que puede ser leído como novela. Un ciclo productivo como el de la economía. Extracción de materia prima, manufactura y el círculo virtuoso en el que se brindan servicios y se comercializan bienes y, al otro lado, la disposición de recibir. Ese es el tratamiento del lenguaje que la experiencia transpira encima de las huellas que vuelven a escribir la vida misma. Un sedimento que queda a disposición de dos manos que van siendo accionadas por una serie de procesos endocrinos y nerviosos.

Semen como “una casa de cartón”, tal parangona el autor en la nota al inicio. La referencia es a la obra de Martín Adán publicada en 1928, la que es más conocida como “un conjunto de estampas escritas en lenguaje poético”. La casa de cartón integra ese corpus literario de la vanguardia peruana de su tiempo, los años 20. Su edición, temporalmente, coincide con la novela de André Breton, Nadja, que explora las formas de establecer un relato desde materias primas cuya manufactura y distribución son telares entre hechos y pensamientos, con el foco en una muchacha. Ahora bien, lo relevante de hacer un cruce entre la novela de Martín Adán y la de Julio está en una categoría de la que ambas participan. Estoy asumiendo que ambos trabajos pueden ser bien tratados como novelas y se tratan del retrato de un artista.

Tanto Adán como Barco tienen un recorrido por donde el relato acentúa los rasgos de un artista, un geniecillo de su tiempo, oscilando entre la distancia y la construcción de su identidad como escritor, como poeta. En Semen, el contexto en que la obra de Julio se hace posible. La escritura como forma de pensar y ver, del caos al cosmos (ida y vuelta), donde se funde la vida con la literatura y cuya bisagra, el artista es alguien tan endebles como las paredes de una casa de cartón.

La poesía como un amor para dejarlo todo. Y la poesía adoptando distintas formas, me da vueltas el poema de Enrique Verástegui “Si te quedas en mi país”. Semen tiene una serie de concordancias con Respirar que arman un verdadero quipu de amor, locura y pasión. En la página 40 de aquel poemario, rescato los siguientes versos: “yo amo a Mara / Pinto su nombre en todos los semáforos del barrio y del mundo / Quiero decirle a los postes de luz / Que yo amo a Mara / Y le hago versos que no entiendo / Y me sonrío con infinita ternura de su terquedad / sus ganas su orgullo su aire su mirada”. Lucidez, tormento y furibundo es el disparo que lleva a un momento a existir en la piedra donde se esculpirán los poemas del futuro. El nombre de Mara, en la posteridad, el de Bote, el de Barco, el de l@s poetas peruan@s que se suceden en la lectura que tiene un foco: la grafofilia. Por la escritura, amar, y darlo todo.

Una cita de La casa de cartón: “No dejaremos de venir aquí esta noche. En la taza de café del firmamento, flotará indisoluble, ingrávido, el terrón de azúcar de la luna. Y todo ello será poesía, amigo mío. Nosotros, previviremos una supervida…” Todo será poesía nos recuerda el poeta de vanguardia, ahí parapetado en el lugar que el detalle pierde su libertad y se transforma en un paisaje, en una geometría, en un paralaje de ida y regreso a los ojos que cristalizan el poema de las cosas que quedan. Una casita para los nombres, una casita para que sigan existiendo. Se detiene. Se de-tiene. Se detiene para tener. Así queda el amor esculpido, en el después de su después. Cenizas que pasan inadvertidas ya.

Me quedo pensando en este extracto de Historias de amor, texto de Julia Kristeva: “Vértigo de identidad, vértigo de palabras: el amor es, a escala individual, esa súbita revolución, ese cataclismo irremediable del que no se habla más que después. En el momento no se habla de. Se tiene simplemente la impresión de hablar al fin, por primera vez, de verdad.” (1987, p. 3). El amor como ese grito ahogado, esa la configuración psíquica de la obra por donde se arrastra el río, las piedras que toca y trastoca. Julio en Semen presenta una estética desmedida y aleatoria como arrojarse al amor y la poesía, en un completo después que reverbera en una escritura que intenta reparar, remendar, recordar, amortiguar. Al cierre, pienso en ese poeta que trasciende los límites y márgenes de la escritura, para llevar a otro escenario a la creación, inaugurando un espacio que aumenta todo dominio y toda falta de, en la profecía.

Estos versos del poeta Yehuda Amijai nos vuelven a insistir que la novela está en otra parte:

 

“Soy el profeta de lo que ya ha ocurrido. Leo el pasado en la palma

de la mano de la mujer que amo, pronostico la lluvia que ya cayó,

soy un experto en las nieves del año pasado, conjuro los espíritus

de lo que siempre ha ocurrido, preveo los días de antaño,

dibujo los planos de casas que ya se han caído,

profetizo la pequeña habitación con sus pocos muebles

-una toalla puesta a secar sobre la única silla,

el arco de la ventana, curvado como nuestros cuerpos cuando se aman”.

 

Con otra reedición de uno de sus trabajos, Julio Barco sigue bregando -con derechos y logros propios- no solo de las nuevas movidas y escrituras de Latinoamérica del siglo XXI, sino también de ese subgénero de “la vida de la vida de la poesía”. Su palabra perdurará, ¿o alguien tiene la certeza de un clarividente y la entereza de una lectura contundente para decir lo contrario? Discursos amateurs aquí no. Albricias a esta tercera edición que coincide con el cumpleaños número 33 de su autor, ¡fortuna dies natalis, querido poeta!

Riga (Letonia), agosto de 2024

 

 




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Literatura latinoamericana

Nicolás López-Pérez nació en Rancagua, Chile, en 1990. Poeta y abogado de la Universidad de Chile. Codirige la microeditorial & revista Litost. Administra la mediateca de poesía “La comparecencia infinita”. Ha publicado las plaquettes Geografía de las geografías (Litost, 2018) y Coca-Cola Blues (Vuelva Pronto Ediciones, 2019); los artefactos La violencia creadora (2019) y El sol ciego (2020) y el objeto de reacción literaria Escombrario (2019), estos últimos tres por Contraeditorial Astronómica; y el libro Tipos de triángulos (Metaliteratura, 2020). Traduce y hace coleccionismo de ocasión en su blog “La costura del propio codex”. Reside en la ciudad de Santiago.